Crítica de la película «El gato y el canario» (1927)

El gato y el canario
El gato y el canario, considerada por muchos como una de las piedras angulares del cine de terror de la Universal y una de las primeras del cine mudo en establecer a plenitud los parámetros del subgénero de casas embrujadas, es una película de terror la que no consigo extraer ningún espanto significativo en su mansión gótica habitada por personajes estereotipados, a pesar de la estética expresionista que capta con cierta regularidad las pericias técnicas de Leni para sacar la cámara de la zona de confort más estática. Se trata de la primera producción en la que Leni dirige a las órdenes de Carl Laemmle, quien recurrió a los servicios de este tras quedar impresionado por su trabajo en el cine expresionista alemán de principios de la década de los años 20, además de que en aquel entonces la Universal intentaba capitalizar la oferta del género de terror frente a otros estudios. Su argumento, adaptado de la obra de teatro homónima escrita por John Willard en 1922, se desarrolla en una mansión lóbrega ubicada en la cima de una colina frente al río Hudson, donde los miembros de la familia (Annabelle West, Paul Jones, Charles Wilder, la tía Susan, el abogado Crosby, entre otros.) de un difunto señor llamado Cyrus West se reúnen a puerta cerrada para leer el testamento que lleva guardado 20 años en una caja fuerte, del cual solo la joven Annabelle resulta la heredera de la fortuna y provoca la envidia de los demás. Como es de esperar, la narración sigue al pie de la letra el manual del subgénero Old Dark House, escrito aquí como una biblia fundacional, en donde los personajes discuten trivialidades en la residencia lúgubre mientras son asechados por la presencia siniestra de la mano de un hombre que se oculta tras las sombras y la atmósfera opresiva evoca un misterio con los mecanismos habituales del whodunit. Hay asesinatos, desapariciones, desconfianza, sospechas, conflictos de intereses. Pero anticipo con mucha facilidad las acciones más inmediatas de los personajes porque, entre otras cosas, hay una ausencia de sustancia que solo los mantiene caminando en la casa como figuras acartonadas que están subordinadas a la exposición y que solo responden a los estereotipos manidos (la chica que es víctima, la mucama sospechosa, la tía chismosa, el héroe torpe, el asesino suelto, etc.). Por alguna extraña razón, lo único que logra cautivarme es la manera en que Leni ejecuta su ejercicio de estilo en una puesta en escena que construye el claustrofóbico enigma a través del diseño de los decorados, la iluminación expresionista que revela intenciones, el primer plano, el plano subjetivo, el uso consistente de la sobreimpresión y el encuadre móvil que traslada la acción discretamente a través de algunos travellings laterales que fluyen como un fantasma sobre el espacio. Sus personajes son esbozados como gatos alrededor de un canario enjaulado, con un aparato de terror psicológico que solo funciona en la primera mitad. Todo lo demás se queda suspendido en una espiral de situaciones blandas en las que, por lo general, el humor y el horror se combinan con cierta efectismo cosmético. La cuelgo un peldaño por debajo de El hombre que ríe.

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Ficha técnica
Título original: The Cat and the Canary
Año: 1927
Duración: 1 hr 23 min
País: Estados Unidos
Director: Paul Leni
Guion: Robert F. Hill, Alfred A. Cohn
Música: N/A (muda)
Fotografía: Gilbert Warrenton (B&W)
Reparto: Laura La Plante, Creighton Hale, Forrest Stanley, Tully Marshall,
Calificación: 6/10

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