Las dos huérfanas no es una película muda de Griffith que me lleve exactamente hasta las nubes, como en la trágica Lirios rotos y la inolvidable Intolerancia. Pero desde luego su melodrama histórico sobre injusticia y lucha de clases me resulta cautivador porque nunca pierde el sentido de epicidad durante las dos horas y media que dura la ucronía situada en el contexto de la Revolución francesa, así como lo consigue en su filme previo, Las dos tormentas. Se trata de la tercera adaptación al cine de la obra de teatro francesa Les Deux Orphelines, firmada por Adolphe d'Ennery y Eugène Cormon. Su historia se ambienta en la Francia del siglo XVIII, donde se narra, primero, un prólogo en el que una bebé, nacida de la unión entre una aristócrata y un plebeyo, es abandonada a las puertas de la catedral de Notre Dame de París tras una disputa familiar y luego recogida por un campesino humilde que le pone el nombre de Louise, a la que cría junto a su propia hija Henriette. La mayor parte del argumento se desarrolla años después de ese incidente, cuando Louise y Henriette son ahora unas lindas señoritas que se quieren como hermanas y comparten la soledad de ser huérfanas, mientras llegan a la ciudad con la esperanza de que algún doctor logre curar la ceguera de la primera y, además, son víctimas inmediatas de una desgracia que las separa y de una revuelta de gente pobre bastante desesperada que desea acabar con los atropellos de los ricos, en el camino de figuras históricas como Danton (pintado como humanista y honrado), Robespierre (mostrado como déspota y tiránico) y el rey Louis XVI. En términos generales, Griffith capta las desdichas de sus heroínas con el arsenal de dispositivos formales que caracteriza su estética, utilizando ocasionalmente el primero plano para acentuar las miradas inquietas y las intenciones, abandonando por momentos el estatismo teatral del plano general con travellings elegantes, abordando la analepsis en múltiples ocasiones para retratar el pasado agridulce de los personajes, mostrando gran preocupación por los detalles de los decorados enormes y del vestuario que reproduce la era con autenticidad. Pero el rasgo más significativo es, ante todo, la forma particular que emplea el montaje de tiempos alternativos para desencadenar situaciones paralelas, separadas por tiempo y espacio, que están ensambladas a un ritmo que nunca decae cuando construye la narración elíptica, en piloto automático, con la finalidad de edificar un texto moralizante. Como muchas de sus otras obras del período, como por ejemplo El nacimiento de una nación, Griffith sitúa la acción tras la cortina de eventos históricos para transcribir un análisis de la coyuntura política de su época, pero en esta ocasión suplanta la Revolución francesa para denunciar, a través de paralelismos que funcionan como advertencia, los corolarios del bolchevismo que se gestaba tras la Revolución de Octubre en Rusia. Esta dialéctica es particularmente cierta no solo cuando muestra que la corrupción y el odio deja sus huellas tanto en los movimientos populares de las masas resentidas como en los círculos de esas élites monárquicas que ejercen el poder con mano tiránica; sino, también, cuando afirma, a modo de significante, que la lucha por la libertad democrática abandona su justificación cuando se atropella a los inocentes. Su discurso aboga por el amor, la tolerancia y la confraternidad como los únicos remedios que constituyen la estabilidad en la soberanía del pueblo. A veces la carga moralista subordina demasiado a sus personajes y algunos pasajes predecibles, pero la ironía siempre me parece placentera por las actuaciones de Lilian y Dorothy Gish, que comunican las emociones más genuinas como las hermanas del destino a través de los rostros de inocencia y los gestos sutiles que elevan la carga expresiva del relato. Entre ellas hay raptos inesperados, duelos con capa y espadas, batallas épicas (memorable la de la toma de la Bastilla), romance con sentimiento y una carrera a contrarreloj en la que los héroes cabalgan para salvar a la damisela de ser injustamente guillotinada. No podía esperar menos del padre del cine moderno. Es muy entretenida.
Ficha técnica Título original: Orphans of the Storm
Año: 1921 Duración: 2 hr 39 min País: Estados Unidos Director: D.W. Griffith Guion: D.W. Griffith Música (orquesta): William Frederick Peters, Louis F. Gottschalk, Brian Benison Fotografía: Paul H. Allen, G.W. Bitzer, Hendrik Sartov Reparto: Lillian Gish, Dorothy Gish, Joseph Schildkraut, Frank Losee, Calificación: 7/10
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