Tras una ausencia de 16 años, el director estadounidense Todd Field regresa al refugio del cine para dirigir lo que sería el tercer largometraje de su corta carrera.
En su corto catálogo como director de cine, Todd Field ha colgado lo que, a mi parecer, son dos de las grandes películas del siglo XXI. Una de ellas es En el dormitorio, en la que examina la dinámica interna de una familia en transición que se resquebraja ante el dolor y la adversidad inesperada, siguiendo esas líneas consolidadas ya por Belleza americana que examinan la desilusión y el tejido moral que constituye a la clase media norteamericana. La otra es Juegos secretos, en la que capta de forma magistral un episodio de adulterio explicado como el refugio sentimental entre un hombre y una mujer que están fatigados hasta el paroxismo de la rutina matrimonial establecida por las normas sociales ampliamente aceptadas como convención. En ambas se aproxima a personajes de enorme peso dramático, psicológicamente complejos, que ocultan cicatrices bajo la piel como los pedazos de un cristal roto que solo refleja una agonía ineludible; en tópicos moralmente delicados como la infidelidad, los prejuicios y las crisis familiares. Luego de dirigirlas, Field se retiró de la vista pública y duró, si no me equivoco, cerca de 16 años sin pisar un plató.
En Tár, estrenada en el Festival de Cine Internacional de Venecia y ahora actualmente disponible en algunos servicios de streaming, Field retorna al cine tras el largo período de ausencia para abordar esas preocupaciones que arreglan el eje temático de su poética, como lo ha demostrado en sus dos filmes anteriores. Sin embargo, ahora el asunto suyo no creo que funcione adecuadamente cuando interroga la miseria ética de disociar a la obra del artista. En mi opinión, ofrece a lo justo una actuación de Cate Blanchett que alcanza una nota alta ilustrando los claroscuros de una compositora, pero su ritmo se ve afectado constantemente por una flojera narrativa en la que, por lo regular, se extiende el metraje innecesariamente entre coloquios triviales y una falta cuantiosa de tacto dramático, como si se tratara del anuncio publicitario del concierto de una orquesta filarmónica de Spotify, destinado a esos culturetas que son asiduos consumidores de Bach y de Mahler.
El argumento, firmado con guion original de Field, se ambienta en el orbe contemporáneo de la música clásica y trata sobre Lydia Tár (Cate Blanchett), una compositora que goza de un éxito rotundo como directora de la Orquesta Filarmónica de Berlín, en los tiempos en que es entrevistada por numerosos individuos interesados en su formidable carrera y, además, realiza los ensayos de lugar para grabar en vivo de la 5ª sinfonía de Mahler, en un concierto que supondría el punto más culminante de su notable y brillante trayectoria, mientras lidia con el matrimonio desequilibrado que tiene con su esposa Sharon (Nina Hoss) y con las presiones de su secretaria personal, Francesca (Noémie Merlant). Su plan principal es reemplazar a su asistente de dirección, el viejo Sebastián, con la finalidad de instalar a su mano derecha, Francesca, en un puesto vacante de violonchelo en la orquesta, además de que secretamente desea sustituir los puestos clave de la orquesta por mujeres de su cercanía.
En términos estructurales, la película se compone como los movimientos de una sinfonía que, dentro de los marcos de sus respectivas partes, explora el ascenso y la caída de Lydia a lo largo de casi tres horas. En una primera mitad, Lydia es mostrada como una mujer ególatra, sofisticada, perfeccionista, presumida, obsesiva, que vive del prestigio de la autoridad como figura musical y disfruta ridiculizar a los estudiantes progre que niegan la grandeza de los maestros clásicos por las políticas de identidad de género que condicionan el juicio de los más ignorantes, mientras eleva su espíritu de inspiración con la música del auditorio que dirige con su batuta y protege la inocencia de su hija pequeña Petra de las niñas acosadoras del colegio, además de conservar, como buena lesbiana, una relación estable con su esposa celosa y dominante. Hasta ese punto su vida privada luce, en la superficie, algo tranquila. Sin embargo, en una segunda mitad es presentada como una paranoica y desequilibrada, donde revela los impulsos posesivos más inmediatos a través de las alucinaciones fraccionadas que tiene sobre una mujer llamada Krista Taylor, una antigua estudiante suya a la que intentó seducir para anotarla en su lista de víctimas conquistadas sexualmente, pero cuyos avances fueron declinados por las misma hasta colocarla en un lapso de frustración perpetua que regresa a ella como fantasmas que la persiguen; además del temor que la atormenta, causado, entre otras cosas, por las posibles filtraciones del historial de conversaciones de chat que, a modo de evidencia, sacan a la luz su comportamiento acosador y manipulativo, por lo que toma medidas de precaución para eliminar cualquier rastro de los correos intercambiados que expondrían su lado perverso si acaban en manos de los medios.
Desafortunadamente, no consigo otra cosa que una abulia considerable en las dos mitades que suspenden a la protagonista en una espiral de situaciones redundantes en la que, habitualmente, las acciones se reducen a diálogos rebuscados a puerta cerrada sobre esnobismo rancio de música clásica y unas cuantas escenas de caprichos personales que desentonan, de manera previsible, en un aparato de celos, coqueteos y privanzas, de esa compositora aburguesada que tiene su existencia arreglada y escucha como acto de penitencia las voces de aquellas mujeres que manipuló detrás de los escenarios. Nada de lo que dice o hace me conmueve. Nunca hay pujanza dramática que impulse los golpes de efecto. Todo lo que sucede se ve impostado, anodino, arrítmico. Y salgo bostezando del supuesto escándalo mediático ocasionado por la nueva policía de la moral que la persigue por los sótanos más oscuros del castigo y el destierro culturalmente impuesto.
El texto, en cuestión, bosqueja los dilemas de un artista entendido como el cuadro psicológico de una compositora en estado de fuga que se niega a separar la vida de su obra y, dicho sea de paso, se refugia en la música que tanto le apasiona para paliar las ansiedades intrínsecas que le causan malestar desde su pasado. Esto es especialmente cierto cuando la protagonista, Lydia, intenta por todos los medios mantener un equilibrio entre su prestigiosa carrera como directora de orquesta y la tumultuosa vida privada que, más allá de la infidelidad calculada (engaña a Sharon con Francesca) exterioriza su conducta abusiva hacia las mujeres jóvenes, a las que compra a través de un favoritismo que les garantiza una posición exclusiva dentro de la orquesta a cambio de relaciones sexuales. En pocas palabras, Field objeta con lupa cómo el espectro de acusaciones en la cultura de la cancelación condena al artista hasta colocarlo en la cárcel de la conformidad que lacera su egolatría por las redes sociales de la viralización. Su discurso, de volumen conservador, pone sobre la mesa el tema actual del acoso sexual que abunda con estridencia en la esfera del espectáculo, pero me temo que la mayor parte del tiempo consume el prolongado metraje sin añadir ninguna profundidad al debate más allá de la visión de túnel más obvia y estrecha.
Lo único que sostiene mi interés, aunque sea mínimamente, es la actuación de Blanchett como la compositora mundialmente famosa que está obsesionada con las mujeres y la música. Interpreta a Lydia como una perfecta megalómana que utiliza su poder para manipular jovencitas y crear composiciones musicales, pero que, además es testigo de la desesperación y de una ruptura conyugal producida, en parte, por el amplio historial de infidelidades que paulatinamente destruyen su currículo inmaculado hasta que cae en la desgracia. Su registro expresivo me parece, como siempre, bastante creíble cuando mimetiza la psicología de su personaje a través de la mirada, el lenguaje corporal, el acento alemán (el cual aprendió a hablar para esta película), la destreza para tocar instrumentos como el piano y la técnica para conducir una orquesta sinfónica. No creo que se trate de la mejor de su filmografía, pero hay algo particularmente pérfido en la forma en que manifiesta las pesadillas, el sufrimiento, el miedo al fracaso, la presión mediática y la sensibilidad a los sonidos que abruman la psicosis de Lydia.
Field encuadra todo en una puesta en escena que se edifica principalmente a través del encuadre móvil y de un uso constante del plano panorámico que comunica en varios espacios interiores las imposturas de la protagonista. Pero, en general, lo más interesante es la manera en que emplea los recursos sonoros de la partitura original de Hildur Guðnadóttir para señalar los aspectos psicológicos y la inestabilidad emocional que se deriva del complejo proceso de crear música durante los ensayos. Su propuesta sonora mapea el tempo de la película con una sincronización acertada. La música diegética y los sonidos interno-subjetivos funcionan casi como un catalizador para descifrar lo que Lydia siente cuando escucha la música que conduce o cuando escucha los ruidos emitidos en los que experimenta la desrealización a través de las voces que la aterran a un nivel subconsciente, como si viviera en un sitio pesadillesco en el que los límites de la identidad se transfiguran hacia zonas desconocidas que, serpentinamente, metaforizan los fragmentos más lóbregos de su vida diaria. La combinación de elementos melódicos es efectiva en algunos pasajes, aunque nunca me toca la fibra emotiva ni siquiera con las piezas maestras de Bach, Elgar y Mahler.
Me informan que esta película ha gozado de una lluvia elogios en los distintos festivales en los que se ha exhibido y de las típicas ovaciones de pie con fines mercadológicos de los supuestos especialistas. A mí, por el contrario, me parece aburrida y una de las mediocres del año. Solo la veo como un vehículo de lucimiento para que Blanchett demuestre, una vez más, que es una actriz cuya versatilidad aparentemente no tiene fisuras y puede interpretar lo que sea. Ella sola es capaz de ser el centro de atención incluso en las escenas más extendidas que duran una eternidad y que cierran, a modo de epílogo, la tragedia de una melómana que asume el exilio con dignidad mientras reproduce cintas de su mentor Leonard Bernstein y se redescubre a sí misma dirigiendo una orquesta en el sudeste asiático frente a una audiencia de cosplayers millennials a los que solo les importa oír las melodías de su videojuego favorito, aceptando el cambio solo por el amor que le tiene a la música. O sea, habla del poderío redentor de la música para subsanar las heridas del artista; algo que, a decir verdad, he visto en otras películas con mejores resultados.
Ficha técnica
Título original: TÁR
Año: 2022
Duración: 2 hr 38 min
País: Estados Unidos
Director: Todd Field
Guión: Todd Field
Música: Hildur Guðnadóttir
Fotografía: Florian Hoffmeister
Reparto: Cate Blanchett, Nina Hoss, Mark Strong, Noémie Merlant,
Calificación: 5/10
Título original: TÁR
Año: 2022
Duración: 2 hr 38 min
País: Estados Unidos
Director: Todd Field
Guión: Todd Field
Música: Hildur Guðnadóttir
Fotografía: Florian Hoffmeister
Reparto: Cate Blanchett, Nina Hoss, Mark Strong, Noémie Merlant,
Calificación: 5/10
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ResponderBorrarNo sé qué película viste, ni si quiera relatas el argumento con corrección. Osea, dices que pasan cosas que no pasan y das la impresión de haber asistido a los diálogos con pereza de adolescente.
ResponderBorrarTotalmente de acuerdo con tu crítica.
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