El nuevo experimento de Jordan Peele retoma su poética del terror para mezclarla con la ciencia-ficción y el neowestern.
Desde su debut como director de cine, Jordan Peele se ha caracterizado por recurrir a los mecanismos básicos del género del terror para acentuar, supongo, algunas críticas políticas desde la perspectiva del afroamericano posicionado en el contexto de la contemporaneidad. En su ópera prima, ¡Huye! elabora de manera inquietante un comentario que cuestiona las venas más brutales del estigma social y del racismo que todavía deja sus huellas, a través de la figura de un negro que llega a la casa de sus suegros con su novia blanca para transformarse, sin saberlo, en un esclavo al servicio de la hipocresía conservadora en la era de Trump. En su segunda obra, Us, experimenta nuevamente con el terror psicológico, pero traslada los subterfugios al subgénero de invasión de casas, con el fin de puntualizar el tópico del doppelgänger para concebir una parábola sobre un fraccionamiento que está vigente en todos los estratos de la sociedad estadounidense. Su fórmula de terror social funciona porque se cerciora por colocar una carga cuantiosa de significantes que invitan a un razonamiento serio cuando se apagan las luces y empieza la función.
¡Nop!, la película más reciente del realizador actualmente en cartelera, recoge algunos de los rastros de su poética del horror social, pero a diferencia de las antecesoras me da la sensación de que ahora sus preocupaciones apuntan para otro lado por el afán de no repetirse para que el show pueda continuar (sus cintas constituyen ya una mina de oro para los señores de la Universal Pictures y van a seguir explotando sus ideas hasta que la alcancía se quede sin monedas). Se edifica como un híbrido entre el neowestern y el terror de ciencia-ficción de alienígenas que, a menudo, examina con parábolas la violencia como forma de espectáculo de masas y la manera ancestral en que el sistema de Hollywood esconde la explotación racial detrás de la cortina de la falta oportunidades. Sin embargo, el encuentro cercano del tercer tipo de Peele por momentos carece de tensión o de algo que sea hipnotizador porque con frecuencia se queda succionando los mismos terrenos redundantes y banales que responden a artilugios genéricos demasiado calculados, como si no quisiese escapar nunca del perímetro del corral para satisfacer esa manera pretenciosa de parecer compleja.
Tras un prólogo situado en 1998, en el que un chimpancé asesina en vivo a los coprotagonistas de una sitcom y un niño superviviente de etnia coreana se esconde traumatizado debajo de una mesa, Peele narra la historia de una familia afroamericana que durante generaciones ha trabajado en el mundo del espectáculo como domadores de caballos y atraviesa un periodo de inestabilidad financiera. El protagonista es Otis "OJ" Haywood Jr. (Daniel Kaluuya), un hombre que junto a su hermana Emerald (Keke Palmer) hereda un rancho gigante en California en el que maneja los caballos que alquila a los estudios, luego de atestiguar el asesinato de su padre en circunstancias poco esclarecidas (asesinado por una moneda de cinco centavos de esclavitud que cayó del cielo y atravesó su ojo) y, sobre todo, de preocuparse por mantener el negocio a flote para preservar el legado de su padre, muy a pesar de las quejas de la hermana que solo anhela el éxito que nunca llega en Hollywood. En uno de sus días, visita a Jupe (Steven Yeun), el hombre que cuando era niño sobrevivió a la masacre televisiva del mono, con el fin de venderle alguno de los caballos para su parque temático del oeste, en donde se da cuenta de que este explota la historia de su pasado para obtener ganancias y enmascarar el trauma que lo atormenta, además de ofrecer una suma jugosa por el ranchito de los Haywood.
Como personaje principal, OJ es mostrado como un jinete impasible, algo sinuoso, reservado, que detrás de la mirada contemplativa tapa la ilusión de adquirir algún tipo de oportunidad para demostrar sus habilidades y todo lo que sabe hacer en la granja, en un mundo del espectáculo predominantemente administrado por caucásicos que a lo largo de la historia han enfatizado prejuicios étnicos hacia las personas de color detrás de las producciones. Su efigie representa, por lo tanto, el estado de rechazo de todos aquellos afroamericanos que durante años fueron explotados en roles diminutos que cuartaban cualquier posibilidad de libertad creativa. Esto es particularmente cierto a partir de la escena del plató en la que se nota insatisfecho por el trato que recibe de los cineastas exigentes que lo ignoran como “alienígenas”, mientras acomoda al caballo negro frente al croma que lo oculta y su hermana afirma que, histórica y simbólicamente, el jinete anónimo de la “Placa 626” de las cronofotografías Animal Locomotion, de Eadweard Muybridge, era su antepasado; comunicando en efecto que ni ella ni él van a seguir tolerando la estela de invisibilidad por la que pasaron sus ancestros en la esfera del entretenimiento actual de la imagen. En pocas palabras, esperan el “milagro” que los saque del ostracismo de las dificultades financieras para probar sus destrezas frente a la cámara.
Este milagro, transformado en una entidad alienígena que observa desde los cielos neblinosos, teledirige los motivos de los personajes una vez que son despedidos de la filmación (por la reacción agresiva del caballo negro que mira el equipo de rodaje) y tienen la idea cazar al objeto volador no identificado (OVNI) como platillo volador que absorbe a todo aquel que lo mira y escupe restos inorgánicos, quizá no solo para vengarse por la muerte de su padre (sospechan de que fue asesinado al mirarlos en las nubes), sino además para alcanzar la fama y la riqueza filmando con la cámara la evidencia que confirma la existencia de extraterrestres, a través de la instalación de múltiples cámaras de vigilancia que funcionan como cebo en los alrededores de la finca, gracias a la ayuda del vendedor de artículos electrónicos y teórico conspirativo de origen latino que abandona su trabajo para ser partícipe del suceso. El plan consiste en resquebrajar la interferencia electromagnética del OVNI que les impide producir imágenes nítidas con la lente de la cámara y sacarlo de su escondite en la nube cercana a la montaña que nunca se mueve. En la lucha de paso descubren el enorme aparato de brutalidad con el que ataca la abominación para sostener su línea territorial.
A simple vista parecería como si Peele solo recurre a la vieja ecuación spielbergiana (gente ordinaria obligadas a superar eventos extraordinarios) para entrar en sintonía con un canal de situaciones que a lo largo de una narrativa de cinco crónicas presenta una mezcolanza entre el western, el terror y la ciencia-ficción más básica de platillos voladores. Pero en realidad, como ya lo ha demostrado con anterioridad, todas las contrariedades en las que aprisiona a los personajes responde a una multiplicidad de significaciones que opera en dos niveles fundamentales de un único discurso. En el primero ofrece una visión conceptual del mundo del espectáculo entendida como la marginalización de minorías étnicas (afroamericanos, asiáticos, latinoamericanos, etc.) que han sido explotadas como estereotipos en nombre del cine y que, ahora, tras una larga contienda de un siglo XX marcado por el racismo, han logrado domar la cuota de inclusión necesaria para no estar en ese lado invisible que los reduce a roles de segunda categoría como cineastas. En el segundo su enunciado interroga el estado actual del cine como materia de espectáculo desde la óptica de los espectadores que se niegan a mirar otra cosa que no sea el entretenimiento fácil colocado frente a los ojos más conformistas por una industria que succiona sus hábitos de consumo fabricando los mismos productos violentos de blockbusters y que los convierte, dicho sea de paso, en un público embrutecido, burlado y hasta engañado, condenado a mirar las imágenes en la pantalla como si fueran unos adictos. La nave alienígena, apodada Jean Jacket (como aquel caballo indomable del padre de OJ), no es más que la representación de la industria que se traga a su audiencia en esos espectros discursivos, y los personajes son los espectadores que se rehúsan a ver más de lo mismo.
Sin embargo, el problema que hallo es que Peele se preocupa demasiado por el corolario de la doble lectura sobre el showbiz y los abusos de tinta racista de Hollywood, dando como resultado que el cuadro de análisis reduzca las acciones de los personajes a la de autómatas que están subordinados a la exposición. No se toma ni siquiera la molestia de desarrollarlos más allá de las descripciones superficiales y de las confrontaciones arregladas de las abducciones de extraterrestres en la que, como es de esperar, el vaquero afroamericano y la hermana feminista, son lo suficientemente astutos como para resolver en el tercer acto el conflicto obligando a que la criatura torpe y codiciosa muera de indigestión sin que les pase nada grave a plena luz del día (ni siquiera necesitan de agencias gubernamentales ni armas sofisticadas, solo una cámara IMAX y un globo de cowboy), en una narrativa que en cinco capítulos ("Ghost", "Clover", "Gordy", "Lucky" y "Jean Jacket") no presenta nada que no sea previsible dentro de los dispositivos más manidos del género. Su inclinación moral, elimina rápido del juego a Jupe y a Holst (por ser egoístas avariciosos) y, al contrario, le otorga automáticamente un pase de redención a OJ, Em y Ángel (simplemente por venir de abajo).
Aunque no me parece tan perturbadora puedo destacar, eso sí, la forma en la que Peele emplea su estética para cruzar por los géneros de la ciencia-ficción, el terror y el nuevo western. Con las tareas fotográficas de Hoyte Van Hoytema es consistente creando las atmósferas del desierto californiano que es golpeado constantemente por el polvo y las nubes grisáceas que ocultan el horror, mientras los vaqueros negros cabalgan por la colina para solventar el enigma sin disparar una sola bala; en una puesta en escena en la que el encuadre se compone habitualmente del plano subjetivo, el campo-contracampo y el plano panorámico para señalar las miradas de los personajes que miran hacia para ubicar el terror en las nubes alienígenas, como si estuvieran encarcelados en un parque de diversiones por unos seres desconocidos que solo administran la parcela para cultivar un análisis sobre el entretenimiento. Su uso del sonido es un poco blandengue. Los efectos especiales que decide no suponen para mí nada fuera de lo habitual, aunque el diseño del monstruo con aspecto de medusa, debo decir, es bastante original y se aleja de los aliens que he visto anteriormente.
En términos generales, esta película refleja las inquietudes de Peele por la condición racial del afroamericano en la sociedad estadounidense, ahora específicamente en el orbe del espectáculo, pero me temo que también exterioriza sus debilidades y no hace nada para salir de la zona de confort. Su empeño por agregarle algún significado (la zapatilla, el caballo, la cámara, el primate, el pozo de los deseos, etc.) para criticar el lado explotador de la industria, somete su narración a episodios inconexos protagonizados por personajes que me importan muy poco y a los que olvido tan pronto como inician los créditos. Es voluble, abúlica, carente de escalofríos que me hagan saltar del asiento. Nunca hay un estallido de energía que me indique que algo sorpresivo ha sucedido. Sus piezas sencillamente no encajan. Tiene poca cohesión interna por esa pretensión de abarcar demasiado terreno para lucir original, además de que los golpes de efecto muestran pocos signos de suspenso. Supone, al menos para mí, la primera mancha indeleble en la corta filmografía del cineasta.
En términos generales, esta película refleja las inquietudes de Peele por la condición racial del afroamericano en la sociedad estadounidense, ahora específicamente en el orbe del espectáculo, pero me temo que también exterioriza sus debilidades y no hace nada para salir de la zona de confort. Su empeño por agregarle algún significado (la zapatilla, el caballo, la cámara, el primate, el pozo de los deseos, etc.) para criticar el lado explotador de la industria, somete su narración a episodios inconexos protagonizados por personajes que me importan muy poco y a los que olvido tan pronto como inician los créditos. Es voluble, abúlica, carente de escalofríos que me hagan saltar del asiento. Nunca hay un estallido de energía que me indique que algo sorpresivo ha sucedido. Sus piezas sencillamente no encajan. Tiene poca cohesión interna por esa pretensión de abarcar demasiado terreno para lucir original, además de que los golpes de efecto muestran pocos signos de suspenso. Supone, al menos para mí, la primera mancha indeleble en la corta filmografía del cineasta.
Ficha técnica
Título original: Nope
Año: 2022
Duración: 2 hr 03 min
País: Estados Unidos
Director: Jordan Peele
Guión: Jordan Peele
Música: Michael Abels
Fotografía: Hoyte van Hoytema
Reparto: Daniel Kaluuya, Keke Palmer, Brandon Perea, Steven Yeun,
Calificación: 6/10
Título original: Nope
Año: 2022
Duración: 2 hr 03 min
País: Estados Unidos
Director: Jordan Peele
Guión: Jordan Peele
Música: Michael Abels
Fotografía: Hoyte van Hoytema
Reparto: Daniel Kaluuya, Keke Palmer, Brandon Perea, Steven Yeun,
Calificación: 6/10
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