Crítica de la película 'Pinocho' (2019)

Pinocho
Pinocho, la nueva adaptación italiana de la clásica novela infantil de Carlo Collodi, no me parece exactamente una película que traiga una caja de sorpresas, pero su fábula, narrada con música agradable y maquillaje auténtico, posee sentimiento y me conmueve como un niño cuando elabora sus metáforas fantásticas sobre la paternidad y los claroscuros de la inocencia. Lo que me cautiva, supongo, es que Garrone, en su afán de acercarse a las raíces literarias del cuento, la despoja del patetismo innecesario y le añade un tono sombrío que a ratos alcanza cotas burtonianas, encontrando un extraño equilibrio entre el realismo y la fantasía grotesca de tinta barroca, donde los capítulos alegres del cuento de hadas campesino a veces suele evocar tragedias agridulces y oscuras sobre la niñez. Como bien se sabe, la historia se sitúa en el siglo XIX y relata la existencia de Pinocho, un muñeco de madera que ha sido creado con un tronco mágico en el taller del pobre carpintero Geppetto, con la finalidad de servirle como marioneta para realizar actos circenses que le permitan ganarse la vida; pero que milagrosamente se vuelve consciente y, en cambio, es tratado por este como si fuera el hijo que nunca tuvo, haciendo travesuras que lo colocan en el epicentro de los problemas en el pequeño pueblo. La aventura arranca con un ritmo ameno que mantiene la consistencia cuando el pequeñín de tabla se pierde en la compañía de un teatro ambulante de marionetas y es buscado por su padre, en una serie de circunstancias irónicas que le sirven de experiencia para conocer el dolor, la honestidad, el respeto y el valor de la amistad, mientras se relaciona además con personajes peculiares que amplían la moraleja; como el temible titiritero Mangiafuoco y su tropa de títeres parlantes; los embusteros Zorro y Gato que ocasionalmente lo engañan para robarle las monedas y aprovecharse de su ingenuidad; El Grillo Pepe que lo aconseja de los males; el juez gorila que solo enjuicia a los inocentes; la bondadosa Hada de cabello azul que le enseña a no decir mentiras para que no le crezca la nariz y le promete convertirlo en un niño de verdad si se porta bien y asiste a la escuela. En cada uno de los episodios, hay una ternura que celebra la candidez de la infancia, pero también parábolas lóbregas que a modo subterráneo interrogan cosas como la pobreza, la orfandad, la explotación y el maltrato infantil (nótese la secuencia de la Tierra de los Juguetes donde los niños se convierten en burros). Me parece genuina la actuación del chiquillo Federico Ielapi cuando ilustra la personalidad inocente y espontánea de Pinocho. También la de Roberto Benigni como el padre preocupado por la miseria y la desaparición de su hijo. En términos generales, Garrone los encuadra en una puesta en escena que preserva el lado fabulesco del material a través de una fantasía aterrizada que, usualmente, presenta animales antropomórficos con cierta naturalidad y sin abandonar la capa realista que consigue que se sientan orgánicos, prestando particular atención a los detalles de los decorados y el maquillaje prostético que transforma los cuerpos, y, además, aprovechando el leitmotiv melodioso Dario Marianelli para ampliar las sensibilidades por el terreno empático. Su versión no es la definitiva, pero, desde luego, me resulta creíble y verdaderamente emotiva cuando menos lo espero.

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Ficha técnica
Título original: Pinocchio
Año: 2019
Duración: 2 hr 04 min
País: Italia
Director: Matteo Garrone
Guion: Matteo Garrone, Massimo Ceccherini
Música: Dario Marianelli
Fotografía: Nicolai Brüel
Reparto: Federico Ielapi, Roberto Benigni, Gigi Proietti, Rocco Papaleo, Massimo Ceccherini, Marine Vacth,
Calificación: 7/10

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