Los desesperados

Tras tener unos cuantos años sin ver cine de Charles Vidor (siendo Gilda la última que recuerdo haber visto) me asomo una vez más a su filmografía con el visionado de Los desesperados, un western que en su tiempo se convirtió en la primera producción de la Columbia Pictures estrenada en Technicolor. Pero de alguna manera permanezco impávido ante sus imágenes del oeste. Más allá de la reproducción adecuada de la época, es un western en Technicolor bastante aburrido que está, casi siempre, poblado de vaqueros anodinos que solo se mantienen en la superficie caminando y hablando sandeces en un pueblo corrompido. Su argumento se sitúa en 1863 en un pequeño poblado de Utah llamado Red Valley, donde el sheriff Steve Upton anda detrás del rastro de unos forajidos que robaron a tiro limpio el banco con ayuda de un banquero corrupto y un ranchero, mientras paralelamente su antiguo compañero, Cheyenne Rogers, regresa al condado para olvidar el pasado oscuro de pistolero y seducir a la chica de la que se enamora en el establo. A pesar de un inicio algo interesante que me atrapa por esa manera de retratar la cotidianidad del viejo oeste norteamericano con los estereotipos habituales (el vaquero sinuoso, el alguacil correcto, el cantinero tonto, la cabaretera, la damisela, los bandidos, etc.), en un momento determinado caigo prisionero de una abulia que se amplifica, ante todo, por una serie de situaciones que debilitan la narrativa a través de unas acciones redundantes de los personajes y de una falta de cohesión interna que produce una barahúnda, en donde por lo regular todo el aparato de acción se reduce a conversaciones banales en las calles o en los establos, escenas con un humor slapstick fuera de tono que me resulta molesto, subtramas sueltas que no encajan por ningún lado y le restan peso a la autoridad moral del protagonista, tiroteos sin ningún tipo de impulso entre los buenos y los malos, persecuciones a caballo por las praderas que surgen de la nada para cerrar conflictos innecesarios. En un punto el desorden narrativo me obliga a cuestionar la identidad de un protagonista que parece estar perdido entre unos ladrones acartonados y un alguacilillo rival que anda mayormente despistado, dando la impresión de que carece de profundidad más allá de las descripciones superfluas que lo colocan en el puesto del pistolero ágil y reservado que rehúye del pasado nefasto para buscar el interés romántico que lo tranquilice en la burbuja matrimonial. El papel protagónico de Glenn Ford, en su etapa de mozalbete, simplemente luce demasiado blandengue como el cowboy y tiene escasa química con Claire Trevor (de ninguna forma acabo de creerme su romance). Lo mismo sucede con Randolph Scott y el resto de los secundarios cuyos nombres no consigo recordar tras los créditos. Lo único que me produce algún efecto son las panorámicas que capturan la belleza de los campos atiborrados de ganado, polvo y vaqueradas con un enriquecido proceso de color; así como los decorados que trascriben con fidelidad los pueblitos del período. Es un western sin ritmo, previsible y, sobre todo, tan vacío como un revólver sin balas.



Streaming en:



Ficha técnica
Título original: The Desperadoes
Año: 1943
Duración: 1 hr 27 min
País: Estados Unidos
Director: Charles Vidor
Guion: Robert Carson
Música: John Leipold
Fotografía: George Meehan
Reparto: Randolph Scott, Glenn Ford, Claire Trevor, Evelyn Keyes,
Calificación: 5/10


Las aventuras de Sherlock Holmes

Mi inclinación por descubrir la popular serie de películas sobre el detective más icónico de la novela policial de Arthur Conan Doyle me ha llevado hasta Las aventuras de Sherlock Holmes, una cinta que dirige Alfred L. Werker a las órdenes de la 20th Century Fox y que constituye la segunda de las catorces películas de Sherlock Holmes producidas entre 1939 y 1946 que tienen como protagonistas a Basil Rathbone y Nigel Bruce. Pero no consigo el efecto deseado y permanezco cerca de hora y media en un completo estado de abulia. Lejos de los valores estéticos que evocan la época victoriana con atmósferas brumosas y cierta autenticidad, su misterio policíaco se mantiene atado a situaciones aburridas que no suponen ninguna revelación o intriga sustancial cuando Rathbone usa la lupa para resolver el crimen de una manera demasiado fácil. En esta ocasión la trama se ambienta en 1894 y narra la investigación de Sherlock Holmes y su amigo, el Dr. Watson, en los momentos en que siguen las pistas dejada por su archienemigo, el profesor Moriarty, quien tras ser absuelto de un cargo de asesinato por falta de pruebas se dispone a robar las joyas de la corona británica. En general se desarrolla sin mucho apuro con los mecanismos habituales del cine policial de corte detectivesco, donde el protagonista examina las evidencias y emplea sus dotes de deducción para calcular los pasos del villano, mientras también resuelve una subtrama de asesinato que involucra a una damisela en peligro; pero cuyo núcleo de efectismo gira en torno a la lucha deductiva entre Sherlock y Moriarty que, entre otras cosas, inicia cuando el profesor reta a un duelo al detective para ver si este es capaz de descubrir su plan criminal de robo. El asunto tiene un arranque que en un principio me atrapa, ante todo, por esas atmósferas londinenses que ilustran a plenitud el lado oscuro de una ciudad sumergida en las brumas, alcanzando un grado notable de solidez en el diseño de vestuario y en los decorados que reproducen el período con el sello característico de una producción de Zanuck. Pero durante una parte cuantiosa del metraje me invade la sensación de que todo lo que veo es, en pocas palabras, aburrido cuando el detective resuelve los problemas sin muchas dificultades, en unas escenas predecibles en las que se disuelve cualquier rastro de impulso entre los asesinatos, las engañifas y las conversaciones apresuradas a puerta cerrada de las que Welker no se preocupa por añadirle un poco de ritmo. Hay desde luego una química palpable entre Rathbone y Bruce, que funciona como un alivio cómico que, desafortunadamente, no llega hasta mis días. Solo la presencia secundaria de Ida Lupina logra levantar una de mis cejas cuando se pone en la piel de una dama vulnerable con un pasado trágico; aunque su efigie, de enorme potencial dramático, se ve desperdiciada por ese afán del director de colgarla en un rol de interés amoroso. Todo lo otro no me causa ni frío ni calor.



Streaming en:



Ficha técnica
Título original: The Adventures of Sherlock Holmes
Año: 1939
Duración: 1 hr 21 min
País: Estados Unidos
Director: Alfred L. Werker
Guion: William A. Drake, Edwin Blum
Música: Robert Russell Bennett, David Buttolph, Cyril J. Mockridge, David Raksin, Walter Scharf
Fotografía: Leon Shamroy
Reparto: Basil Rathbone, Nigel Bruce, Ida Lupino, George Zucco,
Calificación: 5/10

Retorno al abismo

Retorno al abismo es una película de Curtis Bernhardt que sigue esa tendencia de la época de thrillers de misterio en el que uno de los protagonistas padece algún trastorno psicológico que provoca una espiral de asesinato, como sucede por ejemplo en Cuéntame tu vida (Hitchcock, 1945). Según me cuentan, durante la etapa de preproducción a Humphrey Bogart no le gustó el guion y rechazó el papel a comienzos de 1943, pero tras unas cuantas discusiones en la mesa de negociación del estudio aceptó la oferta de Jack Warner, luego de que este último amenazara con reemplazarlo por otro actor y paralizar la producción de una película de Curtiz que sí quería protagonizar. Aquí el arranque de intriga se sostiene más o menos con una siniestra actuación de Bogart, pero en general sus cualidades hitchcocknianas no son suficientes para elevar un material de cine negro que se vuelve aburrido y predecible. En la trama, Bogart interpreta a Richard Mason, un hombre de negocios bastante poderoso que, en apariencia, vive felizmente casado con su esposa Kathryn, pero cuya estabilidad matrimonial comienza a manifestar las debilidades en el quinto aniversario de bodas, a partir de una escena en la que es acusado por su esposa de haberse enamorado de la hermana menor de esta que ocasionalmente los visita. En el preámbulo, la crisis conyugal es mostrada por Bernhardt con cierto nivel de tensión a través de una secuencia que saca a la luz el lado perverso del esposo tras un accidente automovilístico que lo deja cojo de una pierna y con un estado psicológico alterado; en la que Richard planifica metódicamente el asesinato de su esposa mientras se queda en la casa y, aprovechando la ausencia de todos, toma la medida desesperada de perseguirla en su coche por una carretera en la noche más oscura, aprovechando el desvío que esta toma en el trayecto de la montaña para asesinarla y lanzar el auto por el precipicio para ocultar los rastros. Sin embargo, el aparato de acción se traslada a un terreno muy convencional cuando registra al pie de la letra algunos de los elementos de la fórmula del cine negro, y sospecho que hay una escasez de golpes de efecto que impulsen algún sentido de sorpresa, colocando todo en la inercia de las situaciones rebuscadas y en las conversaciones inanes a puerta cerrada en la que el homicida esconde sus intenciones al fingir que investiga la desaparición de la esposa frente al psiquiatra y el cuerpo policial. El ritmo letárgico, en el que las escenas se encadenan con cierta flojera, solo consigue ampliar el efecto de aburrimiento. Noto cierta dejadez en el reparto secundario, además de una química escasa entre Bogart y las actrices secundarias cuyos nombres no consigo recordar. Solo Bogart, como siempre, me parece bastante creíble al asumir la personalidad de ese hombre manipulador, sinuoso y retorcido que se halla atrapado en una encrucijada moral provocada por los celos, la obsesión y las presiones maritales. Bernhardt, por momentos, ilustra su silueta en una puesta en escena poblada de atmósferas elegantes y paisajes oscuros en los que, por lo regular, los personajes son golpeados por una iluminación expresiva que revela intenciones. Eso, desafortunadamente, es lo único que consigue atraparme de esta película menor de cine negro.



Streaming en:




Ficha técnica
Título original: Conflict
Año: 1945
Duración: 1 hr 26 min
País: Estados Unidos
Director: Curtis Bernhardt
Guion: Arthur T. Horman, Dwight Taylor
Música: Friedrich Hollaender
Fotografía: Merrit B. Gerstad
Reparto: Humphrey Bogart, Alexis Smith, Sydney Greenstreet,
Calificación: 5/10

En su nueva cinta, Martin McDonagh regresa a la tragicomedia absurda y violenta para representar las divisiones históricas de Irlanda a través de la enemistad de dos hombres peculiares.





Con el paso de los años, Martin McDonagh se ha unido a ese grupo de directores que han logrado la transición satisfactoria del teatro al cine sin perder nunca los horizontes estéticos. Sus películas retienen esas raíces arrancadas del teatro del absurdo y del teatro de la crueldad que adquiere su grado de solidez en los diálogos dotados de ironía y de humor negro, donde los personajes que muestra se someten a un lento proceso de desvelamiento existencial y quedan subordinados a situaciones absurdas de puro patetismo en la que las escenas violentas dominan la acción cerca del epílogo. Es bastante evidente en su ópera prima, en la que narra las peripecias de dos asesinos a sueldo estacionados en un pueblito para exiliarse de matones. También en Siete psicópatas, en la que describe el bloqueo creativo de un guionista involucrado con excéntricos, mafiosos y un perro secuestrado. Y, sobre todo, en Tres anuncios por un crimen, donde presenta la historia de una mujer de 50 años que toma la justicia en sus manos para enfrentar la ineptitud policial y vengar la muerte de su hija. Hasta el día de hoy, esas tres primeras obras suyas me parecen estupendas.


Los espíritus de la isla es el experimento más reciente de McDonagh y, por lo visto, ha cosechado una lluvia de elogios en los distintos festivales en los que se ha exhibido. De nuevo, rescata ese estilo tragicómico en el que los personajes se mantienen sujetos a la soledad, los traumas personales y las amistades rotas en un pequeño pueblo, como pasa en En Brujas, pero me temo que en esta ocasión el asunto me produce el mismo efecto letárgico que la misa de los domingos por la mañana. Tiene unas actuaciones notables del elenco que ofrecen, de manera soterrada, lecturas sobre la absurdidad que fracciona los vínculos de una nación, pero muchas veces su tragicomedia se vuelve aburrida y pierde el pozo dramático deseado al mantenerse sometida a la rutina de las caminatas campestres y las borracheras del bar de la esquina. Los dos personajes principales, interpretados por Colin Farrell y Brendan Gleeson, simplemente no me conmueven como para satisfacer mis sensibilidades más inmediatas.




Brendan Gleeson y Colin Farrell. Fotograma de Searchlight Pictures.



La trama se ambienta a finales de la Guerra Civil Irlandesa de 1923 en la costa oeste de Irlanda y cuenta un fragmento en la vida de dos amigos, Pádraic Súilleabháin (Colin Farrell) y Colm Doherty (Brendan Gleeson), en el instante en que uno de ellos pone fin a una amistad de varios años en un pueblo situado en la isla ficticia de Inisherin. Uno es un hombre inseguro, fracasado, atormentado por la incertidumbre de no ir a ninguna parte mientras aconseja al joven Dominic (Barry Keoghan) que tiene problemas y es atendido por los cuidados de su hermana Siobhán (Kerry Condon), que lo ha protegido como si fuera su madre en una casita humilde. El otro es un hombre duro, sinuoso, reservado, que reside al lado de su perro en una casa aislada en la montaña en la que suele sentarse como un ermitaño en la mecedora y en los ratos libres toca el violín en el pub del pueblo al que asisten todos los moradores. El problema comienza cuando Colm, abruptamente, rompe el lazo amistoso que tiene con Pádraic por razones desconocidas; mientras que, por el otro lado, Pádraic se niega a aceptar la ruptura y se esfuerza en reconstruir la relación, a pesar de que Colm se rehúsa a volver a ser su amigo.



Colin Farrell y Barry Keoghan.



Estos personajes son mostrados por McDonagh como personas desesperanzadas, inermes, atrapadas por un pasado lóbrego del que no pueden escapar y desprovistas de cualquier rastro de felicidad por la falta de oportunidades que lacera su dignidad. Para empezar, Colm es un individuo arisco con alma de filósofo que decide permanecer en un estado de ascetismo voluntario para mitigar los errores que cometió antes en el pueblo por la impulsividad (es posible que en sus años de borrachera fuera un hombre irascible y violento que llegó a matar), justificando su camino de redención con su visita recurrente al confesionario del sacerdote en la iglesia y, además, con el refugio que le proporciona la música folclórica que manosea con su violín para curar las miserias intrínsecas; el rechazo a restablecer el nudo con su mejor amigo es un síntoma de su determinación para no repetir los mismas deslices de los tiempos que pasaron (solo anhela componer música para ser recordado por el resto de sus días). Pádraic es, en cambio, el auténtico perdedor del pueblo que, como muchos otros en su misma condición de conformista inmaduro y timorato, se ha quedado estancado en la inercia de la dependencia que le imposibilita abandonar el cuidado de la hermana que lo entiende como figura maternofilial, afectado a perpetuidad por la angustia causada por el amigo que lo ignora, a pesar de que es apreciado por los lugareños del barrio. Dominic es un muchacho gandul y retraído que se la pasa divagando por las praderas de la villa con la finalidad de olvidar las cicatrices provocadas por el padre que abusa físicamente de él cuando se quita el uniforme de policía, mientras recibe los consejos del desesperado Pádraic, que no tarda en hacer público en el pueblo los maltratos que le propician. Y Siobhán es una mujer tranquila que, debajo de la apariencia gentil y honesta, esconde el trauma de no haberse casado nunca por esa necesidad de asumir el puesto matriarcal de la casa, una especie de desasosiego causado por la soltería y los momentos desperdiciados de la juventud que se fue. Todos son seres solitarios que de alguna manera se lamentan por no haber vivido como deseaban.






Hay cierta coherencia textual en lo que veo, pero por alguna razón que desconozco las acciones de estos personajes, sacados del guion de McDonagh, no evocan sobre mí ninguna reacción emocional y me resultan, en la mayoría de las escenas, un poco esquemáticos cuando caen en la redundancia de esos episodios cotidianos en los que se la pasan dando vueltas entre las discusiones superfluas sobre la enemistad repentina, las noches de etílico en la taberna, las costumbres de los compueblanos, las premoniciones de la vieja bruja, los paseos a pie por los caminos rocosos, los sonidos de la vecina guerra civil, los viajes en carreta, las confesiones en la capilla, el ocio de la burra, las sesiones gratuitas de violín, las tardes de reflexión frente al mar. No sucede nada relevante hasta que uno de ellos se corta los dedos no solo para reflejar la impertinencia del antiguo amigo, sino, además, para simbolizar el acto de penitencia por las víctimas de la guerra civil irlandesa que se gesta fuera de campo. A modo de representación, la pelea entre los dos amigos, así como las desdichas pasadas, oculta subterráneamente una guerra paralela que funciona para esclarecer sobre la superficie un texto que recupera la memoria histórica de una nación políticamente dividida por una conflagración territorial, poniendo de manifiesto la naturaleza absurda detrás de una guerra que solo deja heridas imborrables y una violencia que destruye las almas de todos los involucrados hasta dejarlas perdidas en el mar de las penas.




 

En general, el reparto posee un desempeño actoral que es consistente describiendo las penurias internas de los personajes, aunque sospecho unos adquieren una mayor notabilidad que otros cuando exteriorizan el registro gestual y expresivo. Entre esos destaco, ante todo, la interpretación secundaria de Condon como la mujer jamona que se lamenta por haber sacrificado sus años posteriores a la nubilidad para criar al hermano inepto en ausencia de sus padres fallecidos por el conflicto bélico, ofreciendo instantes que capturan de forma auténtica sobre su rostro el desconsuelo que teme mostrar a la gente del pueblo por vergüenza. También la de Keoghan como el chico que sufre en silencio de todos los abusos que ha aguantado de su padre para no suicidarse en el lago a destiempo. Ellos elevan el material por encima de mis expectativas, hasta el punto de obligarme a pensar que las subtramas que ocupan son más emotivas que la de los centrales protagónicos que interpreta la dupla de Farrell y Gleeson (parecen versiones alternativas de los personajes que interpretaron en En Brujas).


Mi paciencia alcanza, por lo menos, para apreciar algunos de los valores estilísticos de la puesta en escena de McDonagh que sirven para señalar la crisis personal de los personajes a través de mecanismos como el sobreencuadre, la música diegética, el uso psicológico del color y las panorámicas que ilustran los bellos paisajes bucólicos de la zona rural. Sin embargo, nada de eso me resulta suficiente para evitar que su comedia negra con vena absurda se ahogue en falencias narrativas que debilitan el argumento con el muestrario de conductas erráticas y tremendistas que solo buscan desesperadamente instalar, por la vía más fácil, una alegoría sobre la beligerancia entre la parte norte y sur de la isla de Irlanda. Tengo la sensación de que hay cosas que se repiten inútilmente porque todo se reduce a un aparato de melancolía y conversaciones interminables, de campesinos arruinados moralmente por una depresión sociopolítica. No veo la supuesta complejidad del barullo ni me conmuevo por la incomunicación que afecta a los amigos con mucha gratuidad en esa isla hermética en la que el viento sopla para apagar el fuego intenso de las diferencias irreconciliables.



Streaming en:




Ficha técnica
Título original: The Banshees of Inisherin
Año: 2022
Duración: 1 hr 52 min
País: Reino Unido
Director: Martin McDonagh
Guión: Martin McDonagh
Música: Carter Burwell
Fotografía: Ben Davis
Reparto: Colin Farrell, Brendan Gleeson, Kerry Condon, Barry Keoghan
Calificación: 5/10




Argentina, 1985

En Argentina, 1985, actualmente disponible en el catálogo de Amazon Prime Video, el director argentino Santiago Mitre recupera con lupa la memoria histórica del famoso Juicio a las Juntas Militares en contra de militares acusados de cometer crímenes de lesa humanidad, un acontecimiento ocurrido en su país apenas dos años después de terminar una de las dictaduras más sangrientas de la historia latinoamericana firmada por Jorge Rafael Videla. Su propuesta a veces cae en la inercia de las fórmulas establecidas del drama judicial y del maniqueísmo señalado, pero su tono me parece consistente cuando narra a ritmo entretenido las peripecias de unos abogados que buscan esclarecer la verdad detrás del abuso del poder militar que perjudica la democracia, de entre los que se destaca el siempre solvente Ricardo Darín. En la trama, Darín interpreta a Julio Strassera, un fiscal al que se le ha asignado, junto a su compañero Luis Moreno Ocampo, la difícil tarea de llevar a un juicio civil a los máximos jefes militares que habían gobernado Argentina entre 1976 y 1982 con un amplio aparato de coacción estatal que incluía violaciones masivas a los derechos humanos. El asunto se estructura a través de una narrativa que sigue el manual básico del drama judicial de carácter histórico, en el que el abogado reúne a un equipo de jóvenes con la finalidad de ejecutar una investigación que lleve a la justicia las evidencias necesarias y los testimonios de esos ciudadanos que sufrieron en carne propia la brutalidad, de un régimen instalado por los altos mandos militares que tenía como objetivo principal eliminar y desaparecer a miles de personas para satisfacer la megalomanía ideológica del dictador del bigote; mientras, por otro lado, protege a su familia de las amenazas constantes y se somete a un estado de paranoia permanente. Hay, desde luego, ligeros tropezones en los que percibo que se mantiene atrapada en situaciones previsibles que se repiten infructuosamente en ciertos episodios legales que carecen de golpes de efecto (en la superficie toda la investigación sucede de forma fácil, sin muchas complicaciones), además de un metraje excesivo de casi dos horas y media que bien podía reducir su tiempo para sintetizar las vicisitudes sin perder el horizonte didáctico. Pero alcanza, a mi parecer, el punto de mayor solidez en las prolongadas secuencias del juicio, donde los distintos testigos relatan, a través del relato no iconógeno, las experiencias de ser víctimas detenidas bajo el amplio aparato de violencia ejercida por los autócratas de la milicia, que incluía, entre otras cosas, sesiones de tortura, violaciones y desapariciones. Me mantengo atento a todo lo que me cuenta sobre los abusos del poder militar en la esfera política, aunque también destaco ciertas cualidades estéticas que me causan una impresión a partir de una dirección de arte que reproduce con autenticidad la época de la sociedad argentina de los años 80, la banda sonora que sube el volumen de intriga y un estilo visual que en ocasiones toma prestados elementos de documental en forma de material encontrado. En general no es que sea algo fuera de serie como he escuchado, pero sí un film legal interesante sobre una parte oscura de la historia argentina.



Streaming en:



Ficha técnica
Título original: Argentina, 1985
Año: 2022
Duración: 2 hr 21 min
País: Argentina
Director: Santiago Mitre
Guion: Santiago Mitre, Mariano Llinás
Música: Pedro Osuna
Fotografía: Javier Juliá
Reparto: Ricardo Darín, Peter Lanzani, Alejandra Flechner, Carlos Portaluppi,
Calificación: 7/10


Sin novedad en el frente

En el catálogo más reciente de Netflix he conseguido ver a Sin novedad en el frente, una película del director alemán Edward Berger que sigue esa tendencia de la industria que recupera el cine bélico sobre la Primera Guerra Mundial (con ejemplos tan claros como Caballo de guerra, Final del viaje y 1917) para invitar a reflexionar en un momento clave de la actualidad en el que las tensiones geopolíticas podrían desencadenar una nueva contienda. Si no me equivoco es la segunda adaptación al cine de la novela de Erich Maria Remarque (una tercera versión fue estrenada inicialmente para la televisión por la CBS en 1979), tras la extraordinaria obra de Lewis Milestone de 1930. De ninguna manera cometería el sacrilegio de decir que es superior a aquel film casi perfecto de Milestone cuyas imágenes todavía permanecen impresas sobre mi memoria, pero lejos del tremendismo calculado, me parece una película inquietante y bien entretenida, que alcanza su mayor punto de solidez en los valores estéticos que captan con detalle los horrores de la guerra y la aniquilación moral de los soldados. Como las anteriores, la trama se sitúa en 1917 en la etapa final de la Gran Guerra y trata sobre Paul Bäumer, un joven de 17 años que se alista en las filas del Ejército Imperial Alemán para cumplir su sueño de adquirir una cruz de hierro que haga sentir orgulloso a los compueblanos patrióticos igual de idealistas que él. En general, la estructura se edifica siguiendo de cerca la narrativa clásica de la Gran Guerra, en la que el soldado idealista, motivado por el deber patriotero, es testigo ocular de las atrocidades de la guerra en el frente occidental, mientras asesina con su arma a los enemigos que salen de todas partes en unas trincheras que están continuamente manchadas de sangre y brutalidad, sometiéndose al estrés postraumático que destruye la psicología colectiva de sus compañeros y donde la esperanza de regresar a casa se desvanece como el humo de las explosiones; pero cuyo viaje es paralelamente detenido por las situaciones a puerta cerrada ocasionadas por las discusiones entre los generales conservadores que desean prolongar la contienda y los diplomáticos que buscan recuperar el camino del armisticio para detener el aumento de bajas. En ese sentido es un poco previsible, pero no veo que pierda el nivel de consistencia describiendo las tragedias psicológicas del protagonista que interpreta solventemente Felix Kammerer, sobre todo cuando emplea el registro expresivo de su rostro para ilustrar, en su primera gran actuación, el quiebre psicológico y físico de un soldado que pierde toda noción moralidad, avergonzado por una patria que lo ha traicionado en medio de la crueldad más deshumanizante. No hay ni una sola escena o secuencia de batalla en la que no me parezca creíble. Berger lo captura en una puesta en escena construida con un montaje rítmico que encadena las escenas con cohesión durante dos horas y media, en la que predominan las funcionalidades del encuadre móvil que amplía la guerra en movimiento a través de plano secuencias y unas panorámicas que transfieren con fidelidad el espectro de desolación, con una reproducción de la época que adquiere un grado de autenticidad con el vestuario y los decorados realistas. El asunto se eleva, además, con el leitmotiv de una banda sonora de peso melancólico de Volker Bertelman. Es, sin dudas, una película bélica bastante conmovedora, aunque no llegue a estar al nivel de las grandes del género.



Streaming en:



Ficha técnica
Título original: All Quiet on the Western Front (Im Westen nichts Neues)
Año: 2022
Duración: 2 hr 28 min
País: Alemania
Director: Edward Berger
Guion: Lesley Paterson, Ian Stokell, Edward Berge
Música: Volker Bertelmann
Fotografía: James Friend
Reparto: Felix Kammerer, Albrecht Schuch, Aaron Hilmer, Moritz Klaus, Daniel Brühl
Calificación: 7/10


Gato con botas: El último deseo

Mi necesidad de ver una película animada que me alegre el día me ha hecho ver Gato con botas: El último deseo, la secuela de la cinta de 2011 que sigue al famoso gato cosmopolita de la literatura de dominio público y que, de alguna manera, Dreamworks ha conseguido popularizar como spin-off del universo de Shrek. Pero por alguna razón que desconozco, sus imágenes no logran contagiar mi sentido de la vista y permanezco como un iceberg durante una hora y cuarenta minutos, asaltado por la sensación de que es una secuela aburrida que no supone para mí nada grandioso. Lejos de un estilo de animación destellante y de un desempeño de doblaje aceptable, su aventura pierde el encanto cuando el gato y su pandilla transitan con frecuencia por los mismos terrenos facilones en los que se ausenta la sorpresa de los cuentos de hadas. En esta ocasión, la trama sigue al intrépido y ególatra Gato con Botas en los momentos en que desperdicia ocho de sus nueve vidas y se niega a seguir las sugerencias del médico que le recomienda retirarse, donde luego se encuentra con un perrito y con una gata negra muy intrépida llamada Kitty que era su amor platónico, con el fin de iniciar un viaje por destinos desconocidos para llegar, ayudados por un mapa mágico, a un lugar especial en forma de estrella que puede conceder un solo deseo a alguien que lleve el mapa. En general, la aventura de capa y espada del gato tiene un arranque inicial que se deja sentir sobre mí, ante todo, por una animación estilizada en 3D que renderiza paisajes coloridos y dinamiza algunas secuencias de acción con un tono cercano al de una fábula en movimiento; pero cuyo núcleo central comienza a debilitarse perezosamente por una exposición narrativa que coloca a los personajes en situaciones paralelas que en la superficie nunca escapan de las fórmulas recicladas que me sé de memoria del cine animado de Hollywood, en la que por lo regular las acciones del héroe gatuno y sus amigos están sujetas a persecuciones redundantes desatadas por Ricitos de Oro, los Tres Osos y la cuadrilla de un pastelero corrupto que se hace llamar Jack “Big” Horner, además del lobo feroz encapuchado que asume la identidad de la Muerte. El factor de diversión se aleja de mí y no sé si se trata de la sequía creativa de los guionistas cuando abordan el comentario sobre el amor, la responsabilidad y las segundas oportunidades. El trabajo de doblaje, al menos, contagia mis oídos cuando escucho las voces de Antonio Banderas como el Gato con Botas y de Salma Hayek como la gata Kitty, especialmente cuando hablan el inglés con ese acento español de fónica costumbrista; la química de sus dos personajes es palpable. Todo lo demás no me causa ninguna emoción significativa, pero sí la idea de que la aclamación que ha adquirido solo responde a la ya implantada cultura de la diversidad en la que la inclusión de los estereotipos es la norma ampliamente aceptada por los inquisidores de la corrección política.



Streaming en:



Ficha técnica
Título original: Puss in Boots: The Last Wish
Año: 2022
Duración: 1 hr 42 min
País: Estados Unidos
Director: Joel Crawford, Januel Mercado
Guion: Paul Fisher, Tommy Swerdlow
Música: Heitor Pereira
Fotografía: 
Reparto (voces): Antonio Banderas, Salma Hayek, Harvey Guillen, Florence Pugh, John Mulaney, Wagner Moura, Ray Winstone,
Calificación: 5/10


Un ángel enamorado

Un ángel enamorado es una de esas películas que siempre pasaba ante mis ojos a finales de los años 90, pero que de alguna manera nunca alcanzaba a ver por esa necesidad constante de abrazar la procrastinación impuesta por la televisión por cable. Ahora la he visto por completo y, a decir verdad, creo que en lo particular se trata de un remake inferior a la sobria cinta Las alas del deseo (Wenders, 1987). Su concepto sobre el ángel caído me parece aterrizado por esa presencia iluminadora de Nicolas Cage, pero le faltan unas cuantas luces para alcanzar el cielo del entretenimiento, quedando en un terreno más o menos abúlico que no supone para mí ninguna sorpresa significativa o algo que no haya visto antes. Su argumento se sitúa en la ciudad de Los Ángeles y trata sobre la existencia de Seth, uno de los muchos ángeles que custodian la actividad humana y vigilan de cerca a la gente que sufre en los últimos momentos de vida para encaminar sus almas hacia el cielo, pero cuya travesía en la Tierra se compromete cuando se enamora de Maggie, una cirujana angustiada por la que está dispuesto a renunciar a su puesto para hacer feliz. En general, el asunto sobre del ángel vestido de negro tiene algunos instantes interesantes que me levantan una que otra ceja, especialmente cuando observo las responsabilidades que tiene junto al colega con el que transita por las calles y, asimismo, cuando desarrolla el vínculo afectivo con la doctora rubia que desea poseer sentimentalmente para sentirse como un humano de carne y hueso. Pero a ratos me asalta la sensación de que su narrativa carece de impulso dramático para elevar el romance entre el ángel que se convierte en humano y la mujer que desea amar lo desconocido, manteniendo a los personajes sobre una superficie tan ligera como una nube, en la que por regular todo el aparato de acción se reduce a conversaciones en las azoteas de los edificios, dilemas amorosos de estela melodramática y tópicos sobre la muerte, la felicidad y el libre albedrio que son tratados con cierta inanidad. Cage y Meg Ryan demuestran una buena química para que el idilio se sienta creíble. Pero por alguna razón solo el personaje de Cage me causa una impresión cuando se pone en la piel de un ángel impasible, estoico, que cae del cielo para experimentar sensaciones (como el dolor, la alegría, la tristeza) y cumplir la condena terrenal de las contradicciones humanas que ni siquiera dios entiende. El carisma de Cage es la piedra angular que sostiene el esqueleto de la película, con un extraño equilibrio entre la parquedad y el humor. El resultado hubiera sido otro si se profundizara un poco en la orden de los ángeles invisibles con gabardinas negras y la manera en que habitan un espacio metafísico en el que solo impera el aprendizaje, la razón y las señales espirituales de un dictador supernatural. Pero eso es algo que nunca podré saber con exactitud.



Streaming en:



Ficha técnica
Título original: City of Angels
Año: 1998
Duración: 1 hr 54 min
País: Estados Unidos
Director: Brad Silberling
Guion: Dana Stevens
Música: Gabriel Yared
Fotografía: John Seale
Reparto: Nicolas Cage, Meg Ryan, Dennis Franz, André Braugher,
Calificación: 6/10


Genuine

Gracias a la generosidad de esos corsarios que pueblan la Internet he conseguido ver una copia completa algo maltratada de Genuine, una película muda relativamente olvidada del director alemán Robert Wiene. Según me cuentan, Wiene la concibió como una especie de secuela espiritual de esa obra maestra llamada El gabinete del doctor Caligari, llegando incluso a utilizar al mismo equipo constituido por el guionista Carl Mayer, el director de fotografía Willy Hameister y el diseñador de producción Cesar Klein, con la absoluta intención de alcanzar el mismo estilo visual. Desconozco exactamente qué lo motivó a seguir esas inclinaciones estéticas más allá del mero autoplagio, pero en esta ocasión el asunto de los sueños erráticos no le sale tan bien. A pesar de los decorados que crean atmósferas retorcidas de ensueño, se trata, a mi juicio, de un trabajo menor del cine expresionista alemán que nunca encuentra el punto fuerte para sorprenderme. Su trama sigue a un pintor retraído y amargado llamado Percy, en los momentos en que oculta el cuadro exótico de una mujer que ha pintado y se niega a mostrárselo a los amigos curiosos que desean verlo, donde prefiere pasar el tiempo a solas contemplando el retrato en su sala de estudio y, dicho sea de paso, se queda dormido mientras lee la historia de la leyenda de Genuine, la sacerdotisa que inspiró la figura de su cuadro. En general, Wiene estructura la narrativa a través de un largo racconto que sigue al pie de la letra los parámetros de los relatos de vampiresas que eran habituales en el cine mudo de mediado de los años 10 y de principio de la década del 20, como sucede en la hollywoodense Érase un tonto (Powell, 1915.); donde el protagonista y todos los hombres que pasan por el encuadre se convierten en víctimas de la súcubo salvaje y de belleza extravagante que los seduce durante un sueño que parece eterno. En ese sentido, la actuación de Fern Andra me resulta creíble cuando usa sus pericias histriónicas para captar la efigie de esa mujer seductora que abusa de sus poderes de seducción para manipular a los hombres excéntricos hasta hundirlos en el fango del fatalismo, casi como si mimetizara los gestos de otras divas fatales como Musidora, Pola Negri y Theda Bara. Wiene la encuadra en una puesta en escena expresionista que se destaca, ante todo, por el cuidado decorativo que adorna algunos rincones con maquetas y objetos geométricos pesadillescos, distorsionados, que funcionan para ampliar el estado psicológico del protagonista, muchas veces evocando un estilismo de corte orientalista que se fuga entre las luces y las sombras. El problema fundamental, a mi parecer, es que no logra añadirle algún golpe de efecto o componente dramático a una trama blandengue que se debilita lentamente por la exposición del melodrama cutre y de las situaciones redundantes que se mantienen a partir de la aparición de la mujer que se escapa del lienzo para emanciparse del dominio patriarcal que la esclaviza. Todo luce demasiado colocado con sus personajes acartonados. Su cuento sobre amor, obsesión y muerte simplemente no está a la altura de sus mejores trabajos.



Ficha técnica
Título original: Genuine
Año: 1920
Duración: 1 hr 28 min
País: Alemania
Director: Robert Wiene
Guion: Carl Mayer
Música: N/A (muda)
Fotografía: Willy Hameister
Reparto: Fern Andra, Albert Bennefeld, Lewis Brody, John Gottowt
Calificación: 5/10
Trenes rigurosamente vigilados

Tras el visionado de Trenes rigurosamente vigilados, ópera prima del reconocido cineasta checo Jiří Menzel, me invade la extraña sensación de que no es exactamente lo que me andaban vendiendo los mercaderes del cine de autor que promueven religiosamente algunas obras de la nueva ola checa. La encuentro igual de regular que Los amores de una rubia, de Milos Forman. Como retrato de mayoría de edad tiene un encanto inicial con su viaje sobre autodescubrimiento y despertar sexual, pero lentamente pierde el vapor poético para mantener la locomotora política a toda marcha, en donde por lo general las peripecias de los personajes abandonan el efecto cómico por la necesidad de Menzel de sobrecargar el encuadre de esas lecturas sociopolíticas soterradas que eran habituales durante el régimen comunista para burlar el rígido aparato de censura. Su argumento, basado en la novela homónima de 1965 del destacado autor checo Bohumil Hrabal, se ambienta en Checoslovaquia a finales de la Segunda Guerra Mundial y narra un fragmento de la vida de Miloš Hrma, un joven tímido que trabaja por cuenta propia y sin remuneración como controlador en una estación ferroviaria en un pequeño pueblo, donde se ocupa de los deberes junto al disciplinado jefe de la estación y al despachador de trenes que es un mujeriego, pero cuya labor de proteger ciertos trenes estratégicos (indispensables para los planes de dominación del Führer en Europa central) se ve interrumpida por las inquietudes sexuales provocadas por su enamorada Masa, a la que persigue incansablemente para besarla. Con las vicisitudes del protagonista, Menzel ilustra en la superficie la cotidianidad de una sociedad checa poblada de trabajadores pobres, conformistas, holgazanes, fracasados, promiscuos, que como inadaptados sociales durante generaciones han asumido el trabajo como una forma de ocio en la que la norma central es el rechazo del deber y el irrespeto por la autoridad (o sea, habla de los vicios de la ociosidad que explota la voluntad de productividad del proletariado); pero cuyo fondo político sustituye las doctrinas socialistas con la ocupación nazi para edificar un texto que satiriza la burocracia estatal y la decadencia moral impuesta sobre la gente común por una cortina de acero, entendida como la responsabilidad como acto de resistencia de un individuo sometido a la vigilancia permanente que se miente a sí mismo para no escapar de la zona de confort de la inacción que explota sus miedos y deseos internos (manifestados a través de la sexualidad reprimida) por el bien del orgullo familiar. Miloš de alguna forma representa el sacrificio y el sentido de valor de ese pueblo improductivo cuya libertad todavía se halla en un estado virginal, y en cambio, Masa simboliza la imposibilidad de poseer esa experiencia idealizada que se desea alcanzar. Hay unas cuantas escenas que se desarrollan con erotismo y un humor absurdo. Pero, lejos de las virtudes estéticas (que las tiene) y de la crítica social más obvia, pocas veces sucede algún golpe de efecto que añada alguna dimensión dramática a las situaciones cotidianas en las que se involucran los personajes, quedando sujetos muchas veces a un círculo de redundancia que me hace predecir fácilmente el resultado final. En pocas palabras, su tragicomedia carece del impulso necesario para llegar de emergencia a la estación más cercana.



Streaming en:



Ficha técnica
Título original: Closely Watched Trains (Ostre sledované vlaky)
Año: 1966
Duración: 1 hr 32 min
País: Checoslovaquia
Director: Jiří Menzel
Guion: Jiří Menzel, Bohumil Hrabal
Música: Jirí Sust
Fotografía: Jaromír Sofr
Reparto: Václav Neckár, Josef Somr, Vlastimil Brodsky, Vladimír Valenta
Calificación: 6/10