Crítica de 'El padre': drama honesto sobre la demencia

 El director y dramaturgo francés, Florian Zeller, adapta al cine su propia obra de teatro sobre un anciano con problemas de demencia. Mi análisis cubre en resumen una explicación del final.


El padre


Me cuentan que antes de empezar el rodaje de El padre, el director y dramaturgo francés, Florian Zeller, quería solamente a Anthony Hopkins para el papel principal. Anteriormente había dirigido a otros actores en el mismo papel en la versión de teatro de su propia obra, Le Père. Su obra se ha estrenado en los escenarios teatrales de más de 45 países, cosechando diversos premios y la aclamación de un público que lo considera ya uno de los dramaturgos más ingeniosos de las últimas décadas. Bien podía utilizar a otros actores de cine con experiencia teatral en su natal Francia. Pero su sueño siempre fue trabajar con el actor galés debido a la admiración que siente hacia su trabajo y su trayectoria. Cerca de 2017, le envió una copia del guión mientras esperaba la respuesta del actor con los dedos cruzados. Dijo además que en caso de que Hopkins no aceptara participar en su película, probablemente la hubiese protagonizado un francés. Él siempre fue su única opción. Sospecho que cuando le respondió con el ‘sí’, celebró a lo grande. El resto es historia. Tras finalizarla, tuvo su estreno en el Festival de Cine de Sundance de 2020, así como en otros festivales internacionales de cine.

El otro día se me presentó la oportunidad de ver esa ópera prima de Zeller como director de cine, adaptada, por supuesto, de su propia pieza teatral. Me parece emotiva, intimista, desgarradora. Y creo que fue una decisión muy acertada que cuente con la presencia de Hopkins. Como drama, no solo permite que Hopkins, en el ocaso de su carrera, entregue una de sus actuaciones más memorables, sino que, además, lo encuadra con una estética ingeniosa para construir un discurso sobre la senectud, la paternidad y los efectos terribles de la demencia senil, alejado diametralmente de los terrenos habituales del sentimentalismo burdo que posee este tipo de relatos, y dispuesto a montar las cosas con una predisposición para las sorpresas inesperadas. Su tono camaleónico y docto, edificado mayormente en una sola locación para ratificar las raíces teatrales del cineasta, otorga a la narración cierta sutileza para capturar, durante una hora y media, el eterno dolor y la confusión de un octogenario que se halla perdido tras las rejas de la remembranza.


Anthony Hopkins como Anthony. Foto de Sony Pictures Classics.


La película empieza con la visita de Anne (Olivia Colman) al apartamento de su padre, Anthony (Anthony Hopkins), un viejo de 83 años que tiene signos de demencia y gradualmente le cuesta recordar los acontecimientos relevantes de su vida familiar. La conversación en un principio gira alrededor de las sospechas de Anthony sobre su cuidadora reciente, de quien alega que robó su reloj porque no lo encuentra en ninguna parte de la casa, a pesar de que siempre lo coloca en el mismo lugar todos los días, además de que tiene una extraña necesidad de vivir en estado de aislamiento voluntario, con las cortinas oscureciendo el entorno, únicamente acompañado por los audífonos que le proveen soplos de relajación escuchando música clásica. La razón por la cual Anne le ha asignado una enfermera a Anthony se debe, primero, a que este padece un tipo de demencia que evoluciona a un paso veloz y, sin sospecharlo, lentamente amplía sus dificultades para recordar los eventos importantes de su vida. Y, segundo, porque Anne piensa abandonar a su padre en Londres para irse vivir a París con su nuevo novio y superar la etapa de soltera. Esa acción, levemente, detona el conflicto central.


Imogen Poots, Anthony Hopkins y Olivia Colman. Foto de Sony Pictures Classics.


La trama, que estructura las situaciones como si se tratara de una obra teatral, no solo presenta a Anne como una mujer solidaria y compresiva que sacrifica un pedazo de su existencia para cuidar a su padre a sabiendas de que no es la favorita, sino también los duros episodios provocados por el déficit memorístico de Anthony que se manifiestan, en mayor medida, en las escenas en que poco a poco pierde el sentido del tiempo y del espacio y comienza a tener alucinaciones recurrentes que le impide reconocer los nombres de ciertos familiares y hace que confunda lo que él conoce como realidad, además de los estados de ánimo que lo ponen a divagar entre la jovialidad, la tristeza y la furia. Lo prepara a partir de la secuencia alucinatoria en los pasillos solitarios de la vivienda, donde un día Anthony discute con un hombre desconocido (Mark Gatiss), que afirma ser el ex marido de Anne y, se confunde todavía más cuando Anne regresa del mercado con pollo para cenar y aparece como una mujer de aspecto distinto (Olivia Williams). En otra escena, Anthony se muestra reacio a que lo cuide la nana Laura (Imogen Poots) que ha sido contratada por Anne y que extrañamente le recuerda a su hija favorita, Lucy. 

Por otro lado, exterioriza la frustración y la impotencia de Anne como una taza rota cuando se imagina a sí misma asfixiando al padre malagradecido para terminar con su agonía. El problema de Anthony se profundiza aún más con unos cuantos golpes de efecto que lo lleva a discutir con el esposo de Anne, Paul (Rufus Sewell), quien ve al señor como un estorbo en la vida de todos ellos y sugiere que lo internen en una institución para ancianos con demencia. A medida que avanza, todas las escenas se sienten como los pequeños fragmentos de una mente que hace el esfuerzo por recordar una serie de pensamientos heterogéneos sobre su pasado.


Anthony Hopkins. Fotograma de Sony Pictures Classics.


Como si estuviera sacada de un guion de Kaufman, la historia expone de una manera casi subjetiva el calvario de un vetusto que lucha para cohesionar unos recuerdos estropeados por la demencia. Lo narra todo desde el interior del protagonista, como si sucediese dentro de su cabeza. El apartamento representa el espacio que se construye en su mente. El giro es que Anthony vivió un tiempo en el domicilio de Anne, pero cree que todavía vive en su apartamento. Por lo tanto, cada uno de las escenas en que Anthony desestabiliza el vínculo que tiene con su hija y la capacidad de asumir un comportamiento adecuado, o discute con individuos desconocidos que le dicen cosas despreciables, o rememora la tragedia de su hija Lucy cuando murió en un accidente automovilístico, pertenecen a fracciones diminutas de su propia memoria, mientras su vida se descompone por fuera en los interiores de un hogar de ancianos (él recuerda todo desde la habitación), donde es cuidado, sorpresivamente, por el enfermero y la enfermera que había confundido previamente con su hija Anne y su marido. Es por esa razón que casi nunca sale del apartamento, y mira por la ventana cuando piensa en sus hijas. Está condenado a la cárcel de la demencia que, aparentemente, toma la forma de su antigua residencia para tranquilizar su incertidumbre y amplificar la negación de la espantosa realidad que lo atormenta.

 
Anthony Hopkins y Olivia Colman.


Para ilustrar esa idea, Zeller emplea varios dispositivos formales que sutilmente dejan sus rastros en la puesta en escena para dibujar el cuadro clínico del protagonista. Usualmente recurre mucho al punto de vista para comunicar la turbación de Anthony cuando camina por la casa solitaria y cofunde la apariencia y los nombres de su gente cercana, así como la preocupación de Anne para responsabilizarse por la salud de su padre. Mantiene la teatralidad, casi siempre, encuadrando a los actores con el plano medio y el plano general, estableciendo una duración adecuada que preserva el ritmo y prolonga los diálogos para enriquecer la pragmática que explica el pasado. Por medio de la elipsis simbólica evoca el paso del tiempo que marca la evolución de la demencia de Anthony. Y su factura ingeniosa de la psicología del color azul, presente en el vestuario de Anne y Anthony y en los interiores de la morada, acentúan el declive emocional de los personajes y cuestiones como el orden, la generosidad, la lejanía y la introversión. Particularmente los tonos claros enuncian el anhelo, la protección y la tranquilidad, como en las escenas en que Anthony viste la pijama.

El factor más notable, quizás, es que encuadra la acción en una sola locación (el apartamento) que modifica constantemente el espacio, por medio de los decorados y el atrezzo (el reloj, los lienzos, los muebles, las paredes, etc.), con el fin de para transmitir, no solo el menoscabo físico y mental de Anthony, sino también el avance de la enfermedad sobre su mente, reflejado con mayor intensidad, primero, en la escena reveladora del clímax en que Anne solloza y se despide de Anthony y, más adelante, cuando Anthony despierta del letargo y se da cuenta de que ha estado fantaseando durante semanas en el cuarto del hospital, afectado por la soledad y la memoria a corto plazo que le arrebata la identidad, mientras llora por los recuerdos que se alejan como las hojas en el viento al lado de la mujer de figura fantasmagórica del inicio, quien resulta ser Catherine, la enfermera que lo ha cuidado todo el tiempo. El plano final de los arboles verdosos rememoran la esperanza que no se oscurece aunque un deterioro cognitivo establezca lo contrario.


Anthony Hopkins como su alter ego.

 
No hay ningún tipo de grieta en la actuación de Hopkins como Anthony. Me atrevo a decir que su interpretación como Anthony (que inclusive lleva su nombre) es una de las mejores interpretaciones de su carrera, y no me sorprendería si ganase su segundo Oscar a mejor actor. No hay una escena en la que no me resulte creíble el laberinto de su personaje. De una forma orgánica y muy auténtica transmite el sufrimiento interno de ese señor apático con síntomas de demencia empleando el lenguaje corporal, los largos monólogos y la expresividad mesurada que, bajo el rostro indolente, oculta la dolencia áspera originada por la pérdida de la memoria y la inestabilidad emocional, intercambiando en varias escenas la alegría por la irritabilidad en cuestión de segundos. Lo interpreta como un hombre errático y terco que niega lo inevitable para preservar lo que todavía tiene. Y desarrolla una química muy placentera junto a Olivia Colman, quien interpreta de una manera sobria y contenida a la hija responsable, considerada, sincera y algo indecisa que desea proteger al padre que no le agradece nada de lo que hace por él.
 
A mí me parece bastante comprensible que la película se destaque por esas actuaciones centrales de Hopkins y Colman. Pero también por lo que Zeller consigue en su puesta en escena, con un montaje rítmico y laberíntico que me pone a pensar en lo que es real y lo que es fabricado por la memoria del protagonista. Su narración se edifica poco a poco, preservando en todo momento la teatralidad de su material adaptado. No creo que se trate de uno de los mejores trabajos del año, pero no me cabe la menor duda de que es un drama que ofrece una mirada inquietante y muy singular sobre las etapas de la demencia.
  

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Ficha técnica
Título original: The Father
Año: 2020
Duración: 1 hr 36 min
País: Reino Unido
Director: Florian Zeller
Guión: Florian Zeller, Christopher Hampton
Música:  Ludovico Einaudi
Fotografía: Ben Smithard
Reparto: Anthony Hopkins, Olivia Colman, Imogen Poots, Rufus Sewell,
Calificación: 7/10

Tráiler de la película





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