Crítica de la película «Soy un fugitivo» (1932)

Soy un fugitivo
Estrenada por los señores de la Warner Bros. Pictures tan solo un año después de Hampa dorada, Soy un fugitivo, de Mervyn LeRoy, no es exactamente una película de gánsteres ni mucho menos, pero emplea, a mi parecer, algunos de los mecanismos operativos del género para seguir esa tendencia del melodrama pre-Code de la época sobre problemáticas sociales como metáforas de la Gran Depresión, algo que se repetiría el año siguiente en la estupenda Por el mal camino (Mayo, 1933). Desde luego, tiene unos cuantos instantes predecibles y se apresura demasiado al subordinar la narración al texto basado parcialmente en la autobiografía de Robert Elliott Burns, pero su material de denuncia social sobre las injusticias del sistema penal me resulta poderoso y conmovedor por la actuación de calibre de Paul Muni, que llena la pantalla de intensidad en cualquier plano registrado. En la historia, Muni interpreta a James Allen, un hombre desesperanzado que regresa para insertarse en la sociedad tras haber cumplido su servicio como veterano condecorado de la Gran Guerra, con el anhelo de abandonar los trabajos mecánicos de oficina con sueldos miserables y conseguir un poco de esa libertad que otorga el bienestar, donde recorre el país en un tren en busca del sueño americano que venden en los escaparates de las tiendas. La primera mitad muestra al personaje como un preso que es injustamente encarcelado por un crimen que no cometió y que experimenta la dureza de estar condenado a trabajos forzados en una prisión infernal donde el concepto de los derechos humanos es solo un pedazo de papel tirado en la fogata. La segunda, en cambio, presenta las vicisitudes de Allen como prófugo de la justicia y su posterior ascenso en una empresa constructora, hasta convertirse en un ciudadano distinguido de las élites a base de ahorro, capitalismo y trabajo duro. En términos generales, LeRoy, en una puesta solvente compuesta mayormente por el encuadre móvil y un ritmo sutil, captura la brutal condición del personaje no solo para interrogar las debilidades del sistema carcelario y los límites del código penal en la justicia estadounidense, sino, además, para acentuar la falta de oportunidad entendida como la traición impuesta por la misma sociedad sobre los veteranos de guerra que sacrificaron su fuerza de voluntad para servir a una patria opresora que los ha abandonado a su suerte, sin nada que ofrecerle a cambio para considerarse en un civil decente o medianamente libre, un sendero en el que las ambiciones más inmediatas se ven cuartadas por la pobreza, el desempleo y la demagogia política. En pocas palabras, habla sobre la libertad de los individuos y el sufrimiento humano que no se acaba nunca para alcanzarla. Y no hay ni una sola escena en la que el mensaje no se intensifique con un puñado de buenas secuencias carcelarias de fuga (a veces algo facilonas) y, sobre todo, con la interpretación desgarradora de Muni como ese hombre descarriado, paranoico, esclavizado, oprimido, que intenta redimirse y no le queda de otra que permanecer en la oscuridad más simbólica de la cárcel antisocial, en la que la única condena del que una vez fue bueno es robar para sobrevivir.

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Ficha técnica
Título original: I Am a Fugitive from a Chain Gang
Año: 1932
Duración: 1 hr 32 min
País: Estados Unidos
Director: Mervyn LeRoy
Guion: Howard J. Green, Brown Holmes
Música: Leo F. Forbstein
Fotografía: Sol Polito
Reparto: Paul Muni, Glenda Farrell, Helen Vinson, Preston Foster,
Calificación: 7/10

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