El director afroamericano Shaka King ofrece una propuesta interesante sobre la biografía del activista y líder de las Panteras Negras, Fred Hampton, así como de un informante deshonesto el FBI. Mi análisis cubre en resumen una explicación de su final.
Si no me equivoco los libros recuerdan a Bobby Seale como uno de los fundadores y líderes más prominentes del Black Panther Party, famoso quizá por el polémico juicio de los ocho de Chicago en donde fue amarrado por órdenes de un juez racista en plena audiencia, pero no ha sido tan justa con la efigie de Fred Hampton. Como activista político, fue uno de los miembros más jóvenes en asumir la presidencia del partido en la filial de Chicago, y también la vicepresidencia a nivel nacional. Su habilidad natural para el liderazgo y la persuasión era notable en los discursos en que seducía a las masas con sus pensamientos revolucionarios. Pero su activismo radical lo puso en la mira del FBI, quienes lo consideraban una amenaza nacional. Su corta y trágica existencia ha sido retratada unas cuantas veces en documentales para la televisión. En el cine pocas veces se ha hecho una película sobre su vida. Por lo visto, Judas y el mesías negro, del director afroamericano Shaka King, es la primera que se encarga de hacerle justicia a su figura.
La película, estrenada hace ya dos meses en el Festival de Cine de Sundance y brevemente en la plataforma de streaming de HBO Max, relata un fragmento de la vida política de Hampton a través del vínculo que establece con un informante afroamericano del FBI que se infiltra en el partido de las Panteras Negras. No creo que sea una de las mejores películas del año, como afirman muchos medios de cine, pero sin lugar a dudas se trata de un drama histórico que, de una manera intrigante y sorpresiva, se toma dos horas para contar una historia sobre traición, política y causas revolucionarias, con dos actuaciones fascinantes de Daniel Kaluuya y Lakeith Stanfield que representan la cúspide de sus respectivas trayectorias como actores. No solo funciona muy bien como thriller policial, sino también como un drama biográfico que adquiere en algunos instantes la forma de un documental con las imágenes de los archivos históricos que, por encima de todo, le añade un carácter verdaderamente relevante a la travesía política ficcionalizada de Hampton.
Con una rigurosa recreación del período, la trama de la película se ambienta a finales de los 60 y me narra el relato de William “Bill” O’Neal (Lakeith Stanfield), un ratero de poca monta que tiene el hábito de robar automóviles haciéndose pasar por un agente federal, vestido como Humphrey Bogart y armado con una placa falsa para ahuyentar a sus víctimas. Luego de un intento de robo fallido, es arrestado por la policía. En la jefatura, el oficial del FBI, Roy Mitchell (Jesse Plemons), le ofrece retirar los cargos en su contra a cambio de que trabaje como encubierto y pueda infiltrarse en el Partido Pantera Negra (BPP). O’Neal acepta la tarea por el miedo que le tiene a la cárcel, aunque desconoce que el arquitecto de su misión es el jefe supremo de la institución, J. Edgar Hoover (Martin Sheen). Como infiltrado, su objetivo consiste en desestabilizar al partido desde adentro para sembrar la caída de Fred Hampton (Daniel Kaluuya), el líder de las panteras negras de Chicago que intenta crear una coalición de partidos revolucionarios en su lucha contra el poder que oprime a la gente.
La narración de la película, que se estructura como un racconto a través de los testimonios dramatizados de O’ Neal que se ejecutan, recurrentemente, en formato de falso documental con un sobreencuadre en plano medio corto, me resulta bastante entretenida cuando el infeliz protagonista se pasea por la delgada línea entre el deber policíaco organizado por el poder político más oscuro y la revolución política establecida por las minorías oprimidas de una sociedad desigual. Tiene escenas que son emocionantes por los golpes de efectos que logran que ciertas acciones de los protagonistas sean imprevisibles. La trama tiene sorpresas que se manifiestan con unos diálogos que son tan afilados como una navaja y me ponen a pensar con los alegatos políticos de corte socialista que salen de las argumentaciones de Hampton. El relato pocas veces atraviesa los terrenos acomodaticios del género, pero funciona por la forma estupenda en que se esbozan las motivaciones intrínsecas de los personajes principales cuando se pasean por los pasillos adornados de sujetos con boinas negras, gafas de sol, rifles y chaquetas militares. Se fragmenta en dos puntos vista.
El primero es el que sigue a O’ Neal como informante infiltrado en el partido de las panteras, trabajando para el diablo y para dios al mismo tiempo, ocultando su identidad para que no lo asesinen, aprisionado por una paranoia que lo persigue como una sombra en la pared, suministrando información a los puercos del FBI, pero, sobre todo, cumpliendo e involucrándose fuertemente en la cultura revolucionaria del Partido Pantera Negra, donde poco a poco se gana la confianza de Hampton y escala rápidamente en el esquema vertical de liderato de la organización, asumiendo el puesto de jefe de seguridad. Es un antisocial timorato, mezquino, cuya motivación se basa en el dinero fácil. Por su condición social y económica se ve obligado a cooperar con las autoridades. Curiosamente es el único miembro de las Panteras Negras que a veces no lleva puesta la boina negra ni las gafas, un símbolo claro que enuncia su posición como el traidor, el Judas que espera traicionar al mesías negro por unas cuantos dólares. Su motivación de ser una rata del FBI se debe al temor que le tiene a la prisión y, además, al anhelo de enriquecerse, palpable en las conversaciones que sostiene con el agente Mitchell, al que ve como un ciudadano próspero, donde disfruta de los placeres del capitalismo fumando puros y cenando en restaurantes exclusivos sin que nadie lo note. Pero cuando anhela encontrar el camino de la redención, es herido por el remordimiento y la imposibilidad de escapar del corral.
El segundo está presente cuando Hampton muestra su forma carismática de hacer política, convenciendo a los simpatizantes de otros partidos con sus facultades de oratoria para que se unan al movimiento y luchen unidos contra las injusticias, el racismo y la segregación de una nación, cosa que logra al concebir la Coalición Arco Iris, una alianza política multicultural que incluye a los Black Panthers, los Crowns, los Young Lords y otras pandillas callejeras de Chicago que comparten ideologías similares; es el líder que, blindado con palabras, desea acabar con las pugnas internas y trabajar por el cambio social no solo en la comunidad de Chicago, sino por todo los Estados Unidos. Pero en su batalla por la libertad y los derechos civiles se topa con el pez gordo de Hoover, presentado aquí como un conservador iracundo con tendencias racistas que no tolera el poder que alcanza el partido de un hombre negro como Hampton y emplea todo su poder desde las oficinas oscuras del FBI para silenciarlo y disminuir la influencia del Partido Pantera Negra. Estando en la cárcel, por haber robado un helado, se transforma en una persona más decidida que nunca, dispuesta a confrontar a los burócratas opresores para defender sus ideales.
Las actuaciones de Stanfield y Kaluuya me parecen puro fuego expresivo cuando se convierten en esos dos individuos con pensamientos diametralmente opuestos. Son tan feroces como los rugidos de un león. Y no me cabe la menor duda de que son las más maduras de las carreras de ambos. Stanfield demuestra aquí su capacidad a toda marcha cuando maneja sus cualidades expresivas de una manera muy creíble para comunicar sensaciones como la sospecha, el titubeo y la confianza fingida, sobre el rostro de ese informante que abandona cualquier rastro de lealtad y se conforma con ser un peón para obtener beneficios propios. Por otro lado, Kaluuya es una potencia al cuadrado cuando se pone en la piel de Hampton utilizando la voz, la mirada y la gestualidad serena y contenida que hace que el personaje se sienta de tres dimensiones en cualquier primer plano. Es una interpretación muy metódica. Cuando él está en pantalla, la película se eleva con su presencia. No veo ni una sola escena en la que no me parezca genuino cuando abre la boca para decir verdades con la retórica de sus discursos. A ellos se suma un rol secundario destacado de Plemons como el agente rubio que evoca tensión con su rostro sonriente y parsimonioso.
King no solo presenta los dilemas de un protagonista atrapado en las trampas de la ambivalencia política y de la culpa abrumadora, sino también la manera tan nefasta en que el poder manipula y oprime a la gente hasta dividirla. En su tratado, habla asimismo de los distintos los límites de la brutalidad policial, ostentada por oficiales de tez blanca que en todo momento abusan de la autoridad y violan los códigos de ética para aplacar a una minoría racial, manifestado quizá con mayor intensidad, primero, en la secuencia en la que los policías de uniforme azul tirotean e incendian la sede del partido Pantera Negra y, segundo, en la secuencia climática en la que el informante, como todo un Judas, envenena al hermano en quien confía antes de la llegada de unos agentes del FBI violentos que allanan la casa de Hampton y lo asesinan a tiros mientras duerme gracias al secobarbital que el Judas negro puso en su bebida. La única razón por la que no cae en el maniqueísmo es, a mi entender, porque exterioriza la realidad de un hombre negro oprimido que es manipulado por el hombre blanco y traiciona a los suyos con tal salvarse a sí mismo, acto que irónicamente consigue la división de una organización. A profundidad, propone que las comunidades afroamericanas pueden alcanzar una fuerza considerable si se unifican por una sola causa política.
Lo más interesante es que King toma prestados elementos del cine de Lee y de Scorsese para darle un estilo vibrante que se manifiesta, digamos, por algunos componentes estéticos que modifican la crónica del informante traicionero y conformista en una especie de híbrido entre Infiltrado en el KKKlan y Los infiltrados. Además de capturar la época de los 60 y principio de los 70 de una manera estilizada y muy auténtica, usualmente acomodada con una buena banda sonora de jazz. Conjunta el cine policial con el cine político de índole biográfico. Y alterna el ritmo de la narrativa con un montaje acertado, propenso a compactar lo que cuenta por medio de la elipsis y a cambiar los tonos con momentos que en ocasiones se vuelven oscuros y trágicos. Su película encaja convenientemente en estos tiempos actuales de discrepancias y de protestas, donde los de abajo se rehúsan a ser pisoteados por los de arriba. La he disfrutado mucho.
Ficha técnica
Título original: Judas and the Black Messiah
Año: 2021
Duración: 2 hr 05 min
País: Estados Unidos
Director: Shaka King
Guión: Shaka King, Will Berson
Música: Craig Harris, Mark Isham
Fotografía: Sean Bobbitt
Reparto: Daniel Kaluuya, Lakeith Stanfield, Jesse Plemons, Martin Sheen
Calificación: 7/10
Título original: Judas and the Black Messiah
Año: 2021
Duración: 2 hr 05 min
País: Estados Unidos
Director: Shaka King
Guión: Shaka King, Will Berson
Música: Craig Harris, Mark Isham
Fotografía: Sean Bobbitt
Reparto: Daniel Kaluuya, Lakeith Stanfield, Jesse Plemons, Martin Sheen
Calificación: 7/10
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