No sé si me atrevo a decir que
El cuarenta y uno es una de las obras mayúsculas del cine soviético postestalinista, sobre todo porque su narración se subordina a la típica propaganda del realismo socialista hasta quedar, a veces, en una marea predecible; pero su parábola sobre el amor, el deber y la condición humana, lejos de su diatriba propagandista, posee una fuerza poética que es bastante conmovedora. Se trata de la ópera prima de Grigori Chujrái, rodada como un remake del clásico mudo de 1927 de Yákov Protazánov. Como dicha antecesora, está basada en la novela homónima de Boris Lavrenyov. Su argumento se sitúa en la Revolución Bolchevique, donde un narrador relata la existencia de María "Marushka" Filatovna, una francotiradora experta que huye a través del desierto de Karakum con los demás camaradas de su unidad del Ejército Rojo, tras haber sufrido una aplastante derrota en manos de los blancos, de la que orgullosamente ha conseguido matar a 40 enemigos con su rifle; pero que también deposita su mirada discretamente en el prisionero de guerra del ejército blanco que pudo ser su baja número 41 durante una emboscada a una caravana de camellos. En una primera mitad adquiere la mecánica de un drama bélico de supervivencia desde la óptica colectivista de los valores comunes, donde los soviets ocasionalmente se enfrentan a algunos enemigos y caminan sin rumbo por las dunas desérticas con la moral por el suelo, mientras comparten el agotamiento por el hambre y la esperanza desparece lentamente con el viento. En la segunda, la odisea de supervivencia se transforma en romanticismo shakesperiano cuando, por las circunstancias nefastas del destino, la bella francotiradora se enamora del oficial capturado y ambos son obligados a sobrevivir en la choza de una isla deshabitada más allá de sus diferencias ideológicas, mientras surge la pasión que es tan cálida como las llamas de una fogata a plena luz de la noche, aunque ideológicamente saben que su unión está condenada a una tragedia. En las dos mitades el director de
Balada de un soldado demuestra sus sensibilidades estéticas, en una puesta en escena que está estilizada habitualmente por el encuadre móvil de una cámara en constante movimiento y unas panorámicas que capturan a contraluz la agonía de las figuras ensombrecidas por la fatiga, además de acentuar con el primer plano las dudas y las emociones recónditas de los personajes a través de las miradas. Hay cierta plasticidad en la manera en que utiliza los recursos para fines expresivos, sobre todo en el uso proxémico del espacio que muestra la hostilidad del desierto a color, pero también un componente naturalista que, por medio de la elipsis y de la sobreimpresión, construye una poesía visual que encadena constantemente los planos simbólicos del fuego y de las olas del mar para metaforizar sobre los rostros de los protagonistas el regocijo, la incertidumbre, la culpa y la desilusión, con una melódica banda sonora de Nikolai Kryukov. Percibo también una buena química entre Izolda Izvitskaya y Oleg Strizhenov. Una me resulta creíble como la proletaria fría, soñadora, fuerte, que pone el deber por encima del amor. El otro logra un desempeño aceptable como el burgués individualista, seductor, dotado de cultura, cuyo idealismo es aislarse de la conflagración para vivir una vida feliz al lado de su amada. Las conversaciones que ellos sostienen son muy agradables, y alcanzan un mayor impulso dramático en el epílogo entristecedor, en el que la imagen-ideología los coloca, como Romeo y Julieta, en el mismo trayecto de los amantes desventurados.
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Ficha técnica
Título original: The Forty-First (Sorok pervyy)
Año: 1956
Duración: 1 hr 27 min
País: Rusia (Unión Soviética)
Director: Grigori Chukhrai
Guion: Grigori Koltunov
Música: Nikolai Kryukov
Fotografía: Sergei Urusevsky
Reparto: Izolda Izvitskaya, Oleg Strizhenov, Nikolay Kryuchkov, Nikolai Dupak,
Calificación: 7/10
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