Crítica de 'Cuestión de sangre': un padre perdido en Marsella

En esta película, McCarthy presenta sus tópicos recurrentes sobre el dolor, la culpa y la reconciliación, pero con una trama bastante convencional de un padre al rescate de su hija. 


Cuestión de sangre


Con el paso de los años, me he dado cuenta de que el cine de Tom McCarthy, con algunas excepciones notables, no es exactamente de mi agrado y cada vez noto más que sus películas se construyen reciclando viejas ideas de sus trabajos anteriores. Sus películas tratan temas como el dolor, la culpa, la pérdida y los traumas del pasado, pero con unos personajes ilustrados con un desarrollo artificioso que carece de golpes dramáticos y que tira por la ventana ese componente llamado emotividad. No puedo decir nada bueno de su regular debut en Vías cruzadas, donde un enano solitario se hace amigo de un vendedor cubano de perros calientes y de una mujer con tendencias suicidas. Tampoco de Visita inesperada, en la que se aborda el interculturalismo y la inmigración con la tibia historia de un profesor angustiado que entabla amistad con unos inmigrantes. Y mucho menos de la insulsa Ganar Ganar, en la que un abogado y entrenador de lucha libre desgraciado se dispone a entrenar al nieto del cliente que ha traicionado. Insólitamente solo En primera plana me parece su obra cumbre cuando presenta, de manera orgánica e inolvidable, la tarea de unos periodistas de investigación para sacar a la luz los escándalos de abusos sexuales de la Iglesia Católica.

Quizá por esa última es que acudo con cierto entusiasmo a ver Stillwater, también titulada por estos lados como Cuestión de sangre, la película más reciente de McCarthy que tuvo su estreno en la pasada edición del Festival de Cine de Cannes celebrada en el mes de julio, donde tengo entendido que obtuvo de parte del público una ovación de pie durante cinco minutos. No sé en lo absoluto si la supuesta lluvia de aplausos era parte de una campaña mercadológica (como es ya usual en los festivales de cine internacional) para vender la película al distribuidor de al lado, pero a decir verdad no creo que merezca ni siquiera un segundo de elogios. Su propuesta, basada libremente en el caso de Amanda Knox, tiene un arranque más o menos interesante tratando las materias habituales de McCarthy, pero desafortunadamente a la media hora su drama pierde los registros emotivos y se seca como un pozo petrolífero en el desierto cuando Matt Damon interpreta a un héroe ordinario perdido en Marsella que, como padre, busca redimirse por las tragedias personales del pasado para reconciliarse con la hija involucrada en un asesinato, narrada con un ritmo torpe que me produce serios efectos dormitivos y una duración excesiva que pide a gritos unos cuantos cortes.


Matt Damon como Bill Baker. Fotograma de Focus Features.



La trama siegue a un trabajador petrolero llamado Bill Baker (Matt Damon), el cual abandona su puesto de trabajo en Stillwater, Oklahoma, y viaja a Marsella, en el sur de Francia, para visitar a su hija Allison (Abigail Breslin), quien lleva cinco años cumpliendo una sentencia de prisión de nueve años por un crimen que supuestamente no cometió. A través de los coloquios que Bill sostiene con Allison en sus visitas a la cárcel se revela que mientras ella asistía a la universidad de Marsella, fue condenada por el homicidio de su compañera de cuarto y amante infiel, Lina. Allison le pide Bill que le pase una carta a su abogada defensora, en la que afirma que uno de sus profesores llegó a escuchar el nombre del hombre que asesinó a Lina. Tras una reunión fallida con la abogada que ignora la correspondencia y se niega a reabrir el caso por pura especulación, Bill, confiado en la inocencia de su hija, recorre las avenidas de los suburbios marselleses para investigar por sí solo.

Como es habitual en algunas de las películas de McCarthy que mencioné más arriba, el protagonista es un hombre reservado y duro con un pasado trágico que intenta olvidar para adquirir la tarjeta de redención, aunque esta ocasión cumple con el estereotipo común de la clase social conocida como white trash. Baker no solo es mostrado como un hombre blanco de clase obrera que ha pagado las facturas del alcoholismo, la cárcel y el matrimonio disfuncional que terminó con el suicidio de su esposa y la ruptura con su hija Allison; sino, además, como uno motivado por el deber paterno que lo obliga a mentirle a su hija para tomar la justicia en sus propias manos y encontrar al prófugo que las autoridades dejaron huir. Su motivación lo convierte casi en un detective cuando transita los callejones sórdidos, pregunta por nombres y lucha contra la barreras lingüísticas para que su indagación tenga algún tipo de resultado y puede reconciliarse con su hija. Esto es visible, primero, cuando Bill se estaciona en Marsella por varios meses y conoce a Virginie (Camille Cottin), una actriz francesa de teatro que lo ayuda a traducir y le permite hospedarse en una habitación alquilada de su casa mientras este investiga y trabaja en la construcción, donde también hace de figura paternal de la hija pequeña de esta llamada Maya (Lilou Siauvaud). Y, segundo, cuando restablece su vínculo afectivo con Allison aprovechando el único día libre del año que ella tiene fuera de la prisión.


Matt Damon y Lilou Siauvaud. Fotograma de Focus Features.


La narrativa de ese personaje, en cierta medida, me resulta demasiado unidimensional y cansina por la manera en que sus acciones parecen repetirse a lo largo de dos horas interminables, además de que en algunos pasajes se torna previsible cuando se emplea con torpeza el recurso de la casualidad. De ese modo no me sorprende para nada que Bill salga caminando como Jason Bourne por las calles de los barrios para tocar puertas, soborne a un ex policía para adquirir una muestra de ADN y pregunte por gente sin importarle el peligro al que se pueda enfrentar. Tampoco cuando una mujer de un barrio le dice que el homicida se llama Akim, ni cuando imprime unas cuantas fotos de Instagram de los círculos sociales de Allison para que ella lo identifique y él, guiado por la fotografía, salga a localizarlo por los arrabales de día y de noche con toda la intención de secuestrarlo y de golpearlo hasta que escupa la verdad, cosa que consigue en una tonta y predecible secuencia del estadio de fútbol donde Bill se topa con Akim por segunda vez (en la primera lo vio de lejos en un distrito pero fue golpeado por pandilleros y lo dejó escapar) y finalmente lo secuestra, dejándolo amarrado en el sótano del edificio de Virginie.


Abigail Breslin y Matt Damon. Fotograma de Focus Features.


Damon, en su primera colaboración a las órdenes de McCarthy, ofrece una interpretación más o menos creíble como ese roughneck temerario, obstinado, honesto, de acento sureño y de modales brutos que, por su condición social y escasa educación, se rehúsa a contactar a la policía a medida que esclarece las pistas y afronta explícitamente el reto de hallar al culpable por la vía de la violencia clandestina. El estudio psicológico de su personaje tiene un tacto orgánico cuando evoca la ira soterrada, el desconsuelo y la preocupación del padre con la mirada y los gestos estoicos. Pero desgraciadamente su efigie de héroe común estadounidense se desploma al vacío cuando ciertas acciones lo ponen a caminar por las mismas rutas y rara vez demuestra una pujanza dramática que alcance a plenitud las tres dimensiones. Las circunstancias que atraviesa su personaje se olvidan tan rápido como ruedan los créditos.


Matt Damon.

 
En el fondo, el argumento está basado parcialmente en la odisea de Amanda Knox, pero McCarthy sustituye Italia por Francia, le cambia el nombre a Allison y añade el discurso del sacrificio paternofilial para ficcionalizar los hechos verídicos y evitar cualquier demanda potencial. En un principio muestra a Allison casi como una malvada, aunque a lo largo de la narración limpia su nombre. Propone que todo el barullo se origina porque en el pasado Allison, cansada de las infidelidades de Lina, le ordenó a Akim que la desalojara de la casa tras su separación y le pagó con un collar de oro con la palabra "Stillwater”, pero el muchacho recibió el mensaje equivocado y terminó asesinándola, fruto de que Allison confundió algunas palabras en francés. Y ahora, como Allison, cayó en la cárcel por ser la principal sospechosa, está desesperada por que Akim sea arrestado (porque la policía marsellesa es tan inepta que no puede hallarlo por ninguna parte), aunque se ve obligada a mentir sobre lo sucedido para que su condena no sea extendida. Esto se evidencia en dos escenas fundamentales. Primero en la escena en la que Bill dialoga a puertas cerradas con Akim en el sótano y este le cuenta su versión hasta hacerlo dudar de la inocencia de su propia hija, y, segundo, en el epílogo donde Bill recibe una condecoración en Oklahoma y Allison le cuenta la verdad de lo que realmente pasó.

Quizá la única escena que me provoca algún tipo de tensión es el clímax en el que Bill es detenido e interrogado por la policía y piensa, con mucho temor, que va a ser arrestado irónicamente por mantener cautivo en el sótano al asesino de la joven, pero da un respiro de alivio al enterarse de que los agentes no encuentran nada porque Virginie, que ya sospecha fuera de campo tras la conversación con el policía que finge inspeccionar la morada, deja que Akim escape. Todo lo demás me parece pura bagatela y no hay ni un solo momento que me resulte conmovedor o decididamente revelador cuando efectúa su desequilibrada mezcolanza entre el drama, el crimen y el thriller sobre el padre que quiere sacar a su hija de la cárcel. Del cine de McCarthy ya no espero nada, y esta entrega solo confirma mis dudas.

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Ficha técnica
Título original: Stillwater
Año: 2021
Duración: 2 hr 19 min
País: Estados Unidos
Director: Tom McCarthy
Guión: Tom McCarthy, Thomas Bidegain, Noé Debré, Marcus Hinchey
Música:  Mychael Danna
Fotografía: Masanobu Takayanagi
Reparto: Matt Damon, Camille Cottin, Abigail Breslin, Lilou Siauvaud,
Calificación: 5/10



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