Babyteeth

Compenso mi sesión de cine de los sábados por la noche viendo la película Babyteeth, conocida en español como El glorioso caos de la vida, una comedia dramática de mayoría de edad que tiene un comentario un poco honesto sobre la autoaceptación, la madurez y las enfermedades terminales, pero que no logra escapar de las fórmulas convencionales del melodrama de familia. Marca el debut como directora de la australiana Shannon Murphy, así como el de Eliza Scanlen como actriz. Se toma casi dos horas para relatarme los dilemas de Milla, una adolescente de unos 16 años que es diagnosticada con un cáncer terminal y se enamora de Moses, un traficante de drogas que de alguna manera la hace feliz mientras todavía tiene vida. La directora presenta el fuerte vínculo que se desarrolla entre los dos personajes cuando la atracción toca la puerta, mostrando de paso las fracturas de sus respectivas familias. Por una parte, muestra a Milla como una adolescente rebelde, curiosa y enamoradiza que oculta sus inseguridades bajo las pelucas de colores que coloca sobre su cabeza, que toca el violín para desahogar sus inquietudes, sintiéndose atraída por Moses porque es el único que la acepta como ella es, pero, sobre todo, como una joven que lidia con el matrimonio disfuncional de sus padres, el psiquiatra agotado, Henry, y la pianista adicta a los fármacos, Anna. Por la otra, exhibe a Moses como el joven antisocial con severos traumas y problemas de conducta que fue abandonado por su madre y ahora vive en las calles, transitando entre la delincuencia y las drogas. El problema, a mi parecer, es que los matices no son suficientes para compensar una redundancia que mantiene las contrariedades intrínsecas de los personajes en la superficie durante la segunda mitad, haciendo que los episodios agridulces pierdan la pujanza con las acciones repetitivas que están presentes en su vida cotidiana. Cuando eso sucede pierdo el interés por lo que le sucede a la protagonista. El trágico epílogo me deja impávido. Aunque reconozco que se deja ver por la actuación natural de Scanlen, quien comunica sutilmente con sus gestos la fragilidad de esa joven que abraza la inocencia, la decepción y la felicidad que trae consigo la maduración en el corto camino de la juventud. También hay roles secundarios muy aceptables de Ben Mendelsohn y Essie Davis. Lo otro me importa poco. Es una ópera prima con buenas intenciones, pero es algo irregular.


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Calificación: 6/10




Zack Snyder presenta su versión alternativa de 'La Liga de la Justicia' y borra algunos de los residuos del film fallido de Whedon, pero no por ello deja de ser una película regular de superhéroes.


La Liga de la Justicia de Zack Snyder


Si no me equivoco, todo el barullo de La Liga de la Justicia de Zack Snyder comenzó en 2017 cuando, en las redes sociales, una ola de fanáticos empedernidos de DC exigían una edición alternativa que reemplazara esa versión infumable y ligera de La Liga de la Justicia de Joss Whedon, la cual además tuvo una producción accidentada que un año antes terminó con la dimisión de Snyder. Armados con la tendencia #ReleaseTheSnyderCut, ganaron popularidad a la velocidad de Wally West con la esperanza de motivar a los ejecutivos de Warner Bros. para que le dieran luz verde a la versión inédita de Snyder. Los entusiastas crearon una petición en línea para el estreno del “Snyder Cut” que recibió más de 180 mil firmas. En ese momento nadie sabía si existía dicha versión. Y en reiteradas ocasiones los peces gordos de la Warner afirmaban que no tenían planes para lanzar una versión alternativa de la película. Pero la insistencia de los miembros del movimiento siguió adquiriendo fuerza. Después de tres años de especulaciones y teorías del fandom, Snyder confirmó que existía su versión original y que obtuvo el visto bueno de los agentes de Warner gracias a la aprobación del presidente de la compañía, quien lo reconoció la tenacidad del movimiento. Fue entonces cuando me enteré de que se filmarían escenas adicionales y sería estrenada exclusivamente en la plataforma de streaming de HBO Max.


Yo no me disponía a escribir sobre esta versión de Justice League de Snyder, pero reconozco que el impacto cultural que ha tenido en esta semana, impulsado en parte por los activistas que perseveraron hasta convencer a Warner Bros. para que la realizara, me ha convencido para dedicarle unas cuantas palabras. Es una prueba de la influencia que ejercen los medios digitales para avivar la campaña de unos fans. Se trata de una película con la que Snyder impone su visión sobre los míticos superhéroes de DC y logra corregir algunos de los defectos de la atrofiada predecesora, añadiendo unas cuantas escenas que amplían el espectro de cohesión y las motivaciones intrínsecas de algunos de los personajes secundarios, así como la construcción de la mitología que rodea el génesis de La Liga de la Justicia, con un tono serio y oscuro que se encuadra con una relación de aspecto 4:3. Pero me temo que ni siquiera la nueva carga de componentes puede cauterizar los efectos de una narrativa regular de superhéroes en la que abunda la exposición y una falta de emoción que se registra durante cuatro horas que, a mi parecer, son excesivas.


 
La Liga de la Justicia. Fotograma de Warner Bros.



La historia de la película es muy similar a la anterior, aunque en esta ocasión se distancia ofreciendo una coherencia que se evidencia en el problema principal. Comienza tiempo después del sacrificio de Superman (Henry Cavill) para acabar con Doomsday, donde Bruce Wayne/Batman (Ben Affleck) viaja por el mundo con la finalidad de reclutar a un equipo de metahumanos que lo ayuden a proteger el planeta de una catástrofe segura. Su propósito, en un principio, se pone difícil. Llega hasta un remoto pueblo siberiano para intentar persuadir a Arthur Curry (Jason Momoa), mejor conocido como Aquaman, para que se una, pero este lo rechaza por el carácter rebelde que le impide darle importancia a semejante evento.


Paralelamente a eso, Diana Prince (Gal Gadot), que de día combate el crimen como Mujer Maravilla, se da cuenta de que la amenaza ya se encuentra en el planeta cuando las amazonas de su pueblo Themyscira, lideradas por la Reina Hipólita (Connie Nielsen), le envían una señal que confirman la presencia Steppenwolf (voz de Ciarán Hinds), un poderoso militar del planeta Apokolips que lidera un ejército de Parademons en busca de las tres Cajas Madre que se encuentran en la Tierra para unificarlas y terraformar el planeta a semejanza de su inhóspito mundo. Prince le cuenta la urgencia a Wayne y, en el trayecto, agilizan la agenda de reclutamiento. Wayne localiza a Barry Allen (Ezra Miller) y logra que se una al instante, mientras Diana se reúne con Victor Stone (Ray Fisher) en una avenida desolada. Al igual que Curry, Stone se niega a unirse. Sin embargo, cuando Steppenwolf ataca la ciudad de Atlantis y el laboratorio STAR donde trabaja el doctor Silas, el padre de Stone y científico que estudia una Caja Madre, tanto Aquaman como Cyborg adquieren la justificación necesaria para unirse a la liga.



Jason Momoa, Gal Gadot y Ray Fisher. Imagen de Warner Bros.



La narrativa se divide en seis capítulos y un epílogo para contar la odisea de los héroes que buscan salvar al mundo para complacer al fandom. La primera mitad se centra en los esfuerzos de Batman y Mujer Maravilla para incorporar a los superhombres e iniciar el anticipado espectáculo, mientras de paso Steppenwolf reúne dos de las tres Cajas Madres para redimirse por su fracasos del pasado y saldar la vieja deuda que tiene con su jefe, Darkseid (voz de Ray Porter), un tirano y conquistador de mundos que en el pasado, miles de años atrás, intentó reunirlas para dominar el planeta Tierra, pero fue derrotado abrumadoramente en una batalla por legiones de dioses, atlánticos, amazonas y las linternas verdes, perdiendo las tres cajas que desde entonces permanecían separadas y escondidas en distintas partes del globo. En la segunda, se concentra en las batallas de los justicieros para impedir que Steppenwolf unifique las cajas, así como la necesidad de revivir al Superman de traje negro usando la Caja Madre que está en posesión de Cyborg con el fin de que este también se una al grupo y puedan derrotar al antagonista con mayor facilidad.



Ben Affleck como Batman



Aunque el estilo de Snyder proporciona elementos coherentes que, a mi forma de verlo, sirven para desarrollar el conflicto central y justificar ciertas acciones de los personajes, me parece que su ecuación peca con unos cuantos excesos que le pasan factura a la narración y de alguna manera me mantienen en un estado de indiferencia con lo que veo en pantalla, como el abusivo metraje de cuatro largas horas en el que sobran las subtramas insignificantes y los diálogos triviales que solo funcionan para saturar el conjunto, el molesto uso del ralentí que en incontables secuencias solo me produce mareo cuando se extiende innecesariamente (agota el recurso de la cámara lenta hasta la saciedad), los personajes de plástico que a veces lucen como figuras de acción de Hasbro, las situaciones previsibles que aparecen a modo de déjà vu e imposibilitan que cualquier sorpresa potencial me parezca emocionante. La mayoría de sus secuencias de acción no me causan ninguna impresión cuando Batman y la cuadrilla salvan a la Tierra del villano que está condenado a fracasar para que los triunfadores posen para la foto icónica y los idólatras piensen que esto es una película fenomenal.



Darkseid



Los pocos momentos que son de mí agrado se limitan, primero, a la participación de Cyborg y, segundo, a la de Flash. Cyborg es presentado espléndidamente como un individuo fracturado que, tras el trágico accidente en el que perdió a su madre y la mitad de su cuerpo, vive atormentado por no poder cumplir su sueño de ser estrella de futbol americano, como un ser confundido por el traje robótico que le otorgó su padre para salvarle la vida y que lo mantiene en el anonimato como un vigilante cibernético que controla cualquier sistema informático a su antojo. Diría que gran porción de la trama gira alrededor de él, sobre todo cuando emplea sus habilidades robóticas para la resurrección de Superman y, en cierta medida, para evitar la unidad de las tres cajas que conlleve al fin del mundo. Por otro lado, Flash es un persona que añade comicidad con sus ocurrencias, motivado en el fondo por realizar un acto responsable con sus poderes que haga sentir orgulloso al padre que cumple condena en la cárcel, cosa que efectúa en la estupenda secuencia climática en la que viaja más rápido que la luz para revertir el tiempo en que el villano unifica las tres cajas y destruye el mundo.



Ray Fisher, Ezra Miller, Ben Affleck, Henry Cavill, Gal Gadot, Jason Momoa. Imagen de Warner Bros.

 

Si bien recurre a los mecanismos básicos del género de superhéroes con la pirotecnia cuantiosa de efectos visuales y la música empática con tintes heroicos de Tom Holkenborg que describe la existencia de los héroes con sus piezas electrónicas y orquestales, nada de lo que veo en esta película supone para mí algo relativamente sorprendente. Por lo menos, Snyder le devuelve la seriedad y el liderazgo a Batman, además de que ofrece un comentario aceptable sobre la relevancia de la dinámicas grupales como causa de victoria, visible quizás en la batalla final en que los personajes derrotan al antagonista con la misma igualdad de superpoderes, mientras se despliega una cantidad considerable de guiños que señalan su universo compartido de DC con las visiones posapocalípticas que tiene Batman y la aparición superflua de Martian Manhunter. Estoy seguro de que su esfuerzo supera el bodrio de Whedon, pero aun así no deja de ser una propuesta redundante. Como producto de superhéroes tiene sus momentos, pero ofrece menos de lo que venden en las redes sociales los seguidores de la iglesia de Snyder.


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Ficha técnica
Título original: Zack Snyder's Justice League
Año: 2021
Duración: 4 hr 02 min
País: Estados Unidos
Director: Zack Snyder
Guión: Chris Terrio
Música:  Junkie XL
Fotografía: Fabian Wagner
Reparto: Ben Affleck, Gal Gadot, Ezra Miller, Jason Momoa, Ray Fisher, Henry Cavill, Amy Adams, Joe Morton, Amber Heard, Jared Leto, J.K. Simmons,
Calificación: 6/10


The Little Stranger

Agoto una buena cuota de paciencia con el visionado de Extraña presencia, la película más reciente del director Lenny Abrahamson. Se trata de un cuento gótico de terror y misterio que alberga un estilo visual algo atmosférico, pero ni esa elegancia impide que se presente una trama fatigosa sobre clase, fantasmas y secretos de familia. Es una adaptación de la novela homónima de Sarah Waters. El protagonista es el Dr. Faraday, un médico que regresa de visita a la mansión Hundred Halls en la Gran Bretaña posterior a la Segunda Guerra Mundial, donde se relaciona con una familia aburguesada que atraviesa dificultades financieras y cuestiona el mito del fantasma de la primera hija de la familia que merodea los aposentos de la casa. Con la voz en off y unos cuantos flashbacks, me relata su infancia infeliz cuando caminaba por la gigantesca mansión, la frustración silente que le causa haber sido ignorado por su procedencia social y su deseo de casarse con la heredera. Pasada la hora me doy cuenta de que no va a ninguna parte y las supuestas inquietudes de los personajes se convierten en una redundancia provocada por los mecanismos superfluos del argumento: muchos diálogos triviales, personajes sin fuerza, acciones insignificantes que solo funcionan para ampliar el espectro psicológico de ese doctor obsesionado con la clase que en el fondo desea vengarse de los burgueses que frustraron la otra mitad de su infancia. Domhnall Gleeson tiene algo de perversidad en su rostro inexpresivo, pero a su personaje le falta un poco de textura, al igual que el de Ruth Wilson. Son actuaciones de una sola dimensión. Me parece más acertado el rol secundario de Charlotte Rampling como la matrona de la propiedad. Aunque la estética de Abrahamson hace lo posible para construir esa atmósfera oscura con los decorados victorianos de la residencia y la cámara de Ole Bratt Birkeland, a mi parecer no tiene ningún tipo de suspenso y los instantes de horror, que se ejecutan fuera de campo con algunos significados para añadirle sustancia a la narrativa, se derrumban como un castillo de naipes. No hay nada siniestro o revelador. Evado los giros inesperados con facilidad. Y los golpes de efecto no me provocan ningún tipo de miedo cuando la presencia sobrenatural camina del otro lado de las paredes para que los protagonistas se asusten. Creo que es la película más anodina del director de La habitación.


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Calificación: 5/10




El cuarto poder

Creo que El cuarto poder es una de esas películas que representa la parte irregular del catálogo de Richard Brooks. Como cine negro funciona moderadamente con su relato sobre extorsión y ética periodística, pero ni siquiera presentando un rol convincente de Humphrey Bogart puede corregir las debilidades de una trama superflua y predecible que no supone para mí nada fuera de lo habitual, aunque se deja ver ante todo pronóstico. Con un guión firmado por Brooks, me cuenta la historia de Eddie Hutcherson, el editor del periódico The Day que utiliza todas sus habilidades para impedir el cese permanente de las operaciones editoriales y la venta del periódico en manos de poderosos que buscan sacarlo de circulación para tapar sus negocios turbios. La trama tiene sus momentos y unos cuantos diálogos que me contagian con el cinismo de ese protagonista que pone a trabajar a sus reporteros y lucha por imprimir una primera plana que desenmascare el abuso de poder y las actividades delictivas del gánster dedicado al negocio de extorsionar. Pero lentamente la carencia de ritmo, los personajes insustanciales y las situaciones innecesarias remueven mi interés por lo que veo. Cuando la redundancia pide permiso para entrar por la puerta, ya no me importa si se saca la verdad a la luz del asesinato de una mujer ordenado por el mafioso. Hay mucho charloteo y poca acción. Lo que sucede fuera de campo me tiene sin cuidado. Por lo menos resulta fidedigna la ambientación en los interiores de la sala de redacción. Por los pasillos, como es de esperar, Bogart asume su interpretación con mucha autenticidad cuando se pone en los zapatos de ese periodista en jefe motivado por el ejercicio de la integridad periodística, usualmente con la presencia magnética y de la mirada de alguien que dice las cosas como son. Pero los secundarios que lo rodean, incluyendo un rol efímero de Ethel Barrymore como la viuda del dueño del periódico y Martin Gabel como el mafioso virulento, no me parecen gran cosa. Con ellos, Brooks refleja de una manera algo precipitada no solo el funcionamiento interno de la prensa norteamericana, sino, también, la forma en que el poder del periodismo destapa los problemas de una democracia corrupta que intenta por cualquier medio encubrir el lado más oscuro de la política. Es, digamos, una cinta algo convencional del director de La gata sobre el tejado de zinc.


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Calificación: 6/10



El gran cuchillo

Intimidad de una estrella es una película de Robert Aldrich que logra intrigarme con esa crónica de cine negro que cuestiona a puerta cerrada los engranajes de Hollywood. Su crítica al sistema de estudios de Hollywood es tan afilada como un cuchillo. La presenta a través de Charlie Castle, un actor de Hollywood muy exitoso que, por el trato que ha recibido por una productora, no está satisfecho con sus últimas actuaciones y piensa rescindir de su contrato. Sin embargo, la situación se complica cuando debe lidiar con la esposa que desea divorciarse y con el temerario productor que amenaza con revelar hechos escandalosos de su pasado para dañar su imagen y obligarlo a renovar el documento. Todo el barullo me lo cuenta de una manera espléndida, con diálogos irónicos, casi siempre en una sola locación, con personajes interesantes que entran a la puesta en escena con cierta teatralidad para fragmentar la psicología de ese actor enjaulado que anhela escapar, como la columnista de chisme que parodia a la figura de Louella Parsons, el dictatorial y furioso productor (basado en Harry Cohn y Louis B. Mayer) que busca destruir al protagonista, la esposa insegura que todavía lo quiere, las rubias que juegan a ser femme fatales coqueteando con el adulterio. Palance me parece bien creíble cuando utiliza su expresividad para transmitir la agonía de ese actor oprimido que se enfrenta a la autoridad inescrupulosa. También hay actuaciones secundarias bastante convincentes, especialmente la de Ida Lupino como la esposa preocupada, y la de Rod Steiger como el poderoso productor de Hollywood que ejerce el dominio de una forma imponente con sus diálogos y su presencia física. La estética de Aldrich, que adapta la obra teatral de Clifford Odets, los encuadra con una iluminación notable, una música acertada de Frank De Vol con la que amplifica las emociones fuertes, el sonido diegético fuera de campo para acentuar las acciones que construyen la tragedia fatalista de la trama, así como el uso proxémico del espacio de la residencia para simbolizar la jaula claustrofóbica en la que se encuentran. No falla. Como melodrama no solo muestra sin escrúpulos uno de los lados oscuros de la industria, sino, además, refleja con intensidad la manera en que funciona el aparato de poder del sistema de estudios de Hollywood para manipular a su antojo las vidas de las celebridades que patrocinan, una cosa tan real como inquietante.


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Ficha técnica
Título original: The Big Knife
Año: 1955
Duración:  1 hr 52 min
País: Estados Unidos
Director: Robert Aldrich
Guion: James Poe
Música: Frank De Vol
Fotografía: Ernest Laszlo
Reparto: Jack Palance, Ida Lupino, Wendell Corey, Jean Hagen, Rod Steiger, Shelley Winters,
Calificación: 7/10
El beso del asesino

Compenso mi habitual sesión de clásicos de medianoche viendo El beso del asesino, la segunda película de Stanley Kubrick como director. Y no supone para mí nada fuera de lo ordinario. Kubrick la dirigió teniendo unos 24 años, con un presupuesto mínimo y sin ningún permiso para rodar en locaciones exteriores, rodando con un perfil bajo en la ciudad de Nueva York. Refleja claramente la visión de un cineasta en formación, con un tratamiento algo experimental que coquetea con ideas que se verían más adelante en su cine. Aunque tiene un arranque un poco interesante y un estilo visual que captura las atmósferas urbanas de una manera absorbente, como cine negro de bajo presupuesto su narrativa me parece plana, sin intriga, poblada de unos personajes estereotipados y vacíos que olvido en menos de una hora de metraje. Me cuenta la historia de Davey Gordon, un boxeador neoyorquino de peso welter que en el ocaso de su carrera prueba el amargo sabor de la derrota que lo envía directamente al retiro. Por medio de un prolongado racconto y de una voz en off, el protagonista se fuma un cigarrillo en la Penn Station mientras recuerda la relación que entabla con la vecina de al lado, la bailarina Gloria Price, y la manera en que la ayuda a escapar de las manos sucias de Vincent Rapallo, el gánster celoso y violento del barrio que desea dominarla con su carácter posesivo. Su círculo de violencia se desarrolla con cierta dejadez, y muchas de sus acciones responden a parámetros genéricos del crimen que no poseen nada de fuerza. Hay estilo pero se ausenta la sustancia. Todo me resulta previsible cuando el boxeador se enamora de la rubia fatal y lucha por sacarla de la ley del hampa con una pistola robada. De las actuaciones no puedo decir nada que sea bueno. La estética de Kubrick, se ejecuta con planos muy ambiguos que en un par de ocasiones rompe la regla de los 180 grados y presenta problemas sonoros, pero me parece efectiva cuando rueda con cámara en mano los entornos urbanos de las avenidas de Times Square o los callejones desolados de Brooklyn con una iluminación natural muy acertada. Además de eso, destaco la secuencia onírica con negativos y la climática contienda del gánster que persigue al boxeador con el hacha en el almacén de maniquíes, elementos que serían retomados posteriormente en 2001: odisea del espacio y La naranja mecánica. Es la cinta más convencional que he visto del director. 


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Calificación: 5/10

Thomas Vinterberg presenta con mucha sobriedad una tragicomedia sobre un hombre amargado que celebra la vida a través del alcohol. Mi análisis cubre en resumen una explicación de su final.


Otra ronda



Reconozco que tenía unos cuantos años sin ver una película decididamente conmovedora de ese buen director danés llamado Thomas Vinterberg. Una de las últimas que llego a recordar fue La caza, un drama desgarrador en el que pone a Mads Mikkelsen a interpretar a un profesor de kindergarten que es acusado injustamente por una calumnia inofensiva y recibe en su cara los prejuicios de un pueblo inquisidor que inicia una cacería en su contra. Era dura y muy emotiva. Le siguieron la blanda Lejos del mundanal ruido, una adaptación de la obra de Hardy; La comuna, un drama patético sobre la falta de tolerancia y solidaridad de la sociedad danesa; y la regular Kursk, un film que recrea la tragedia de un submarino nuclear ruso. Entiendo que es muy difícil para un cineasta preservar una consistencia que pueda complacer los paladares de todos los que ven su cine, pero hasta los veteranos tienen sus tropiezos. Eso me hizo pensar que el cineasta de La celebración entraba en una especie de vacío creativo. Pero tras haber visto su más reciente película cambio de parecer de inmediato y me doy cuenta de que todavía queda Vinterberg para rato.


La nueva película de Vinterberg se titula Otra ronda y trata sobre uno de los vicios más ancestrales del ser humano: la ingesta de alcohol. Tuvo su estreno en la pasada edición del Festival Internacional de Cine de Toronto. El guión lo escribe en colaboración con Tobias Lindholm. La protagoniza Mikkelsen, quien registra su segunda actuación con el director. Se puede decir que es una comedia dramática con una premisa sencilla de trazos existenciales, pero presentada mediante unos personajes que me resultan embriagadores durante casi dos horas que avanzan a un ritmo placentero y que, sin lugar a dudas, me hacen sentir como si estuviera en la hora feliz de un bar en un fin de semana cualquiera. Aunque no busca señalamientos morales sobre el alcoholismo, es un drama que de una manera tragicómica dialoga sobre la angustia, la crisis de mediana edad y la felicidad del individuo con una interpretación bastante sobria de Mikkelsen, tan destilada como un vino añejado durante años en una barrica de roble.



Mads Mikkelsen como Martin


La narración comienza primero con un intertítulo breve que muestra una frase existencialista de Søren Kierkegaard. Seguido a esto, una cámara en mano sigue, durante unas cuantas secuencias, las travesuras de unos adolescentes posmillennials que se divierten bebiendo alcohol y festejando en grande por las calles de Dinamarca como si el fin del mundo se acerca. En contraste a esa jovialidad, se modela la vida anodina que lleva Martin (Mads Mikkelsen), un profesor de secundaria en un colegio de Copenhague que imparte clases de historia y es testigo de la dejadez de unos alumnos que no le prestan atención a nada de lo que expone; además de que, fuera del ámbito profesional, atraviesa una depresión que lo ha alejado de su esposa y de sus hijos, a pesar de vivir bajo el mismo techo. Comparte la misma situación con sus colegas y también profesores, Tommy (Thomas Bo Larsen), Peter (Lars Ranthe) y Nikolaj (Magnus Millang). Se le nota en la cara la necesidad de hallar una claridad que revitalice lo que él conoce como vivir, reflejado por su desasosiego, su inseguridad y su conformismo con el entorno que lo rodea.


La transformación del personaje se establece, a mi parecer, en la escena del restaurante en que la que junto a sus amigos conversa sobre distintos temas de la cotidianidad y en un instante, en un primer plano, Martin llora de impotencia por el rumbo desesperanzador que ha tomado su vida, revelando frente a todos ellos sus miedos intrínsecos y la soledad que lo golpea como una botella vacía sobre la cabeza. Los amigos lo motivan sacando a relucir sus cualidades como persona, revelando parte de su pasado como bailarín y sus deseos incumplidos de ser investigador. Es ahí cuando hablan sobre psiquiatría y tocan la teoría del psiquiatra Finn Skårderud, quien ha teorizado que tener 0.05 grados de alcohol en la sangre logra que una persona sea más creativa y olvide los problemas. Se ríen como si se tratara de un chiste rancio y luego continúan por las avenidas como unos borrachos en Noche Buena, jugando como si recuperaran la juventud. Con el objetivo de corroborar la teoría y de sanar la depresión, al día siguiente Martin empieza a ingerir vodka en el trabajo y se da cuenta de que tiene efectos inmediatos, como el hecho de que los estudiantes abandonan la desmotivación y le brindan atención, además de adquirir una confianza que borra sus inquietudes y le permite explicar los sucesos históricos de una manera amena.



Lars Ranthe, Mads Mikkelsen, Thomas Bo Larsen y Magnus Millang


La película se encarga de mostrarme la existencia de Martin y sus compañeros con un sentido de ironía que me provoca mucha risa con las situaciones divertidas que desarrollan una vez que intentan comprobar la famosa hipótesis del alcohol y redactan las conclusiones a través de un recurrente intertítulo subjetivo que acentúa lo que escriben en la pantalla de su ordenador. La sustancia, la cual ingieren de una manera controlada durante las horas de trabajo para no caer en las trampas del alcoholismo clásico, los ayuda a superar sus inseguridades, a mejorar las relaciones familiares y profesionales y, de cierto modo, a abandonar las experiencias rancias que amenazan con desechar cualquier rastro de placidez. Con el alcohol, por así decirlo, se vuelven jóvenes y recuperan la alegría de los días que se fueron. Y durante todo el metraje sus ocurrencias me mantienen enganchado, sobre todo las de Martin cuando da clases sobre grandes políticos bebedores y entretiene a los bachilleres con adivinanzas históricas, se reconcilia con su esposa y sus hijos, y, disimuladamente disfruta de una felicidad efímera.


Sin embargo, los dilemas inesperados de la trama emergen cuando los personajes deciden romper los niveles de alcohol establecidos, pasando del 0.05 al 1.8, como en las escenas que entran ebrios a un supermercado para comprar un par de botellas de vodka mientras luchan por mantener el equilibrio y la motricidad verbal, en las que pescan en el puerto, en las que asisten alcoholizados a un bar nocturno, o cuando andan por la vía pública corriendo como locos. Sus acciones, resquebrajadas por el experimento del alcohol y los riesgos de beber en exceso, subrayan el declive que se manifiesta con las discusiones matrimoniales, como en la que Martin discute acaloradamente con la esposa infiel y esta, furiosa y decepcionada de su marido, lo abandona tras darse cuenta de que se ha convertido en un alcohólico descontrolado, dando por terminada la experimentación etílica.



Magnus Millang, Lars Ranthe y Mads Mikkelsen


Las actuaciones del reparto me parecen bien orgánicas cuando muestran con sobriedad las repercusiones psicológicas de tomar alcohol de forma descontrolada. Pero especialmente me contagia la de Mikkelsen como el protagonista. En su nueva interpretación a las órdenes de Vinterbeg, Mikkelsen nuevamente demuestra su tonelaje dramático al convertir a su personaje en un torbellino emocional cuando transmite la desilusión y, consecuentemente, la alegría de ese hombre infeliz a través de la mirada y la gestualidad. No hay ni un solo primer plano en el que no me parezca convincente. De forma magnífica dibuja sobre su rostro cosas como la melancolía, el dolor y el júbilo, además de mostrar su talento físico para el baile. Y es muy creíble cuando se mueve y habla como un borracho. A su lado observo asimismo una actuación secundaria muy contenida de Larsen como ese entrenador de futbol abrumado que se refugia en el alcoholismo para olvidar sus fracasos como ser solitario.


En la superficie, Vinterberg presenta un comentario sobre el consumo excesivo de alcohol en la sociedad danesa, distanciado minúsculamente de espectros morales, visible quizá por la manera en que los personajes caen en ese abismo para resolver las contrariedades personales que los intranquiliza. Pero hay algo más que eso. El alcohol es el hilo conductor. Su enfoque, eminentemente kierkegaardiano, plantea cómo las decisiones que los individuos toman en la vida los mantiene atados un extraño círculo vicioso entre la desesperación que produce tristeza y la felicidad que trae consigo la libertad. Lo formula a través de Martin, quien aparenta ser un sujeto desesperado por haber perdido lo que le parecía valioso: la juventud alejada de responsabilidades. Martin intenta recuperarla tomando el alcohol que le devuelve la valentía para hacerlo, pero como eso también lo destruye a él y a los suyos, aumenta la conciencia que tiene de sí mismo y termina autodescubriéndose, por lo que ya no depende del etílico para ser feliz. La negación es dolorosa, pero la acepta. La idea adquiere una catarsis en la escena climática en la que baila en la fiesta del muelle alrededor de una lata de cerveza, vestido de un negro mortuorio que lo pone a coquetear con el suicidio, alcanzando la paz interior y aceptando su verdadera identidad, celebrando el valor de la vida y la juventud al lado de sus colegas y de los graduados que lo admiran, mientras suena de fondo el leitmotiv, "What a Life", de Scarlet Pleasure. Su salto al mar, en un plano congelado, es la máxima representación de esa dualidad.



Mads Mikkelsen como Martin



La película de Vinterberg explora esos conceptos con una sutileza que me saca una sonrisa y me deja con la sensación de haber visto algo entretenido, sin transitar por los caminos habituales de la denuncia tramposa que condena lo que ya sabemos. Está narrada con gracia, vigor, honestidad y un pozo conmovedor que se ilustra en todo momento con esa estupenda actuación de Mikkelsen como el profesor que prueba el amargo sabor de la resaca matutina para recobrar la bonanza. No sé si se trata de uno de sus mejores trabajos, a veces recurre a eventos ordinarios, pero no me cabe la menor duda de que funciona muy bien como tragicomedia.


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Ficha técnica
Título original: Another Round (Druk)
Año: 2020
Duración: 1 hr 55 min
País: Dinamarca
Director: Thomas Vinterberg
Guión: Tobias Lindholm, Thomas Vinterberg
Música: Sturla Brandth Grøvlen
Fotografía: Lachlan Milne
Reparto: Mads Mikkelsen, Thomas Bo Larsen, Magnus Millang, Lars Ranthe,
Calificación: 7/10

Tráiler de la película


The Peanut Butter Falcon

Lejos de su cuento de amistad y superación personal, The Peanut Butter Falcon es una comedia de aventuras que tiene un tono demasiado condescendiente para mi gusto. Solo funciona minúsculamente por esa simbiosis entre Zack Gottsagen, Shia LaBeouf y Dakota Johnson, pero el drama sobre discapacidad que me presentan los directores Tyler Nilson y Mike Schwartz me parece básico y un poco aburrido. En una hora y media me relata la historia de Zak, un joven con Síndrome de Down que, gracias a la ayuda de un anciano decrepito, huye de la institución que lo retiene como si fuera un preso e impide que persiga su sueño de convertirse en un luchador profesional de lucha libre. La travesía que presenta del muchacho, tiene un preámbulo más o menos interesante cuando, a pesar de sus dificultades, el personaje conoce a Tyler, un pescador y prófugo que, en cierta medida, se convierte en su mejor amigo y lo motiva a conquistar a su meta porque le recuerda a su hermano mayor. Sin embargo, pasada la media hora detecto que la trama toma los caminos habituales de lo previsible cuando los personajes se enfrentan a los matones que persiguen a Tyler, conocen a la enfermera con el pasado trágico que busca a Zak para que reingrese en el internado, hablan con gente que me tiene sin cuidado por las aguas pantanosas de los alrededores. El viaje redentor no me resulta tan emotivo como pensaba. Tampoco percibo el humor cálido. Casi todo luce calculado. Pocas escenas me quitan la indiferencia, aunque agradezco las buenas intenciones de los directores de retratar con honestidad los prejuicios hacia las personas discapacitadas y el significado de la bondad y de los lazos afectivos como la única vía para curarlos. Aunque lo he visto mejor desarrollado en otras películas. La química entre el desconocido Gottsagen y LaBeaof se nota orgánica en algunos momentos en los que conversan perdidos junto la enfermera en la flora de la redención. Gottsagen es el alma que sostiene la película del hundimiento completo, en una actuación algo más que agradable y muy convincente, en la que se antepone a su condición para ofrecer una demostración de pericia física y diálogos naturales que me hacen entender de inmediato el sufrimiento interior de su personaje. Lo demás es tan obvio como olvidable. Aunque se deja ver, no deja de parecerme una road movie plana y sin nada de gracia.


Calificación: 5/10


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Historia del hampa

Historia del hampa, de Cy Endfield, es una película de cine negro algo olvidada que no supone para mí nada fuera de lo ordinario. Como cine negro de serie B, tiene un arranque interesante con su trama sobre corrupción y asesinato en la prensa sensacionalista, pero ni siquiera presentando el rol de Dan Duryea como el cínico periodista puede corregir una segunda mitad pobre. Cuenta la historia de Mike Reese, un periodista que es despedido del periódico donde trabaja por publicar un artículo sobre un testigo asesinado por la pandilla de un mafioso local, dándose cuenta de que nadie lo contrata por la influencia de los peces gordos que manejan el negocio periodístico de la ciudad. La trama le añade un detonante al asunto cuando el protagonista toma un préstamo con un capo de la droga y se hace socio de Catherine Harris, la dueña del periódico de un pequeño pueblo a la que convence para que su medio, The Lakeville Sentinel, venda a varios periódicos rivales la primicia del asesinato de la nuera de un magnate de los periódicos y los rastros de sospecha de una mujer afroamericana injustamente inculpada por la policía. A partir de ahí empieza la carencia de cohesión. La falta de sustancia de los personajes, los diálogos apresurados y una redundancia programada se encarga de quitarme el interés cuando veo al periodista tirando la ética por la ventana para exponer a los corruptos de la prensa y ganar dinero a toda costa con el circo mediático. El ritmo de las escenas se pierde como las cenizas de un cigarrillo. Ni siquiera la actuación regular de Duryea como el periodista inescrupuloso puede rescatar el aparato de acción previsible. En la misma línea que la irregular 'Cadenas de roca', de Wilder, el argumento del periodista sin escrúpulos le sirve a Endfield para elaborar una crítica un poco blanda sobre el poder que ejercen los jefes de la prensa para tapar la corrupción y, en cierta medida, el papel ético que desempeñan los periodistas para sacar una verdad a la luz que pueda iluminar a los inocentes de las injusticias que se publican a diario en primera plana. Solo destaco ese estilismo visual de la cámara de Stanley Cortez cuando encuadra los callejones desolados y los interiores de las oficinas con unos claroscuros fascinantes que magnifican el halo de crimen del relato. Lo demás, me tiene sin cuidado.


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Calificación: 6/10



Mogambo

No me cabe la menor duda de que Mogambo es una de las películas románticas más flojas que he visto de John Ford. Encuentro que tiene muy pocas escenas que me alegren el día, a pesar de la puesta en escena exótica y del triángulo amoroso conformado por Clark Gable, Ava Gardner y Grace Kelly. Se trata de un remake de Tierra de pasión, ese estupendo melodrama pre-code de Fleming protagonizado por Gable junto a Jean Harlow y Mary Astor. La premisa es prácticamente la misma. Solo cambian las descripciones y la ambientación, además de estar filmada en Technicolor. Relata la historia de Victor Marswell, un cazador profesional que en África se dedica al negocio de cazar animales salvajes para venderlos a los zoológicos de todas partes. La trama de ese aventurero da un giro cuando su corazón se divide entre Eloise Kelly, una atractiva morena con un pasado trágico, y Linda Nordley, la rubia reservada que está casada con un científico. Su triángulo amoroso me aburre al paso de una hora, en unas secuencias redundantes y algo superficiales en la que abundan los diálogos con doble sentido, las discusiones de pareja innecesarias, los safaris artificiosos y los encuentros apasionados entre el cazador y sus presas. Solo destaco esa pragmática que configura los significados de los coloquios a través de los animales para enunciar los sentimientos intrínsecos de los amantes, así como el uso del gran plano general para encuadrar el exotismo de las praderas africanas a plena luz del día. La química entre Gable y Kelly, quienes sostenían un romance durante el rodaje, luce natural cuando se miran y se besan. Sin embargo, la interpretación de Gable como el hombre cínico y fuerte me parece algo desgastada y carece de la intensidad que había mostrado en otros roles similares. Me resulta más convincente el rol de Kelly como la esposa indecisa, y, sobre todo, el de Gardner como la mujer alegre e impertinente que desea encender de nuevo la mecha del amor, vestida a veces con ese vestuario de color verde que simboliza sus celos y su inmadurez. Ford no se preocupa para nada en inyectarle algo de vigor a la trama de amor de esos personajes, dejando el cuento de adulterio en una especie de inercia narrativa en la que todo funciona a desganas, de forma mecánica, durante dos horas que avanzan al ritmo de una canoa por un río seco.


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Calificación: 5/10


Bésame, tonto

Sobre mi rostro se dibuja una sonrisa como una luna de cuarto menguante cuando aprecio cada instante de Bésame, tonto, una comedia erótica en la que Billy Wilder consigue una observación cínica, sensual y verdaderamente mordaz sobre el adulterio, los celos y las dinámicas matrimoniales en la sociedad norteamericana. Me hace reír muchísimo con su humor negro y los múltiples guiños al Rat Pack. No entiendo ese maltrato injusto que recibió de los moralistas en el momento de su estreno, porque a mi parecer está a la altura de otras de sus comedias geniales como El apartamento y Con faldas y a lo loco. Y no exagero al decirlo. La dirige con una puesta en escena magnífica en la que abunda la ironía de los coloquios y la química de un reparto encabezado por Dean Martin, Kim Novak y Ray Walston que no tiene desperdicio alguno presentando esa farsa que describe, sin pelos en la lengua, algunos de los significados más habituales del éxito y el sueño americano. El guión de Wilder y I. A. L. Diamond se basa en la obra de teatro 'L'ora della fantasia', de Anna Bonacci. Se ambienta en un pequeño pueblo de Nevada, en donde se presenta la vida de Dino, un famoso cantante de Las Vegas con reputación de mujeriego que, luego de que su carro sufre una avería en la carretera, permanece durante un día en el pueblo Clímax, en el que es recibido por Barney, el mecánico de una gasolinera, y Orville, un profesor de piano fracasado que atraviesa una crisis matrimonial con su esposa Zelda, quienes de alguna manera planean engañarlo para que se interese por sus composiciones musicales y así puedan alcanzar la deseada popularidad que los aleje del fracaso. La trama, que se estructura con los parámetros clásicos de la comedia erótica, siempre me resulta atrapante por la pragmática de los diálogos de doble sentido característicos de Wilder y esas secuencias que magnifican los cruces amorosos y el apetito sexual entre los personajes, sobre todo cuando Orville, atormentado por los celos y el miedo de que su mujer lo engañe con el cantante lujurioso que se queda en casa, con ayuda de Barney busca a la prostituta de una cantina, Polly Pistola, para que se haga pasar por su esposa con el fin de que el visitante la seduzca a ella en lugar de su amada. Hay enredos, sorpresas, sensualidad, discusiones de pareja y situaciones bien cómicas que se ganan toda mi atención durante dos horas que pasan tan rápido como un Cadillac por la ruta 66. Son personajes que el fondo están afectados por las decisiones que han tomado en sus vidas, y hallan en la infidelidad una especie de liberación redentora que los sana. Wilder, amparando en un estupendo uso de la elipsis, los encuadra en los interiores de la casa con unas acciones que poco a poco señalan la dicotomías laminadas en el matrimonio y la forma en la que el hombre ordinario coquetea con esa cosa llamada sueño americano abandonando su dignidad con tal de conseguirlo, además de enunciar sutilmente la moralidad de un poblado. El tono subversivo es muy contagioso para mi gusto. Y encuentro maravillosas las actuaciones de todo el elenco; desprenden mucha comicidad con sus dotes expresivos, especialmente Walston como el marido celoso e inseguro que necesita estabilizar su relación para calmar sus inquietudes, Martin como el despreocupado cantautor (una versión ficticia de sí mismo) que desea acostarse con la esposa falsa para añadirla a su currículo de mujeriego, y, sobre todo, Novak como la ingenua y sensual cabaretera que realmente anhela ser feliz como esposa y abandonar el trabajo de mesera y las propinas de cinco centavos. Hay también canciones estupendas de Gershwin como Sophia y All the Livelong Day, que son cantadas con destreza por la voz sensacional de Martin. No tengo la menor duda de que se trata de una de las comedias más fascinantes y atrevidas que he visto de Wilder, otra muestra de su genialidad.


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Ficha técnica
Título original: Kiss Me, Stupid
Año: 1964
Duración:  2 hr 09 min
País: Estados Unidos
Director: Billy Wilder
Guion: Billy Wilder, I.A.L. Diamond
Música: Andre Previn
Fotografía: Joseph LaShelle
Reparto: Dean Martin, Kim Novak, Ray Walston, Felicia Farr, Cliff Osmond,
Calificación: 8/10
La odisea de los giles

La odisea de los giles es, a mi parecer, una película con la que el director argentino Sebastián Borensztein conjunta decentemente el cine de atracos con la comedia negra de coral, en un intento, supongo, de reproducir esa fórmula típica del cine hollywoodense de crimen, pero desafortunadamente no tiene la pujanza necesaria para que la pueda considerar como entretenimiento. Me causa dejadez tener que observar su trama de robos claramente convencional. Por alguna extraña razón la encuentro aburrida y un poco superficial, a pesar de la sinergia que logra el reparto encabezado por ese gran actor argentino llamado Ricardo Darín.  Su historia, escrita con un guion de Borensztein, se ambienta en la provincia de Buenos Aires durante la raíz del "corralito" en 2001, y me relata la historia de Fermín Perlassi, un hombre honesto de tercera edad que, tras descubrir la estafa ejecutada por un abogado y un gerente de banco, se dispone a asaltar, junto con unos colegas, la bóveda del ejecutivo ubicada en el pequeño corral de un campo. Por medio de una voz en off, el protagonista cuenta los motivos que lo llevan a recuperar lo que le pertenece, ocasionado en parte tras perder el dinero del banco que había logrado reunir en unas cuantas secuencias para montar una cooperativa con los ahorros de los vecinos. Y en un principio la crónica me resulta interesante por la manera en que organizan los elementos para ejecutar la maniobra, siguiéndole los rastros al señor corrupto de saco y corbata que se ha robado los ahorros de aquellos que viven en la miseria, con diálogos que contienen cierta ironía y situaciones que gozan de un humor ligero que no me causa ninguna gracia. Sin embargo, en la segunda mitad me desconecto de lo que hacen esos personajes hasta que prácticamente me deja de importar cualquiera de sus acciones. El conflicto central se torna algo baladí colocando subtramas innecesarias, los personajes secundarios presentan síntomas claros de carencia de desarrollo y el tono efectista se pierde tan rápido como un ladrón en fuga, en unas secuencias que no tienen nada que sea sorpresivo. Su material de denuncia social, que refleja a modo de metáfora la desesperación de los ciudadanos argentinos frente a la dura crisis económica, permanece en un terreno acomodaticio que, a fin de cuentas, no supone nada relevante. Ni siquiera la presencia de Darín puede remediar un corolario más que anticipado.   


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Calificación: 6/10


McCabe and Mrs. Miller

Como me ha pasado con algunas de las películas irregulares de Robert Altman, no encuentro nada que sea emocionante o decididamente novedoso viendo Los vividores. Tampoco entiendo su aclamación. Quizá vi otra película y estoy equivocado. Como western revisionista ofrece una visión austera de la vida en la frontera salvaje norteamericana, con un estilo visual depurado, pero me temo que ni siquiera eso puede revertir los efectos de una narrativa tan vacía como una Colt sin balas. Con una auténtica recreación de la época, me relata la historia de John McCabe, un misterioso forastero que llega a un frío y solitario pueblo minero a principios del siglo XX, donde monta un prostíbulo junto a la madame del burdel y socia, Constance Miller, ganando notoriedad por la rapidez en que crece su negocio. La narración, que invierte los parámetros del género a su antojo, en un principio despierta mi interés cuando observo al protagonista jugando al póquer y fumando su cigarro junto con los holgazanes de la taberna, hablando de negocios con su socia y amante, rechazando el trato de los forajidos enviados para matarlo. Sin embargo, el conjunto pierde fuerza con la simple historia del hombre que pudo prosperar. Sus diálogos se extienden innecesariamente. Se me hace previsible en la segunda mitad. Solo destaco la escena de la negociación entre McCabe y los cazarrecompensas en los interiores de la cantina, así como la reconstrucción metódica del período y ese sobrio panorama captado con planos ambiguos por la cámara Vilmos Zsigmond; con el fin, supongo, de desmitificar la figura del vaquero norteamericano y las acciones típicas halladas en las narrativas del lejano oeste. La estética de Altman, amparada en un simbolismo blando, construye un anti-western para interrogar de una manera pesimista los engranajes del capitalismo desde la perspectiva de la explotación minera y la prostitución organizada, señalando los caminos oscuros del sueño norteamericano con esa gente condenada a vivir en la miseria a cambio de la prosperidad de otros. Aunque no percibo tanta dinámica entre los protagonistas y sus descripciones carecen de dimensiones dramáticas, me parece decente la actuación de Warren Beatty como ese vaquero carismático con un pasado violento, y la de Julie Christie como la cabaretera inteligente de carácter cosmopolita. Lo otro, incluyendo el anticipado tiroteo en la nieve y las canciones soporíferas de Leonard Cohen, me causa abulia durante dos horas que avanzan como una diligencia sin caballos.


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Calificación: 6/10