Tras una ausencia de casi 12 años, la directora de "El piano", Jane Campion, regresa con un western que desmitifica la masculinidad peligrosa del vaquero tradicional. Escribo un breve análisis que cubre una explicación del destino final de su personaje.
Según me cuentan, alrededor del año 2017 la directora neozelandesa Jane Campion recibió una copia de la novela El poder del perro y de inmediato quedó cautivada por el material. Decía en una entrevista que quedó hipnotizada por la manera aterrizada y poética en que examina los tropos establecidos de la masculinidad en el viejo oeste desde la óptica de las sensibilidades modernas. La novela había sido escrita por la pluma de Thomas Savage en 1967, autor estadounidense que a partir de la segunda mitad del siglo XX alcanzó cierta reputación en los círculos literarios al especializarse en historias que interrogaban el lejano oeste norteamericano. Savage era un homosexual tapado, y su novela imprimía el trauma suprimido que él sentía a través de su vaquero protagonista. Durante varios años, los ejecutivos de Hollywood intentaron adaptarla a la gran pantalla, pero por razones que desconozco nunca fue posible. Hasta Paul Newman había tratado de llevarla al cine durante los años sesenta. Tras todo ese tiempo, Campion adquirió los derechos y finalmente se convirtió en la primera cineasta en poner en marcha el rodaje de la adaptación de dicha novela, consultando también con los académicos de la obra de Savage de la Universidad de Montana para extender el contexto y, por supuesto, poniendo fin a esa larga pausa de casi 12 años sin estrenar una nueva película en las salas de cine.
El poder del perro tuvo su estreno en el Festival de Cine de Venecia y más adelante la plataforma de Netflix el pasado mes de diciembre de 2021, donde por lo visto fue aplaudida por los supuestos especialistas de la crítica que la catalogaron como una de las películas más magníficas del año. A mí, particularmente, ni siquiera me emociona en lo más mínimo como para tener la osadía de catalogarla como una de las mejores del año, sobre todo porque es un western bastante anodino que solo emplea de forma presuntuosa sus valores estéticos para desmitificar la masculinidad tóxica del hombre del oeste más estereotipado, sin ningún ánimo de renunciar a esa zona de confort que repite nimiamente los mismos actos rutinarios a la luz del sol durante dos horas bien largas que avanzan como una mula moribunda por las praderas para que los vaqueros insulsos compartan sus secretos supuestamente íntimos sobre la sexualidad, el dolor y los miedos soterrados. Tiene grandilocuencia visual y una música que nunca alcanza mis oídos, pero su narrativa es plana. Lejos del hecho de que no se desenfunda ni un solo revólver, no me cuenta nada decididamente novedoso y por momentos tengo la sensación de que le falta algo de brío a las acciones de esos personajes interpretados por un puñado de actores que tienen como cabecilla a Benedict Cumberbatch.
En términos generales, el argumento de la película no es muy diferente a las descripciones habituales de los personajes que pueblan los westerns. Se sitúa en Montana, en 1925, donde los hermanos Phil (Benedict Cumberbatch) y George Burbank (Jesse Plemmons) son dos rancheros adinerados que se estacionan en una posada administrada por la viuda Rose (Kirsten Dunst), mientras de día dirigen el arreo de ganado para hacer dinero. Además de atender el negocio, el magnánimo George pasea por los aposentos con el fin de conquistar con mucha cordialidad el corazón roto de Rose, aunque ella en primera instancia rechaza sus avances. Por otro lado, el irascible Phil, muy influenciado por su difunto mentor, “Bronco” Henry, dirige con mano dura a los demás vaqueros del rancho para que aceleren el trabajo, mientras ocasionalmente se burla del hijo de Rose, un chaval tímido y de modales afeminados llamado Peter (Kodi Smit-McPhee). Con el paso de los días muchas cosas comienzan a suceder en la cotidianidad de ellos, como el hecho de que George y Rose contraen matrimonio y se mudan en la casa del rancho de Burbank, Rose envía a su hijo Peter a una universidad para que complete sus estudios en medicina, y Phil muestra su descontento por la unión de George y Rose porque piensa que ella es una trepadora que se ha casado por su dinero.
A través de la pragmática de los diálogos y de una estructura episódica que enumera cada capítulo con números romanos, la narrativa se encarga de mostrar las inquietudes intrínsecas de los cuatro personajes centrales cuando tranquilamente se pasean a caballo por las praderas o por los interiores de la residencia, aunque todo el peso del protagonismo es sostenido por el sórdido Phil y, en menor medida, por Peter en una segunda mitad. Phil no solo es descrito como un vaquero temperamental y cruel con la fuerza de un toro salvaje que respeta a su hermano e irrespeta con desagrado a Rose mientras se mofa de su hijo para atormentarla, sino como un alma solitaria que disimula su rebeldía palpable, en ocasiones, separándose de la manada para refugiarse en la cueva de los recuerdos del pasado donde suele bañarse desnudo y rememora los instantes inolvidables que compartía con el maestro [Bronco Henry] que amarraba con una soga la indomable homosexualidad reprimida que amenazaba con romper las cadenas de su hombría preestablecida, a veces masturbándose con el pañuelo blanco que le pertenecía para mitigar las penas. La virilidad con la que marchita flores de papel es solo un reflejo, casi simbólico, de la rabia provocada por la impotencia de no poder exteriorizar el lado sensible por temor a no encajar con el estereotipo del vaquero ideal, ese que es fuerte, rebelde y propenso a la sordidez. A pesar de su aspecto sucio y sus modales bruscos, en la escena en que George organiza una cena con sus padres y el gobernador con el fin de que conozcan a Rose y la escuchen tocar el piano, se revela también que se ha graduado de la Universidad de Yale. Su menosprecio hacia Rose, notable en la escena en que la ofusca con las cuerdas de su guitarrita mientras ella tiene problemas para tocar las notas de la marcha Radetzky de Strauss, es posible que se deba a que ve a la mujer como un estorbo que desestabiliza el núcleo masculino que lo rodea. Pero pronto se da cuenta de su movida errática cuando las agresiones verbales contra Peter, hechas para molestar a Rose, se transforman en un vínculo muy cercano que evocan sobre su ser los amores secretos por el bronco desaparecido.
Por otro lado, el puesto central de los secundarios lo ocupa el joven Peter cuando, lentamente, su presencia curiosa destapa los conflictos internos de Phil en la segunda mitad. En un principio, Peter es mostrado como un muchacho distante, reservado, debilucho y de conductas afeminadas que tiene como pasatiempo confeccionar flores de papel y que, a la vez, camina a pie por el rancho buscando animales silvestres para estudiarlos junto con las enfermedades que producen al mero contacto, mientras ayuda a su madre alcohólica a superar los lapsos depresivos y recibe constantemente las burlas de los hombres machistas de Phil. La única arma que ha disparado es la del aprendizaje que es, por así decirlo, lo que construye su personalidad. Es un muchacho curioso, perdido en el desierto de la discriminación. Más adelante, se conoce sus preocupaciones sexuales cuando en una de sus caminatas por el campo descubre un alijo de revistas con el nombre de Bronco Henry en cuyas páginas observa las poses de hombres desnudos y, acto seguido, se topa también a Phil bañándose desnudo en un estanque con el pañuelo alrededor del cuello, pero inmediatamente sale despavorido cuando Phil se da cuenta de su voyerismo y lo persigue para espantarlo. La escena, que en mi opinión es bastante previsible porque solo manifiesta de forma patética la aparente homosexualidad insinuada que los personajes comparten, funciona para ampliar la relación homoerótica que Peter desarrolla con Phil. A partir de ese golpe de efecto, Peter empieza a ver a Phil no solo como una figura paterna bondadosa que reemplaza así al padre alcohólico malvado que abusaba de su madre antes de ahorcarse, sino, además, como un modelo a seguir que pueda trenzar con un lazo de cuero sus inseguridades y le enseñe con toda seguridad a montar a caballo en el sentido más dual de la palabra.
La interpretación de Benedict Cumberbatch me parece bastante creíble cuando recurre a sus capacidades gestuales para abordar con el lenguaje corporal la psicología áspera, impulsiva y volcánica de ese vaquero rudo que no necesita pistola para disparar balas de intimidad con sus palabras, evocando un extraño equilibrio entre la crueldad y la sensibilidad. Interpreta a Phil como el típico vaquero con el pasado, individualista, moralmente ambiguo, pero uno que esta vez está atrapado en la cárcel de la culpa y la represión sexual de la que efímeramente solo consigue escapar al verse reflejado a sí mismo en el veinteañero al que le enseña el sendero de la autoaceptación. A su lado se destaca decentemente Kodi Smit-McPhee cuando aprovecha la mirada penetrante para comunicar las dudas enterradas del chico amanerado del oeste que disecciona animales y calma su inseguridad cuando se acerca a discutir con Phil en los interiores del establo para recibir la terapia de conversión, aunque a veces su inocencia calculada se nota un tanto predecible. El resto lo olvido rápido. La estancia intermitente de Jesse Plemons se desvanece como el polvo del desierto cuando interpreta al terrateniente impasible y amable dispuesto a ser el buen samaritano del asunto. Y la floja actuación de Kirsten Dunst solo me produce hartazgo cuando redunda inútilmente sobre su rostro el amargo sabor de la melancolía en clave de crisis conyugal y el alcoholismo irresoluble que sirve como una justificación bastante trivial para colocar una parábola sobre el pavor de la mujer que es una víctima del abuso doméstico y de la masculinidad violenta que destruye hogares (su personaje teme que su hijo siga el camino violento de Phil y de su fallecido esposo porque desconoce la verdad).
Quizá por la manera en que la estética de Campion configura los elementos en el contexto de Montana de 1925 se podría deducir sencillamente que en la superficie se trata solo de un western situado en el período tardío de transición. Pero yo diría más bien que es un drama de tonalidad psicológica que toma prestado los componentes paisajísticos del western para su orden decorativo y el desarrollo de los personajes. Sus imágenes, concebidas por la factura visual de la lente de Ari Wegner, adoptan una apariencia de plasticidad situacionista en la que el ambiente polvoriento y las amplias colinas en forma de perro que son golpeadas por la fría luz diurna actúan directamente sobre los comportamientos afectivos y las emociones taxativas que los personajes mantienen enterradas fuera de campo. La psicogeografía del plano panorámico señala cosas como la angustia, los celos, la desdicha, la sexualidad y la soledad que la elipsis se niega a revelar. Los personajes, especialmente Phil y Peter, están subordinados al espacio para construir las situaciones que, con cierta blandura proxémica, tejen su rutinaria existencia cuando comparten de cerca los pensamientos que nadie más puede ver en su relación. Adicionalmente, la concatenación de acontecimientos se construyen a ritmo contemplativo, con una carga considerable de metáforas y símbolos, con silencios y miradas que se esquivan en el aire a través del primer plano, además de una partitura musical de Jonny Greenwood a la que honestamente no le encuentro ningún valor acústico.
Desafortunadamente ni siquiera con esas inclinaciones estéticas me veo impresionado en lo más mínimo y pierdo cualquier rastro de interés porque todo pasa a desganas, sin ningún tipo de impacto dramático o emocional, manoseado por el tacto simbólico, como en la secuencia en la que Peter cabalga por el llano e inspecciona a una vaca presumiblemente muerta por una infección de ántrax (que anuncia la trágica muerte de Phil); en la que Rose regala las pieles que Phil suele quemar a los nativos americanos para castigarlo por su actitud. También la ira de Phil cuando se entera de que ya no tiene pieles para terminar el lazo prometido que selle la unión con Peter; la ofrenda de Peter de la piel que cortó del ganado muerto que estaba enfermo para vengarse inconscientemente del conmovido Phil; la anécdota personal en la que Phil le relata a Peter cómo Bronco Henry le salvó la vida acostándose con él en un petate para calentar su cuerpo sudoroso durante un clima helado. Todo me resulta fácilmente descifrable por ese principio de no-duplicidad en el que la dialéctica de la crónica de Bronco Henry mimetiza el vínculo entre Phil y Peter, donde el primero está condenado a morir como un perro débil con la peste para pagar por sus abusos machistas y el segundo queda convertido en el fuerte para contárselo a su próximo cachorro del rancho. Ese es el verdadero significado del "poder del perro": la fuerza escondida del individuo que siempre ha estado abajo recibiendo un trato discriminatorio, el perro que muerde cuando menos ladra.
Al principio me niego a ser asaltado por el aburrimiento cuando veo a vaqueros montando a caballo en el rancho y dedicándose a la explotación de un ganado amenazado por carbunco, pero luego pongo las manos sobre la nuca para caer rendido ante los efectos dormitivos de este western que solo los expone como figuras de arcilla muy acomodadas al servicio de un texto obvio que deconstruye la ambigüedad sexual y el ego masculino más autodestructivo que merece un entierro con servicio fúnebre para garantizar el retorno de la prosperidad femenina en una nación que progresa abandonando las viejas tradiciones. Los personajes apenas están bien construidos, y poco o nada me importan sus miserias y frustraciones. Apuesta por un intimismo que nunca escapa de las discusiones de doble sentido sobre los estados anímicos más abruptos que suceden de forma implícita ni de los sentimientos suprimidos convertidos en citas bíblicas para los culturetas que pueblan los festivales y creen que cualquier cosa que lleva el sello promocional es una obra maestra. Su visión panorámica del oeste, acondicionada con cierta fragancia revisionista, pierde su norte como un perro ciego entre tanta sutileza premeditada. Me parece un western manido y bastante fútil de la directora de El piano.
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Ficha técnica
Título original: The Power of the Dog
Año: 2021
Duración: 2 hr 08 min
País: Australia
Director: Jane Campion
Guión: Jane Campion
Música: Jonny Greenwood
Fotografía: Ari Wegner
Reparto: Benedict Cumberbatch, Jesse Plemons, Kirsten Dunst, Kodi Smit-McPhee, Thomasin McKenzie,
Calificación: 5/10
Título original: The Power of the Dog
Año: 2021
Duración: 2 hr 08 min
País: Australia
Director: Jane Campion
Guión: Jane Campion
Música: Jonny Greenwood
Fotografía: Ari Wegner
Reparto: Benedict Cumberbatch, Jesse Plemons, Kirsten Dunst, Kodi Smit-McPhee, Thomasin McKenzie,
Calificación: 5/10
Sí... es sofisticada la película, pero es aburrida...
ResponderBorrarLo es. Más aburrida, imposible.
BorrarEs una obra de arte visial y psicológica. Al que haya escrito este artíciulo le diré que obviamente es sabio en tecnica cinematografica pero no tiene ni idea de la psicologia de los personajes.
ResponderBorrarSe ha quedado en lo superfluo de la historia...lo evidente. Es una obra unica y perdurable por extraña . por que creo que es una de esas poca peliculas que construyen muy bien EL TRIUNFO DEL DEBIL.... con el arma que le resta, el conocimiento ante la fuerza fisica...
Es posible, pero eso no quita que sea una obra igual de aburrida y pretenciosa.
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