Crítica de la película «Saboteador» (1942)

Saboteador
Saboteador ha de ser, sin lugar a dudas, una de las películas más convencionales que he visto del cine de propaganda de Hitchcock situado en la Segunda Guerra Mundial. Por lo que sé, la idea detrás de su concepción, vista como algo blandengue desde el guión, causó la ruptura creativa entre Hitchcock y Selznick, hasta el punto de que este último puso fin al contrato del director y ofreció el proyecto a la Universal Pictures por una suma cuantiosa. Y creo estoy de su lado. Me parece un thriller de espías aburrido en el que, por momentos, Hitchcock sabotea su propia fórmula del hombre equivocado con una trama que carece de intriga y unos personajes acartonados que siguen al pie de la letra el manual de los estereotipos más manidos del género de espionaje, donde constantemente bostezo para mostrar mi descontento con el camino predecible que suele seguir. Su argumento sitúa la acción durante el período histórico mencionado y sigue la vida de Barry Kane, un obrero de una fábrica de aviones en Los Ángeles que es testigo de un acto de sabotaje en la planta en la que trabaja, en el que fallece su mejor amigo durante el incendio provocado por la explosión, causada entre otras cosas por una figura misteriosa. En términos estructurales, su narrativa se esquematiza sin mucho apuro a través de esa ecuación hitchcockniana del falso culpable que está visible tempranamente en Los 39 escalones y luego más tarde en Con la muerte en los talones, en la que el sujeto inocente es perseguido por el crimen que no cometió y huye como paranoico por el país para probar su inocencia mientras se enamora de la chica bella y enfrenta con astucia a los tipos malos disfrazados de agentes secretos. Los paralelismos son clarísimos. Pero si en las dos citadas todo se esboza de una manera intrigante que me invita a seguir la aventura del personaje, en esta ocasión, por el contrario, no consigo quedarme enganchado por el protagonista acusado porque, ante todo, lo que le sucede es demasiado rutinario e higienizado cuando es ayudado por gente honesta que lo impulsa a demostrar su inocencia y a exponer el complot de los espías financiados por las élites burguesas de la ciudad, sin ninguna acción que suponga algo sorpresivo que la saque de la inercia y de las situaciones facilonas que establecen las líneas morales más obvias. En pocas palabras, el protagonista interpretado por Robert Cummings carece de matices psicológicos o de un registro expresivo que sea creíble (nunca veo su cara de preocupación por el asunto), además de que no posee química alguna al lado de Priscilla Lane y el romance se siente artificioso. Los diálogos que recitan los secundarios lucen absurdamente superficiales. A pesar de todo, cerca del clímax hay unos cuantos apuntes visuales que me logran interesar, sobre todo en la rítmica y simbólica secuencia de la persecución en la Estatua de la Libertad en la que el héroe justo pone fin a la hegemonía de los conspiradores desde lo más alto del monumento (memorable el plano en picado del villano cayendo al vacío) para metaforizar la fuerza de voluntad y la benevolencia de los aliados que luchan por una democracia participativa.

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Ficha técnica
Título original: Saboteur
Año: 1942
Duración: 1 hr 49 min
País: Estados Unidos
Director: Alfred Hitchcock
Guion: Peter Viertel, Joan Harrison, Dorothy Parker
Música: Charles Previn, Frank Skinner
Fotografía: Joseph A. Valentine
Reparto: Priscilla Lane, Robert Cummings, Otto Kruger, Alan Baxter, 
Calificación: 5/10

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