Con una duración de más de tres horas,
La caída del imperio romano es una película en la que Mann muestra con pomposidad un espectáculo de espada y sandalias, pero con un resultado, a mi parecer, bastante irregular que solo consigue que se desplome con mayor rapidez su crónica sobre la decadencia y la corrupción de un imperio. En su tiempo fue el mayor fracaso de taquilla de la Paramount Pictures, hasta el punto de mandar a la bancarrota a su productor, Samuel Bronston, y, a la vez, de reducir en Hollywood la producción de grandes epopeyas. La trama narra, de una manera previsible, el comienzo de la hecatombe del Imperio romano de Occidente en dos períodos fundamentales. En el primero, quizá el más interesante, relata los últimos días del sabio y respetado emperador Marco Aurelio, en los tiempos en que, junto a su fiel consejero Timónides, convoca a sus generales para que defiendan las fronteras del imperio y nombra como sucesor a su protegido, Livio, en detrimento de su ambicioso y caprichoso hijo Cómodo. En la segunda, cuenta el ascenso al poder del emperador Cómodo tras el envenenamiento de su padre en un magnicidio y las decisiones políticas que desestabilizan el territorio, mientras su hermana Lucila y su mejor amigo Livio conspiran para derrocar su tiranía. Mann, con su estilo habitual para la puesta en escena, ilustra a fuego lento las peripecias de sus personajes que están constantemente viajando, asistido por las tareas fotográficas de Robert Krasker, en las que se encuadra la acción mayormente con el gran plano general para aprovechar las panorámicas que ofrece el formato Ultra Panavision en Technicolor, a través de unos decorados gigantescos que, con cierta autenticidad, logran captar el esplendor del imperio romano y la muchedumbre que lo habita. Se nota su atención al detalle por los escenarios que reproducen el Foro de Roma, las columnas, los edificios enormes, las calles blanquecinas, el vestuario fastuoso. Las secuencias de batalla son, al menos, decentes. La música de Dimitri Tiomkin es magnífica y le añade protagonismo sinfónico con su leitmotiv. Pero, a pesar de estar ensamblada con un ritmo consistente, me parece que su épica histórica se vuelve efectista y un poco superflua al profundizar la psicología de los personajes, dejándolos al margen de la descripción, en unas discusiones repetitivas que nunca escapan del maniqueísmo más politizado que señala sin cuestionar. De las actuaciones destaco la del gran Alec Guinness como ese emperador anciano que desprende sabiduría y bondad con sus gestos; la de Christopher Plummer como el maquiavélico emperador; y, también, la de James Mason como el filósofo de la diplomacia que negocia por el bien de la igualdad y la paz. Con ellos, Mann examina las contradicciones del poder desde la óptica de la sucesión, así como la putrefacción moral que suprime los límites de la lealtad y los vínculos familiares en el contexto de la política imperial. Y por momentos es correcto en su revisión ficcionalizada. Pero es no evita que su péplum sea blando como una espada de madera.
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Ficha técnica
Título original: The Fall of the Roman Empire
Año: 1964
Duración: 3 hr 08 min
País: Estados Unidos
Director: Anthony Mann
Guion: Ben Barzman, Basilio Franchina, Philip Yordan
Música: Dimitri Tiomkin
Fotografía: Robert Krasker
Reparto: Sophia Loren, Stephen Boyd, Christopher Plummer, Alec Guinness, James Mason, Mel Ferrer,
Calificación: 6/10
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