La película sobre los orígenes de Viuda Negra me parece uno de los peores episodios del Universo Cinematográfico de Marvel en la gran pantalla. Mi análisis cubre en resumen una explicación del final.
Natasha Romanoff, conocida como Viuda Negra, es una de las superheroínas de cabecera del catálogo de cómics de Marvel. Fue creada en los años 60 por Stan Lee junto al guionista Don Rico y el ilustrador Don Heck. Desde su comienzo es presentada como una espía rusa que, por la atracción que siente por Hawkeye, deserta de la Unión Soviética hacia los Estados Unidos para operar como una agente de la organización ficticia S.H.I.E.L.D. y también como miembro Los Vengadores. Aunque antes no era tan famosa fuera de las historietas de Marvel, en los últimos años ha alcanzado un impacto significativo en la cultura popular gracias a la manera en que Scarlett Johansson la interpreta en algunas de las películas del Universo Cinematográfico de Marvel como “Los Vengadores”. Una película sobre el personaje estaba en desarrollo durante muchos años, pero desafortunadamente nunca se pudo concretizar. No fue sino hasta nuestros días, luego de recuperar los derechos del personaje, que Marvel llegó a un acuerdo con Johansson para finalmente rodar una película sobre los orígenes de Viuda Negra.
Esta película, estrenada recientemente en las salas de cine y en la plataforma de streaming de Disney+, tiene como título Viuda negra y trata, en efecto, de los inicios de Natasha Romanoff como la espía pelirroja del acento ruso con el carnet de vengadora. Es la cuarta película de la directora australiana Cate Shortland. No tenía muchas intenciones de verla porque Viuda Negra siempre me ha parecido una superheroína sin matices, pero de casualidad aprovecho su disponibilidad para sumarme a la tendencia de la actualidad. Y a decir verdad está más allá de mi compresión que tenga semejante aclamación, sobre todo porque es una historia de origen aburrida y carente de ritmo que me arrebata dos largas horas de mi vida con los insulsos set-piece de acción y una trama rutinaria que coloca, a través de unos personajes bastante anodinos, el típico discurso sobre el núcleo familiar y el empoderamiento femenino que anda de moda por todo Hollywood. Ni siquiera la química de ese par conformado por las fabulosas Scarlett Johansson y Florence Pugh consigue disipar mi indiferencia ante lo que veo, pero dispongo a quedarme hasta el final para ver cómo termina el barullo.
La trama presenta, primero, la infancia de Natasha Romanoff (Ever Anderson) junto a su familia en la ciudad de Ohio en 1995. Allí ella comparte el hogar con su hermana pequeña, Yelena Belova (Violet McGraw) y sus padres, Alexei Shostakov (David Harbour) y Melina Vostokoff (Rachel Weisz). Se ven como una familia feliz, pero su cotidianidad rápidamente se ve afectada por agentes del gobierno que los persiguen y, en medio de sospechas y persecuciones, escapan del país hacia una base rusa en Cuba, donde se revela que sus padres son en realidad unos agentes rusos infiltrados en suelo norteamericano y tanto Natasha como Yelena son parte de un programa secreto que entrena a niñas huérfanas conocido como la Sala Roja, en donde las más fuertes alcanzan el estatus de Viuda Negra. Unos años más tarde, en pleno 2016, tras la batalla entre Los Vengadores en el aeropuerto, Romanoff (Scarlett Johansson), ahora adulta y separada de su familia disfuncional, se convierte en una fugitiva del gobierno estadounidense y Thaddeus Ross (William Hurt), buscada por la violación al tratado de Sokovia. Su misión, durante las situación difícil en la que se encuentra, es recopilar información que le permita dar con el paradero de Dreykov (Ray Winstone), el líder de la Sala Roja que aparentemente sigue vivo luego de haber sido dado por muerto y que la controla desde las sombras junto con las otras viudas de traje negro.
A partir de ese detonante, el argumento de la película me parece bastante mecánico porque, en cierta medida, desarrolla de una manera previsible y muy artificiosa los tropos habituales de la narrativa de espionaje internacional, con las secuencias aparatosas de acción que de forma episódica terminan en tiroteos y persecuciones por las calles de una ciudad famosa o instalaciones militares ultra secretas. Sin embargo, la acción se ejecuta de una manera muy blanda que no supone para mí nada emocionante. Me da la impresión de haberla visto varias veces en las misiones imposibles de Ethan Hunt y de James Bond. El pastiche es axiomático, pero a diferencia de esas, se despliega a través de la mirada de una espía que habita un mundo de superhéroes.
De esa forma no me sorprende que Romanoff investigue en varios países la ubicación de sus antiguos padres y su hermana Belova (Florence Pugh) para obtener datos que la lleve hasta el villano megalómano, mientras de paso muestra sus habilidades de asesina enfrentándose a una caterva de soldados y al misterioso Taskmaster, un supersoldado que anda detrás de una sustancia conocida como Polvo Rojo. Ni siquiera percibo tensión en la secuencia en que Romanoff y Belova pilotean un helicóptero para sacar de la cárcel al fuerte y tonto de Shostakov, que resulta ser el Capitán América de Rusia conocido como el Guardián Rojo. Tampoco me conmuevo en la que Romanoff, Belova y Shostakov tienen un momento como familia en la morada de Vostokoff, donde revelan que su familia era una invención de la operación encubierta de los rusos. La reagrupación de la familia falsificada, así como el elemento rojizo, funcionan como hilo conductor para justificar las acciones morales de la protagonista y, asimismo, un componente discursivo bastante soterrado.
Shortland establece que la razón por la que Romanoff se une a Belova se debe a que el polvillo rojo elimina el lavado de cerebro que ejerce Dreykov sobre las Viudas Negras desde la Sala Roja, por lo que eso no solo la ayudaría a ella a romper la cadena de la esclavitud impuesta por el dominio masculino hacia las mujeres y a redimirse por los errores del pasado que la atormentan (ella siente culpa al haber aceptado las órdenes de S.H.I.E.L.D. de asesinar a Dreykov y su hija Antonia), sino además a liberar a todas aquellas mujeres raptadas para los fines maquiavélicos de los rusos que siempre son los malvados de la película. Esto se refleja en la secuencia del clímax en la que Romanoff lucha contra Dreykov y en medio de su vulnerabilidad (descubre que no puede atacar porque este ha colocado en todas las viudas negras un dispositivo en las fosas nasales que bloquea las feromonas e impide acercarse a él si lo huele de cerca) choca intencionalmente su frente contra el escritorio para anular las feromonas, atacarlo y lograr su objetivo principal: borrar los registros sobre las Viudas Negras y destruir la computadora que sirve de mecanismo para el aparato global de manipulación.
No obstante, cada uno de los personajes de Shortland responden a estereotipos displicentemente colocados para hablar en la superficie sobre el significado de la familia, la hermandad y el empoderamiento producto de la ola feminista que ya es obligatoria en todas las producciones veraniegas protagonizadas por una actriz. Habla sobre el poder de la unidad familiar para solventar los problemas que se presentan en la vida cotidiana de gente que vive en la clandestinidad, pero también, de forma subterránea, comunica las consecuencias de la trata infantil, representada por el antagonista machista y misógino que toda su vida se ha dedicado a adoctrinar niñas para entrenarlas hasta que se conviertan en Viudas Negras durante la adultez. Y con sus dos heroínas enuncia que solo la mujer, independiente y sin necesidad de ayuda masculina, tiene el poder necesario para acabar con el patriarcado institucionalizado que oprime sistemáticamente a las mujeres lobotomizadas desde que son unas niñas. El color rojo [de la habitación y del componente] evoca el peligro al que se exponen las mujeres que están “subyugadas” y la rabia enterrada que manifiesta su sufrimiento. Es por esa razón que ridiculiza la imagen del héroe patriótico tradicional (Guardián Rojo) y muestra al antagonista como un ser que manipula a las mujeres para fines siniestros, mientras, a la vez, engrandece la efigie de la superheroína y sus compañeras independizadas.
Supongo que lo único que me hace permanecer hasta el final de este ejercicio fatigoso de superhéroes a cargo de Shortland es la química que demuestran Johansson y Pugh. Es palpable en varias escenas, como si fueran hermanas en la vida real. Ellas tienen cierta pericia física para las escenas de riesgo y los combates cuerpo a cuerpo. Pero eso me importa poco porque, como acabo de decir, las secuencias de acción no sirven para nada. Ni siquiera los diálogos que recitan remueven la puerilidad. Pugh, como la dura y sarcástica hermana menor afligida por los lazos familiares, no me causa gracia con el acento ruso fingido ni con los chistes de una sola línea. Y Johansson luce algo cansada como la agente rusa entrenada para matar que siempre cae al suelo con la misma pose, como si solo deseara cobrar el cheque de Feige y sepultar el personaje para siempre. Por suerte la despedida cursi incluye una lápida en el cementerio para impedir, digamos, cualquier intento posible de revivirla para una secuela. Es una de las peores películas que he visto del UCM.
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Ficha técnica
Título original: Black Widow
Año: 2021
Duración: 2 hr 13 min
País: Estados Unidos
Director: Cate Shortland
Guión: Eric Pearson
Música: Lorne Balfe
Fotografía: Gabriel Beristain
Reparto: Scarlett Johansson, Florence Pugh, Rachel Weisz, David Harbour, William Hurt, Ray Winstone,
Calificación: 4/10
Título original: Black Widow
Año: 2021
Duración: 2 hr 13 min
País: Estados Unidos
Director: Cate Shortland
Guión: Eric Pearson
Música: Lorne Balfe
Fotografía: Gabriel Beristain
Reparto: Scarlett Johansson, Florence Pugh, Rachel Weisz, David Harbour, William Hurt, Ray Winstone,
Calificación: 4/10
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