Crítica de la película «Un gángster sin destino» (1942)

La necesidad de seguir escudriñando la filmografía actoral de Humphrey Bogart me ha hecho visionar Un gánster sin destino, una película poco conocida de su currículo que supone una de las últimas veces que asume el papel de ese estereotipo de gánster por el que se hizo famoso como secundario de la Warner Bros. durante la década de los años 30, rodada en el tiempo en que ya contaba con cierto prestigio tras el estreno de El halcón maltés (Huston, 1941) y la regular Altas sierras (Walsh, 1941). La dirige Lewis Seiler, un director que conozco muy poco y que, por lo visto, posee notables destrezas artesanales para el concepto de montaje más allá de las convenciones establecidas como normas del género film noir. Su arranque es más o menos atrapante cuando Bogart sostiene su cigarrillo como un gánster en fuga que recuerda el pasado, pero como ejercicio de cine negro pierde el efecto de intriga en una serie de situaciones previsibles que no van a ninguna parte cuando intenta mantener su equilibrio entre el cine gansteril, el drama judicial y crimen carcelario. En la trama Bogart interpreta a Duke Berne, un gánster que en su lecho de muerte rememora en el hospital de la prisión los días en que había sido condenado en tres ocasiones por distintos delitos, además de contar el asunto de la cuarta condena del juez que lo sentenció a cadena perpetua por un crimen que no cometió. El prolongado racconto me resulta, en un principio, algo interesante cuando el mafioso narra un fragmento de su historial delictivo en los momentos en que negocia con un abogado corrupto para reunir a una pandilla de rufianes con el fin de ejecutar el último asalto a un camión blindado cargado de dinero del banco, mientras la femme fatale de su pasado y esposa trepadora del actual jefe lo seduce para impedir una vez más que se sumerja en el fango de la criminalidad y escapen como buenos amantes por la carretera de la redención. La secuencia del atraco al camión tiene cierta tensión cuando los policías intercambian disparos con los ladrones que están condenados a morir por las imposiciones morales del código, así como la escena del juicio en la que se impone el perjurio que envía al protagonista directo a cárcel de las injusticias. El problema fundamental, supongo, es que Seiler no se preocupa por añadirle algún impulso significativo que me produzca un rastro genuino de emoción, dejando que el barullo narrativo se vuelva irremediablemente predecible en la segunda mitad, a pesar de que su registro estético presenta un uso acertado de la sobreimpresión para reflejar, con pozo psicoanalítico, las frustraciones internas del protagonista y, también, del empleo de los claroscuros para ampliar las atmósferas que iluminan los callejones lúgubres por los que caminan los rateros culpables que huyen del ojo de la ley. Los personajes secundarios no logran escapar de los clichés y de las descripciones manidas de los estereotipos genéricos que son habituales del cine negro. Solo la presencia de Bogart me provoca cierto magnetismo cuando impone con toda seguridad la imagen de un gánster acorralado en las últimas horas.

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Ficha técnica
Título original: The Big Shot
Año: 1942
Duración: 1 hr 22 min
País: Estados Unidos
Director: Lewis Seiler
Guion: Bertram Millhauser, Abem Finkel, Daniel Fuchs
Música: Adolph Deutsch
Fotografía: Sidney Hickox
Reparto: Humphrey Bogart, Irene Manning, Richard Travis, Susan Peters,
Calificación: 6/10

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