Crítica breve de 'Electrodanza' (1983)

Electrodanza
Después de ver Flashdance no me cabe la menor duda de que Jennifer Beals puede bailar como una maniática bajo una banda sonora electrizante, pero tengo la impresión de que su rol no es suficiente para dinamizar una narrativa que tropieza demasiado entre el pop camp y la rutina del videoclip. Todo me parece terriblemente artificioso. Y no sé qué me ha motivado para verla luego de varios años de visionados esporádicos de VHS y televisión por cable, aunque supongo que su impacto en la cultura popular jugó un papel fundamental en mi curiosidad. Sin mucho apuro, su trama sigue la historia de Alex Owens, una joven huérfana de 18 años que de día se gana la vida como soldadora en un trabajo de cuello azul, pero por las noches es una bailarina exótica en un club nocturno al que suelen ir los hombres a ver a mujeres semidesnudas para reducir el estrés laboral. La mayor parte del asunto sigue de forma mecánica la narrativa de la superación personal que habita los rincones del sueño americano tan manoseado por Hollywood, sobre todo cuando cuando Alex, por pura casualidad del destino (o por decisión de los guionistas), mantiene una relación con el jefe rico de la fábrica y nunca abandona sus sueños de ser bailarina profesional en la academia prestigiosa de danza, a pesar de chocar constantemente con esa miseria que se lo impide. En la superficie su argumento examina, por lo tanto, la manera en que la condición socioeconómica y los miedos internos obstaculizan las quimeras más inmediatas de la mujer de clase trabajadora, así como la determinación de no abandonar la pasión como la clave que garantiza el éxito y la independencia. Pero más allá del discurso de superación personal, las escenas se vuelven redundantes porque giran sin prisa alrededor de lo mismo: el coqueteo de la protagonista con el jefe, las sesiones de baile como objeto de entrenamiento, los viajes en bicicleta por las calles húmedas de la ciudad y los encuentros en el club nocturno donde ella baila como si tuviera dinamita en los pies. No sucede ninguna acción que tenga brío dramático; el romance luce demasiado impostado, sin química alguna entre los protagonistas. Desde luego, encuentro gratificante ver bailar a Beals en algunas de las escenas del club nocturno, en un rol que demuestra cierta pericia física cuando baila como si nunca antes hubiese bailado, a pesar de que en el exterior interpreta a un personaje unidimensional y blandengue que está predestinado a que todo le salga bien para conquistar sus deseos y su libertad. Lyne la encuadra en una puesta en escena en la que abunda el montaje rítmico, la estética videoclipera de las secuencias de baile y los ambientes de luces estroboscópicas que, por momentos, me resultan mareantes. Lo único que me emociona, por encima de todo, es ese soundtrack memorable de Giorgio Moroder que contagia mis oídos cuando escucho las enérgicas canciones "Maniac" (cantada por Michael Sembello) y la inolvidable "Flashdance... What a Feeling". Todo lo demás me resulta acartonado en su historia de amor.

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Ficha técnica
Título original: Flashdance
Año: 1983
Duración: 1 hr 34 min
País: Estados Unidos
Director: Adrian Lyne
Guion: Joe Eszterhas, Tom Hedley
Música: Giorgio Moroder
Fotografía: Donald Peterman
Reparto: Jennifer Beals, Michael Nouri, Lilia Skala, Sunny Johnson, Kyle T. Heffner
Calificación: 5/10


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