Crítica de 'Elvis': biopic desafinado sobre el rey

 Tras una ausencia de casi nueve años el director australiano, Baz Luhrmann, regresa a su estilo pomposo para contar algunos episodios de la biografía del rey del rock and roll. 


Elvis


De todos los mitos fabricados por el sueño americano durante el siglo XX, Elvis Presley es quizá uno de los íconos culturales más populares y el único que ostenta el título irrevocable de «rey del rock and roll» en la cima de la pirámide. Su personalidad electrizante calentaba el motor sexual de la sociedad norteamericana y causaba furor en la demografía más conservadora. Delante de los escenarios, su figura quedó eternamente asociada a la del cantante con la voz versátil, el peinado tupé, las enormes patillas, los vestuarios estrafalarios de cuero y los bailes frenéticos que anestesiaban a unas mujeres que gritaban orgásmicamente hasta desmayarse en los brazos de los novios celosos; en canciones como “Hound Dog”, “Jailhouse Rock” y “Love Me Tender”. Tras bastidores tenía una vida agitada producida por la dependencia a los fármacos que comprometieron gravemente su salud hasta llevarlo a la muerte a los 42 años. Su vida se inmortalizó, primero, en un telefilme dirigido por John Carpenter y protagonizado por Kurt Russell en 1979. Y ahora, en este nuevo biopic que dirige Baz Luhrmann.

Esta película, simplemente titulada Elvis, representa el regreso de Luhrmann tras la estupenda El gran Gatsby, estrenada hace ya nueve años. Sigue, a mi parecer, esa tendencia que se viene dando en el cine de Hollywood de la actualidad, que consiste en estrenar biopics de figuras emblemáticas de la música para vaciar los bolsillos de los fans más acérrimos, como Freddie Mercury en Bohemian Rhapsody (2018) y Elton John en Rocketman (2019). Pero, lejos de los apuntes visuales que son ya un sello estilístico del realizador, me resulta aburrida y demasiado frívola la manera en que reduce la iconografía de Elvis a instantes de fuegos artificiales que poco o nada deconstruye al hombre detrás de la leyenda musical, dejándolo en la superficie de la portada de un álbum de grandes éxitos que en cada capítulo avanza a un ritmo mecánico durante dos horas y media que se hacen interminables, de la que solo rescato el disco de Austin Butler cuando se pone en la piel del rey con una fidelidad escandalosa.


Austin Butler como Elvis


En términos estructurales, la narrativa se construye a través de un largo racconto que tiene su inicio en 1997, donde en su lecho de muerte, el coronel Tom Parker (Tom Hanks), sirve de narrador extradiegético para relatar los días en que conoció a Elvis Presley (Austin Butler) y fungía como su mánayer hasta trasladar su carrera a la cúspide del estrellato, mientras se olvida de su pasado oscuro como inmigrante ilegal y de la vida miserable que se ha ganado por la adicción al juego que lo ha dejado en la ruina. Este narra, primero, los días de Elvis como un pequeño niño criado por su madre Gladys (Helen Thomson) en un barrio de los barrios pobres de Memphis poblado de afroamericanos, que halla escapismo leyendo cómics del Capitán Marvel Jr y asiste religiosamente a una congregación en la que es tocado por las voces celestiales de una música de góspel y de rhythm and blues que cae desde lo más alto de los cielos iluminados, mientras de paso es ridiculizado por sus compañeros debido a su fascinación por la cultura afroamericana de Beale Street en Memphis. Paralelamente a esto, también relata los días de juventud en los que Elvis empieza grabar sus canciones en las sesiones para Sun Records mientras trabaja como camionero y vive en un condominio con sus padres, dándose cuenta del potencial que tiene como cantante al invitarlo a una presentación nocturna en la feria que administra.


Austin Butler como Elvis. Fotograma de Warner Bros.



A través del vínculo entre Parker y Elvis, Luhrmann coloca discretas parábolas que hablan sobre el exceso, la envidia y la manipulación en la esfera del showbiz. Esto último es particularmente cierto cuando presenta a Parker no solo como un empresario preocupado por el negocio y por el pasado que lo persigue adonde quiera va, sino, además, como un oportunista inescrupuloso y vil que, detrás de las sonrisa hipócrita, esconde la intención de explotar a su estrella sin importar las consecuencias desde el instante que despide a su cantante asociado de country Hank Snow para sustituirlo por Elvis como atracción principal luego de un diálogo de persuasión en la rueda de la fortuna el circo, en parte porque reconoce su talento y el poder que tiene su voz para seducir a la audiencia. Elvis, por el contrario, es mostrado como un cantante confianzudo, enérgico, entusiasta, atento con el afecto de su familia (sobre todo con su madre), que encuentra liberador tocar la guitarra y bailar ante un público; pero que permite que Parker tome el control exclusivo de su trayectoria porque es el único que le garantiza el ascenso meteórico que necesita para sacar a su familia de la pobreza y probar por primera vez el dulce sabor del éxito. Simbólicamente, uno depende del otro para lograr sus propósitos, la vieja dialéctica de dominio y sumisión. Parker es Mefistófeles y Elvis es Fausto. Por lo tanto, ambos conforman el cuadro goethiano de aquel hombre que le vende su alma al diablo para alcanzar la gloria que nunca llega. Pero aquí el trato se basa en los derechos de exclusividad, en la cual el demonio Parker complace las necesidades del ingenuo Elvis como cantante a cambio de la servidumbre voluntaria que lo encarcela a ciegas y solo prolonga sus miserias internas.





Luhrmann examina los dilemas de Elvis en unas cuantas escenas que reflejan el impacto cultural de su música como fenómeno revolucionario del género del rock and roll, pero también muestra su lucha constante contra los sujetos que cuartan su libertad creativa y su rebeldía; como los danzas salvajes en la tarima que le trae problemas legales y un aumento de popularidad al tratar la guitarra como si fuera un falo frente a las chicas; la polémica que causan sus líricas con connotaciones sexuales frente al senador segregacionista de Mississippi que lanza una cruzada política para prohibir su música y evitar que corrompa a las juventudes inocentes de clase conservadora; las discusiones a puertas cerradas con el coronel Parker que lo obligan a ser reclutado para cumplir un servicio militar el ejército y satisfacer a los políticos racistas; la estancia en Hollywood en la que protagoniza películas taquilleras y melifluas que solo aprovechan su imagen y somete sus posibilidades de ser tratado como un actor serio de la talla de James Dean; el retorno a los escenarios a finales de los tumultuosos años 60 en los que canta canciones con fuertes metáforas políticas para mostrar su desconsuelo por Martin Luther King Jr. y Robert F. Kennedy en un especial de Navidad por televisión.

Sin embargo, tengo la impresión de que no interroga algunos de los momentos íntimos de la cotidianidad de Elvis y solo se empeña en iluminar su efigie como símbolo de la cultura pop norteamericana en el contexto de la contracultura y de los derechos civiles que combaten contra la segregación racial, a través de unos registros fenomenológicos que suspenden cualquier rastro de impulso dramático con el único fin de ampliar la inercia de secuencias musicales de los conciertos de YouTube que se repiten como un disco de vinilo rayado. Su aroma melodramático no funciona y se ve algo barato. Se quiere contar mucho en poco tiempo. Lo deja todo en un camino higienizado, impostado, en el que el tono moralizante luce convencional y la sustancia se ausenta con la abundancia de trivias de Wikipedia.





Al menos encuentro interesante, eso sí, el trabajo actoral que ejerce Austin Butler, un actor desconocido para mí que logra fotocopiar las características de Elvis con todo lo que implica su registro expresivo y el hechizo sexual que proyectaba en los conciertos. No solo comparte cierto parecido físico con su rostro, sino que también es bastante creíble cuando mimetiza la voz varonil, el acento sureño, la mirada seductora, los gestos hiperbólicos y los movimientos de baile que parecen calentar las suelas de sus botas con dinamita pura, además del maquillaje que adorna su pelo negro gelatinado y las patillas largas. Lo interpreta como un individuo carismático, rebelde, con grandes ambiciones, que se refugia en la música para paliar las inseguridades inmediatas y que sufre en silencio por la ingesta excesiva de drogas clínicamente suministradas que destruye su vida personal, condenado en el tramo final de su carrera a realizar conciertos en la sala de exhibición más grande el International Hotel en Las Vegas como si fuera un león encarcelado en un evento circense por el domador que lo engaña a cambio de falsas promesas. Su réplica escapa del simulacro, ante todo, por la manera en que pone su espíritu a la hora de cantar con su propia voz (desde el comienzo hasta las escenas del concierto con la chaqueta de cuero negra en 1968) canciones icónicas del catálogo de Elvis como “Heartbreak Hotel", "That's All Right", "Trouble", "Can't Help Falling in Love", "Are You Lonesome Tonight?" y "Suspicious Minds". A su lado, asimismo, hay una actuación destacada de Tom Hanks, quien comunica la perversidad del obeso Parker con un maquillaje prostético que lo deja irreconocible, en un rol villanesco algo inusual que nunca cae en la caricatura.





Como es habitual, Luhrmann encuadra todo en una puesta en escena ampulosa que alcanza su mayor punto de extravagancia en el diseño de vestuario y los decorados de una dirección de arte que recrea con mucha autenticidad las décadas de los años 50, 60 y 70, llegando incluso a incorporar como base testimonial un collage de imágenes documentales de carácter histórico. Con las tareas fotográficas de Mandy Walker consigue atmósferas estrafalarias que se despliegan con el encuadre móvil para capturar la sincronía de movimiento de la turbulenta vida de Elvis. No dudo para nada del dominio de dispositivos estéticos que tiene bajo su manga. Pero aquí la cosa se descontrola con el montaje atropellado que sin reparo abusa de la elipsis y se precipita a ensamblar todo a la velocidad de un Cadillac por la ruta 66, a veces rompiendo la aguja de kilometraje con una sobreabundancia de estilo, dejando poco espacio para estacionarse en la vía y examinar con cuidado los motivos de unos personajes superficiales que nunca salen del capricho de las descripciones. En su afán por que todo se vea opulento y zigzagueante sofoca la narración con una arritmia que se evidencia en cada uno de los episodios recopilados, avanzando al paso de un bailarín cojo durante casi tres horas bien fatigosas. También me causa molestia su empleo de la música extradiegética, con una selección pésima de canciones que suenan para acentuar el anacronismo.

Pensaba que Amor en rojo era la película más floja de Luhrmann, pero luego de ser testigo ocular de esta creo que tengo una nueva candidata. Su espectáculo ruidoso y la demasía de frenesí pasa ante mis ojos como las estrellas fugaces. No sufro ninguna descarga emocional o algo que me haga saltar del asiento cuando rellena su metraje con los capítulos inconexos, en la vida de un Elvis destinado a triunfar por la gracia divina de los guionistas que han tomado los clichés más facilones del drama biográfico. Desde luego, recupera algo de vigor en el clímax que muestra al protagonista como un cantante agotado por los conciertos que ofrece en el casino de Las Vegas para contentar a los espectadores que pagan para verlo y los jefes que lo engañan, en donde canta “Unchained Melody” con el micrófono cerca, sentado frente al piano, como acto de despedida de este mundo cruel. Luego saltan los créditos sin ninguna sorpresa significativa. Me parece una de las peores de este año.

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Ficha técnica
Título original: Elvis
Año: 2022
Duración: 2 hr 39 min
País: Australia
Director: Baz Luhrmann
Guión: Jeremy Doner, Sam Bromell, Baz Luhrmann, Craig Pearce.
Música: Elliott Wheeler
Fotografía: Mandy Walker
Reparto: Austin Butler, Tom Hanks, Olivia DeJonge, Richard Roxburgh, Helen Thomson
Calificación: 5/10



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