La nueva película del universo de The Conjuring a cargo del director de "La maldición de la llorona" ofrece un terror irremediablemente básico.
El terror, ese género que funciona desde tiempos ancestrales exorcizando la mente de los espectadores a base de brujería, demonios, sustos, sangre y actividad paranormal, pocas veces ha captado mi interés más allá de obras excepcionales como El bebé de Rosmary y la perturbadora El exorcista. He llegado a un punto en mi vida en el que ya algunas de las películas de terror de Hollywood de la actualidad me parecen comedias. Ni más ni menos. En lugar de provocarme miedo solo me causan risa. Son puras tonterías, infladas hasta la saciedad por gente que se asusta con poca cosa. Pero de mi reducido listado de excepciones de la década pasada rescato El Babadook, Bajo la sombra, ¡Huye!, Un lugar tranquilo, Us, Cam, Halloween, Mandy, Perturbada y La llorona. También recuerdo que inicia con El conjuro, una película de terror a cargo de James Wan que trata la historia de una pareja de detectives paranormales que luchan contra una presencia siniestra en la casa de una familia de granjeros. Supuso para mí algo escalofriante y entretenido al revisar los viejos tropos de la morada fantasmagórica. Pero El conjuro 2 fue una sosería. Como era de esperar, la franquicia de los Warren quedó poseída por la maldición de las secuelas sin posibilidad alguna de que algún director le eche agua bendita.
La tercera entrega tiene como título El conjuro 3: el diablo me obligó a hacerlo y confirma todas mis dudas sobre el fatídico rumbo del universo de los conjuros de la Warner Bros. La dirige Michael Chaves, director que desconozco pero que imagino que fue obligado a realizar el encargo para complacer a los demonios codiciosos de Hollywood tras el éxito de taquilla de “La maldición de la llorona”. El visionado, en cierta medida, no supone para mí nada fuera de lo ordinario o algo verdaderamente espeluznante. Mis manos no alcanzan para contar sus clichés. Es tan aburrida que por momentos bostezo cuando veo de nuevo a Patrick Wilson y a Vera Farmiga cargando un crucifijo para extraer la maldad de gente endemoniada que me importa muy poco. Aunque su tono tenebroso es acertado retratando los escenarios funestos, la manera en que emplea los sobresaltos es bastante rutinaria y rara vez tiene un momento que me parezca tenso o aterrador cuando traslada la acción de las casas embrujadas de las predecesoras a los terrenos más básicos del thriller de terror sobrenatural sobre detectives, posesión y exorcismos.
La trama se ambienta en 1981 y describe un nuevo caso sobrenatural que investigan los detectives paranormales, Ed (Patrick Wilson) y Lorraine Warren (Vera Farmiga). Ellos documentan frente a la cámara el exorcismo de David Glatzel, un niño de unos ocho años que se halla poseído por un demonio. En la sala están los familiares de este, encabezados por su hermana Debbie y el novio de esta, Arne. También se une el padre Gordon, un sacerdote profesional en el arte del exorcismo. Ed y Lorraine se unen al padre para sacar el demonio que quebranta los huesos del chiquillo a través del caos desatado en la casa. Pero no pueden hacer nada y son lanzados por las paredes. Mientras sufre un ataque al corazón, Ed es testigo de cómo Arne, en un acto de sacrificio, invita al demonio a que posea su cuerpo en lugar de David. El episodio satánico termina con aparente calma. Tiempo después, en el hospital Ed le cuenta su versión de los hechos a Lorraine, consciente de que el demonio resurgirá en el cuerpo de Arne. Lorraine, como clarividente profesional, inmediatamente llama a la policía para anunciar el crimen de Arne. Pero es demasiado tarde. Bajo la influencia del diablo y de la canción “Call Me” de Blondie, Arne, agobiado por un demonio invisible que aparece en su casa, asesina con 22 puñaladas limpias a un colega y luego es detenido todo ensangrentando en la carretera por un policía afroamericano.
A partir de ese detonante, la película toma el camino facilón de la narrativa de los detectives que examinan el caso de homicidio de supuesto origen sobrenatural, sin ningún tipo de golpe de efecto que sea sorpresivo, de una manera esquemática y convencional en la que vaticino fácilmente las situaciones que los colocan a ellos al filo del peligro paranormal, de figuras horrorosas que solo están disponibles para asustar a la gente. Los personajes, Ed y Lorraine, están motivados a resolver el caso del homicida caucásico por la fuerte creencia religiosa y sobrenatural y porque están convencidos de que el diablo lo hizo, pero también porque lo ven como una oportunidad de sacar a la luz la veracidad del horror supernatural ante la policía escéptica que investiga el crimen y el sistema judicial estadounidense que prepara el veredicto, cosa que logran al llevarlo a la corte y convertirlo en el primer juicio por asesinato alegando como defensa la posesión demoníaca que experimenta Arne.
Las acciones de los protagonistas responden, fundamentalmente, a la ética de la demonología: encontrar la fuente que ocasiona la posesión diabólica sobre esas personas, o sea, el conjuro que impide que los exorcismos sean eficaces. Ed aporta el conocimiento sobre simbología de los objetos satanistas y Lorraine la clarividencia que le permite recrear acontecimientos ocultos en el pasado. Su moralidad se basa en hacer el bien ayudando a las almas poseídas por el diablo. Sin embargo, encuentran las pistas con demasiada facilidad, como la escena en que descubren el tótem de brujería intencionalmente colocado en el sótano del viejo cura y miembro de una secta macabra que les sirve para sospechar de que el asunto se trata de una maldición satánica. También en la que comprenden la naturaleza del asunto cuando cooperan en una investigación policial sobre la muerte de una tal Katie Lincoln, una joven que murió apuñalada 22 (la policía halló un tótem similar al que buscan en la casa de una amiga desaparecida de esta llamada Jessica), y se dirigen al bosque en el que se encontró el cuerpo, donde Lorraine tiene una visión sobre el crimen y reconoce, no solo que Jessica había apuñalado a Katie estando poseída también por un demonio y luego se suicidó, sino, además, lo que provoca la maldición es una hechicera que tiene el afán satisfacer a satanás ofreciendo una muestra de suicidio-homicidio de las personas que posee.
Las acciones de los protagonistas responden, fundamentalmente, a la ética de la demonología: encontrar la fuente que ocasiona la posesión diabólica sobre esas personas, o sea, el conjuro que impide que los exorcismos sean eficaces. Ed aporta el conocimiento sobre simbología de los objetos satanistas y Lorraine la clarividencia que le permite recrear acontecimientos ocultos en el pasado. Su moralidad se basa en hacer el bien ayudando a las almas poseídas por el diablo. Sin embargo, encuentran las pistas con demasiada facilidad, como la escena en que descubren el tótem de brujería intencionalmente colocado en el sótano del viejo cura y miembro de una secta macabra que les sirve para sospechar de que el asunto se trata de una maldición satánica. También en la que comprenden la naturaleza del asunto cuando cooperan en una investigación policial sobre la muerte de una tal Katie Lincoln, una joven que murió apuñalada 22 (la policía halló un tótem similar al que buscan en la casa de una amiga desaparecida de esta llamada Jessica), y se dirigen al bosque en el que se encontró el cuerpo, donde Lorraine tiene una visión sobre el crimen y reconoce, no solo que Jessica había apuñalado a Katie estando poseída también por un demonio y luego se suicidó, sino, además, lo que provoca la maldición es una hechicera que tiene el afán satisfacer a satanás ofreciendo una muestra de suicidio-homicidio de las personas que posee.
Chaves maneja una atmósfera que es coherente representando visualmente los interiores de las casas fantasmagóricas decoradas con candelabros, calaveras y libros ocultistas. Lo que veo es oscuro y tétrico. Pero por alguna razón permanezco en estado de impavidez por la manera en que el ritmo cohesiona el conjunto a paso de tortuga y el excesivo uso de los jump scare está fríamente posicionado para causarme un suspenso que, desafortunadamente, no siento nunca durante dos largas horas de metraje. Comprendo su intención de evocar los sustos por medio del cambio repentino de los silencios a los ruidos abruptos, pero en lugar de que me resulten inesperados o impactantes, consiguen el efecto diametralmente opuesto. No siento pavor ni aprensión, como si tuviera el mal de Urbach-Wiethe, aunque insólitamente consigo reírme mucho en la secuencia de la morgue en la que pone a los Warren a tratar de ubicar el paradero de la ocultista tocando la mano de un cadáver y luchan contra un monstruo bastante grotesco.
El ejercicio de horror, producido con los mecanismos más pueriles del género, le pasa factura a la narración hasta dejarme fatigado viendo al matrimonio de investigadores paranormales que se enfrentan a una villana vacía en el túnel sombrío de una casa de color rojo para no dejarse poseer por el ritual de la muerte organizado por las fuerzas malignas del señor Satán y vencer los obstáculos terroríficos con una cursi parábola sobre el amor. Los personajes que presenta me parecen tan huecos como las cavernas del infierno. A ratos tengo la sensación de que lo que veo me lo han contado cientos de veces, pero al terminar la pesadilla me temo que no puedo hacer nada para remediarlo. El diablo me dijo que la viera y caí en la trampa.
Ficha técnica
Título original: The Conjuring: The Devil Made Me Do It
Año: 2021
Duración: 2 hr 13 min
País: Estados Unidos
Director: Michael Chaves
Guión: David Johnson
Música: Joseph Bishara
Fotografía: Michael Burgess
Reparto: Vera Farmiga, Patrick Wilson, Ruairi O'Connor, Sarah Catherine Hook,
Calificación: 5/10
Título original: The Conjuring: The Devil Made Me Do It
Año: 2021
Duración: 2 hr 13 min
País: Estados Unidos
Director: Michael Chaves
Guión: David Johnson
Música: Joseph Bishara
Fotografía: Michael Burgess
Reparto: Vera Farmiga, Patrick Wilson, Ruairi O'Connor, Sarah Catherine Hook,
Calificación: 5/10
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