Crítica breve de 'Sublime obsesión' (1935)

Sublime obsesión
Sublime obsesión, de John M. Stahl, es una película romántica de la que no consigo extraer otra cosa que una sensación de fatiga causada, ante todo, por la ausencia de pulso dramático de los personajes acartonados que presenta. A diferencia del remake de Sirk, estrenado años más tarde en 1954 y titulado también Magnificent Obsession, a esta no le encuentro nada magnífico durante las casi dos horas que duran los dilemas, basados en la novela de 1929 de Lloyd C. Douglas. Más bien todo lo contrario. Su melodrama se edifica de una forma fútil y avanza a un ritmo letárgico que le quita sustancia a los tópicos sobre la obsesión, los milagros y el amor ciego. Cuenta la historia de Robert Merrick, un playboy que, tras ocasionar el accidente de un reputado doctor y filántropo que murió ahogado en un río, se enamora de la viuda de este que se hace llamar Helen y decide conquistarla, impulsado, en parte, por la creencia casi mística de que los actos bondadosos son recompensados con el bienestar y la felicidad. A través de ese hilo conductor, la narrativa de Stahl muestra cómo el poder de la fe ilumina al amor más oscurecido por la desgracia, particularmente cuando Helen se queda ciega por un accidente y Robert, que carga con la culpa de su desdicha, oculta su identidad para seguir con el plan de la conquista y finalmente, tras varios encontronazos del destino, convertirse en el doctor que tiene a su disposición los medios necesarios para sanarla. El problema es que, lejos de las metáforas más obvias, no logro conmoverme con los infortunios existenciales de ellos, sobre todo porque carecen de personalidad y todo el tiempo sus conflictos más inmediatos suceden de una forma apresurada, hueca, completamente inocua, carente de cualquier brío dramático que los saque de la superficie cuando conversan a puertas cerradas sobre el idealismo, el afecto y la bondad que se promueve desde las esferas de la burguesía capitalista estadounidense de los años 30 que apenas superaba la crisis de la Gran Depresión. La narración se distribuye con un montaje glacial, en el que cada escena se configura dentro de los marcos más teatralizados, donde los personajes entran y salen sin que suceda nada significativo detrás de los diálogos superfluos que sostienen, como si fuera el producto de múltiples ensayos fallidos para memorizar las líneas habladas. Son personajes infinitamente asépticos, sin nada de gracia ni en los momentos más joviales. La química entre Irene Dunne y Robert Taylor me parece prácticamente ausente durante todo el metraje. A pesar de todo, Taylor ofrece algunos instantes decentemente agradables cuando ejerce su carisma para expresar las inquietudes del magnate que seduce a la ciega inocente. En cambio, la actuación de Dunne no me resulta para nada creíble cuando hace de invidente mirando para abajo y caminando con el bastón; su expresividad a veces parece un poco postiza. Solo rescato, por lo menos, unos cuantos planos interesantes, en una puesta en escena elegante en la que Stahl ejecuta todo con una fragancia novelesca.

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Ficha técnica
Título original: Magnificent Obsession
Año: 1935
Duración: 1 hr 52 min
País: Estados Unidos
Director: John M. Stahl
Guion: George O'Neil, Sarah Y. Mason, Victor Heerman
Música: Franz Waxman
Fotografía: John J. Mescall
Reparto: Irene Dunne, Robert Taylor, Charles Butterworth, Betty Furness,
Calificación: 5/10

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