Crítica breve de 'Cuarenta pistolas' (1957)

Por alguna razón, permanezco impávido ante lo que me relata Samuel Fuller en Dragones de la violencia, un western realizado con una discreta economía de recursos que sigue la tendencia de la época de las panorámicas ofrecidas por el CinemaScope. El problema fundamental, supongo, es que Fuller ofrece muchas pistolas, pero hay pocas balas en su narrativa irregular y no consigo emocionarme con algunos de sus personajes asépticos del oeste. La trama se sitúa en 1880, donde el Marshall Griff Bonnell y sus dos hermanos, Wes y Chico, llegan al pueblo de Tombstone en el condado de Cochise, Arizona, que está asediado de día por los cuarenta bandoleros de Jessica Drummond, una terrateniente que tiene el poder suficiente para controlar todo lo que sucede en el territorio y sembrar caos en el pueblo sin ley. Como es usual en la poética fulleriana, muestra violencia abrupta, amor imposible y una tragedia inesperada. El inicio es más o menos atrapante desde la secuencia del tenso duelo en el que el serio alguacil despoja de su arma al hermano de la jefa como si se tratara de un chiquillo rebelde; también en la secuencia del tornado simbólico en el que Jessica es arrastrada por el caballo blanco y es rescatada por Griff, donde luego se refugian en la cabaña amorosa que sellará el agitado melodrama de ambos como amantes sin química. El resto de las confrontaciones se me olvida enseguida. Y no supone para mí nada fuera de lo habitual el argumento de la mujer indomable del oeste que finalmente se rinde ante el vaquero que es duro como la piedra. La envoltura de los personajes me resulta superflua y carente de fuerza emocional porque, en cierta medida, no poseen ningún tipo de profundidad más allá de las descripciones que responden a los estereotipos del oeste, además de que Fuller los muestra de una manera atropellada al intentar narrar múltiples conflictos para rellenar los huecos que sobran. Cerca del tercer acto la cosa se torna un poco previsible cuando los bandidos de la señora mueren por turno y el protagonista, que no ha disparado un arma en diez años, tiene la justificación más facilona para hacerlo de nuevo: la venganza. Me cae como plomo la actuación de Barry Sullivan como ese pistolero reformado, inexpresivo, de pocas palabras, que solo anda por el poblado para implantar el orden y quedarse con la chica que necesitaba para inyectarle algo de sangre a su corazón seco. Solo me parece cautivante la interpretación de Barbara Stanwyck como la hacendada inescrupulosa, despótica, independiente, que gobierna con mano de hierro un imperio del crimen que lentamente se desmorona y revela, a través de sus diálogos, un pasado amargo de abusos y ambiciones. Desde luego, resalto esa estética utilizada por Fuller para retratar el oeste con una mirada atípica y realista, alejada de idealismos innecesarios, empleando un puñado de planos interesantes que acentúan las acciones inmediatas de los personajes. Su uso del encuadre móvil es bastante sutil cuando se ejecuta con travellings prolongados. Quizá por eso no llego a decepcionarme por completo con este western folletinesco que, de cierta forma, solo transfigura el mito de Wyatt Earp.

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Ficha técnica
Título original: Forty Guns
Año: 1957
Duración: 1 hr 20 min
País: Estados Unidos
Director: Samuel Fuller
Guion: Samuel Fuller
Música: Harry Sukman
Fotografía: Joseph F. Biroc
Reparto: Barbara Stanwyck, Barry Sullivan, Dean Jagger, John Ericson, 
Calificación: 6/10

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