Mi inclinación por descubrir la popular serie de películas sobre el detective más icónico de la novela policial de Arthur Conan Doyle me ha llevado hasta
Las aventuras de Sherlock Holmes, una cinta que dirige Alfred L. Werker a las órdenes de la 20th Century Fox y que constituye la segunda de las catorces películas de Sherlock Holmes producidas entre 1939 y 1946 que tienen como protagonistas a Basil Rathbone y Nigel Bruce. Pero no consigo el efecto deseado y permanezco cerca de hora y media en un completo estado de abulia. Lejos de los valores estéticos que evocan la época victoriana con atmósferas brumosas y cierta autenticidad, su misterio policíaco se mantiene atado a situaciones aburridas que no suponen ninguna revelación o intriga sustancial cuando Rathbone usa la lupa para resolver el crimen de una manera demasiado fácil. En esta ocasión la trama se ambienta en 1894 y narra la investigación de Sherlock Holmes y su amigo, el Dr. Watson, en los momentos en que siguen las pistas dejada por su archienemigo, el profesor Moriarty, quien tras ser absuelto de un cargo de asesinato por falta de pruebas se dispone a robar las joyas de la corona británica. En general se desarrolla sin mucho apuro con los mecanismos habituales del cine policial de corte detectivesco, donde el protagonista examina las evidencias y emplea sus dotes de deducción para calcular los pasos del villano, mientras también resuelve una subtrama de asesinato que involucra a una damisela en peligro; pero cuyo núcleo de efectismo gira en torno a la lucha deductiva entre Sherlock y Moriarty que, entre otras cosas, inicia cuando el profesor reta a un duelo al detective para ver si este es capaz de descubrir su plan criminal de robo. El asunto tiene un arranque que en un principio me atrapa, ante todo, por esas atmósferas londinenses que ilustran a plenitud el lado oscuro de una ciudad sumergida en las brumas, alcanzando un grado notable de solidez en el diseño de vestuario y en los decorados que reproducen el período con el sello característico de una producción de Zanuck. Pero durante una parte cuantiosa del metraje me invade la sensación de que todo lo que veo es, en pocas palabras, aburrido cuando el detective resuelve los problemas sin muchas dificultades, en unas escenas predecibles en las que se disuelve cualquier rastro de impulso entre los asesinatos, las engañifas y las conversaciones apresuradas a puerta cerrada de las que Welker no se preocupa por añadirle un poco de ritmo. Hay desde luego una química palpable entre Rathbone y Bruce, que funciona como un alivio cómico que, desafortunadamente, no llega hasta mis días. Solo la presencia secundaria de Ida Lupina logra levantar una de mis cejas cuando se pone en la piel de una dama vulnerable con un pasado trágico; aunque su efigie, de enorme potencial dramático, se ve desperdiciada por ese afán del director de colgarla en un rol de interés amoroso. Todo lo otro no me causa ni frío ni calor.
Ficha técnicaTítulo original: The Adventures of Sherlock Holmes
Año: 1939
Duración: 1 hr 21 min
País: Estados Unidos
Director: Alfred L. Werker
Guion: William A. Drake, Edwin Blum
Música: Robert Russell Bennett, David Buttolph, Cyril J. Mockridge, David Raksin, Walter Scharf
Fotografía: Leon Shamroy
Reparto: Basil Rathbone, Nigel Bruce, Ida Lupino, George Zucco,
Calificación: 5/10
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