Ocupo una parte del viernes por la noche viendo Río de sangre, de Howard Hawks, pero a la media hora me doy cuenta de que pierdo mi tiempo como una canoa perdida en un río. Me parece un western bastante anodino que, a pesar de contar con la estética atípica de Hawks, avanza al ritmo de una diligencia vacía durante dos horas en las que no pasa nada emocionante o significativo y todo sucede por inercia con los personajes huecos que me presenta, en la misma línea que la regular 'Río rojo'. Se ambienta en 1832 y relata la historia de Jim Deakins, un vaquero que viaja a caballo por las llanuras desérticas y se hace amigo de Boone Caudill, un prófugo armado con un rifle. Luego de un par de golpes de efecto para probar la hombría de ambos, la trama los coloca en el trayecto de una expedición organizada en una barcaza por Zeb (el tío de Boone) y un francés de nombre Frenchy, la cual tiene como objetivo viajar hacia Yellowstone por el río Missouri con una guía india para comercializar pieles en el territorio de los indios Blackfoot. Hawks, quizá motivado por la necesidad de hacer algo diametralmente opuesto a los terrenos habituales del western, emplea una puesta en escena que encuadra las acciones de los personajes con cierta prudencia, a merced del gran plano general que captura las praderas inmensas, recurriendo al sonido diegético y la elipsis para revelar intenciones, evadiendo a veces las confrontaciones violentas para presentar los dilemas morales de esos cazadores que se enfrentan a una tierra inhóspita e inexplorada. Sin embargo, presiento que no le inyecta fuerza a las situaciones del argumento, muchas de las cuales terminan pareciéndome previsibles. Y mantiene el desarrollo de los personajes en la superficie para favorecer la típica pragmática hawksiana que se encuentra en sus diálogos, pero con unos efectos dormitivos e innecesariamente largos en los que se habla más de la cuenta, sobre todo el protagonista que narra la travesía. Su preocupación se concentra en el choque colonial entre los tramperos y los indígenas del noroeste estadounidense, así como de la actividad del comercio como medio de diplomacia entre las dos culturas. Tampoco funciona el triángulo amoroso entre Kirk Douglas, Elizabeth Threatt y Dewey Martin. Se nota claramente que infravalora el potencial dramático de Douglas, cuya magnética actuación como ese vaquero cínico y prepotente eclipsa a todos los personajes. Lo único notable que hallo se limita a la presentación auténtica de los nativos americanos, alejada de los estereotipos comunes y explotados por Hollywood, aunque no siempre funcione así. El resto es una tontería.
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