Según me cuentan Río Escondido está considerada como una de las mejores películas mexicanas de todos los tiempos y una de las joyas del director mexicano Emilio Fernández. Quiero pensar que me equivoco, pero a decir verdad es la más hueca que he visto del catálogo de El Indio de los años 40, bastante distanciada de la sutileza de Enamorada, María Candelaria y ese magnífico melodrama titulado La malquerida. Aunque recoge ideas políticas estimables sobre las precariedades sociales, la corrupción burocrática y el valor de la educación, me parece que es un poco indulgente desarrollando su melodrama y rara vez tiene algún momento que sea emotivo cuando cae en el panfleto gratuito al servicio de nacionalismo, atiborrada de unos personajes planos que representan sin nada de vigor el estereotipo común del campesino mexicano hundido en la miseria que espera ser rescatado por el proyecto de unidad nacional. Con un guion de Mauricio Magdaleno, relata la historia de Rosaura Salazar, una joven maestra que es elegida por el Presidente de México para que lleve al pueblo de Río Escondido la labor educativa que emprende la política posrevolucionaria para alfabetizar a las comunidades campesinas. Todo el conflicto gira alrededor de esa maestra abnegada, terca y comprometida con la ética que lucha, junto con el doctor encargado de vacunar al pueblo de la viruela, contra el alcoholismo, la ignorancia, el machismo, la brutalidad y la opresión impuesta por el tiránico presidente municipal que niega el agua a los pueblerinos y cierra las puertas de la educación y la salud. Y me temo que su narrativa desarrolla las situaciones de una manera acomodaticia, esquemática, previsible, maniquea, a veces cayendo en un didactismo algo contradictorio desde la óptica propagandista. Ni siquiera me conmueve la tragedia. La actuación de María Félix luce artificiosa y algo histriónica cuando emplea su expresividad para transferir la cuota de angustia y la desilusión de la profesora convertida en heroína de los más pobres. Me resulta más creíble la de Carlos López Moctezuma como el cacique machista y violento que, como es de esperar, asume el título de villano del pueblo para que el texto tenga cierta coherencia. Quizá lo más destacable es la manera en que El Indio emplea la elipsis y la voz en off para simbolizar los sacrificios de una nación (los murales de Diego Rivera en el Palacio Nacional), así como el uso del primer plano y el absorbente estilo visual de la lente de Figueroa que captura con mucha profundidad la condición de esas llanuras empobrecidas, desoladas y mortuorias.
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Título original: Río Escondido
Año: 1948
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