Crítica de la película «Un toque de zen» (1971)

Un toque de Zen
En mi cineteca personal finalmente he podido ver una copia de la edición restaurada de Un toque de Zen, la épica de artes marciales de King Hu considerada por muchos como una de las joyas del género desde la proyección de la versión completa de tres horas en el Festival de Cine de Cannes en 1975. No creo que se trate de una cosa fuera de serie o de algo que me traslade hasta las nubes más iluminadas del paroxismo emocional, pero me parece una cinta wuxia bastante placentera, que alcanza su toque fuerte en las poéticas coreografías de pelea y en su tratado sobre la lealtad, la redención y la ruptura de los roles femeninos establecidos por el tradicionalismo patriarcal de la sociedad china. El argumento se sitúa en un pueblo remoto durante la dinastía Ming en el siglo XIV y trata sobre Yu, un pintor bienintencionado pero algo torpe que vive con su madre en una casa descuidada y dedica su tiempo a retratar a los transeúntes que visitan su tienda, cuyo destino da un giro drástico cuando conoce a la vecina llamada Yang, una mujer reservada y algo sinuosa de la que se enamora y termina ayudando para que no sea capturada como fugitiva por un oficial persistente que ha llegado desde lejos para cumplir la tarea de apresarla y ejecutarla por órdenes de los eunucos corruptos que en el pasado asesinaron a su reputado padre porque este quería advertirle al emperador sobre los planes de corrupción. En términos generales, su narrativa se estructura con cierta simplicidad al mostrar a los personajes como personas de pocas palabras que ocultan un pasado oscuro y que tienen habilidades prodigiosas para las artes marciales, donde los intervalos de discusiones a puerta cerrada habitualmente son la antesala para las secuencias de combate al mejor estilo del wuxia, en la que los héroes luchan con espadas flexibles y realizan saltos imposibles mientras acaban con un ejército de soldados a base de puñetazos y patadas; destacándose por encima de todo la secuencia en el bosque de bambú brumoso y el enfrentamiento nocturno con los guardias del eunuco perverso en el templo fantasmagórico. El aspecto fundamental, supongo, radica en el hecho de que el protagonista, Yu, no es un artista marcial y asume un rol más bien secundario. El papel protagónico le pertenece, ante todo, a Yang, colocado por Hu para esbozar, a través de la tragedia personal de ella, lecturas feministas bastante soterradas que interrogan el rol de la feminidad en la cultura china entendido como la emancipación de una mujer que, como acto redentor, se niega a aceptar el valor tradicional impuesto por ese dominio patriarcal que reduce la maternidad a la obligación de preservar los linajes familiares con fines políticos. De esa manera, Hsu Feng se convierte en el alma de la película y, a decir verdad, ejerce su protagonismo con autoridad, interpretando a Yang como una mujer dura, independiente y fría que, detrás de la mirada serena y la pericia física para las artes marciales, esconde la intención de buscar el camino budista de la felicidad. Hu la encuadra en una puesta en escena que, con un montaje trepidante, dinamiza el sentido de la acción en las secuencias de combate, a través un uso acertado de la elipsis, los saltos de eje, el plano subjetivo y el encuadre móvil de una cámara que fluye como el caudal de un río capturando los movimientos coreografiados en los espacios amplios y atmosféricos, con una música que evoca los sonidos clásicos del folclore chino. Desde luego, su epopeya a veces llega a perder el ritmo y ofrece unas cuantas situaciones facilonas que levantan sobre mi rostro una que otra ceja, pero no deja de ser una sólida película de artes marciales.

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Ficha técnica
Título original: A Touch of Zen (Xia nü)
Año: 1971
Duración: 2 hr 59 min
País: Taiwán
Director: King Hu
Guion: King Hu
Música: Wu Ta-Chiang
Fotografía: Hui-Ying Hua, Yeh-Hsing Chou
Reparto: Hsu Feng, Chun Shih, Pai Ying, Roy Chiao, Tien Peng, Billy Chan,
Calificación: 7/10

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