Me asomo, con cierto escepticismo, a las imágenes de
El tren de las 3:10 a Yuma, de Delmer Daves, convencido de antemano por los ecos de los comentaristas que lo han glorificado durante años como western de pretendida solidez. Pero en pocas ocasiones alcanzo una respuesta emocional que sea completamente satisfactoria. Es un western revisionista que, en sus afanes de romper con algunos de los parámetros establecidos del género, atraviesa terrenos irregulares en los que predomina la ausencia de impulso y unos vaqueros que hablan más de lo que disparan a plena luz del día. El argumento se sitúa en el territorio de Arizona en la década de 1880 y trata sobre dos vaqueros en lados opuestos de la ley que, por causas del destino, colisionan en el desierto esperando el tren la justicia a la hora señalada. Uno es Ben Wade, un forajido del oeste que lidera a una pandilla de bandidos con el fin de asaltar diligencias y robar bancos en los condados más cercanos, pero cuya notoriedad queda acompasada en los instantes en que permanece en la cantina para seducir a la chica y es apresado por el sheriff del pueblo para ser escoltado hasta el tren que se dirige a Yuma, la localidad en la que será juzgado por sus crímenes. El otro es Dan Evans, un ranchero en apuros que vive con su familia y que, siendo testigo del crimen ejecutado por los pandilleros de Wade, se ofrece como voluntario para trasladar al bandido capturado y cobrar la recompensa que lo ayude a sacar a su esposa y sus dos hijos de la pobreza. El asunto tiene, a mi parecer, pequeñas escenas que captan mi interés por la manera en que el vaquero honesto somete su fuerza de voluntad al peligro inminente para solventar su crisis económica, mientras forma un extraño vínculo con el forajido buscado por la justicia en unas conversaciones que se ilustran a puertas cerradas. Sin embargo, la cuantía de intimismo debilita la estructura narrativa y reduce el aparato de acción justamente a diálogos baladíes que, a pesar de acentuar el grado de ética y de moral de los personajes, no sirven para dimensionarlos más allá de las descripciones obvias de los vaqueros perseguidos, quedando muchas veces en ese terreno anticipado en el que punteo fácilmente el paradero final del bueno, el malo y los débiles, en la climática confrontación en las calles del pueblo desolado y en las llanuras solitarias por las que pasa el tren señalado. Por lo menos, me provoca una impresión significativa la actuación de Glenn Ford como el forajido con sentido de integridad, y también la de Van Heflin como el granjero transparente que imprime sobre su rostro la determinación y la valentía de un padre que lo sacrifica todo para que la lluvia de bienestar caiga simbólicamente sobre su familia. Daves consigue encuadrarlos en una puesta en escena que, con un punto de solvencia, muestra propiedades estéticas que evocan las inquietudes expresivas de los personajes; como el uso del primer plano, el encuadre móvil de una cámara en constante movimiento, las panorámicas que capturan a los cowboys que cabalgan por las praderas en los caballos para perseguir al tren en medio de los tiroteos; además de una canción homónima que se vuelve bastante contagiosa como leitmotiv con las letras de Frankie Laine. Todo lo demás no me causa ni frío ni calor.
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Ficha técnicaTítulo original: 3:10 to Yuma
Año: 1957
Duración: 1 hr 32 min
País: Estados Unidos
Director: Delmer Daves
Guion: Halsted Welles
Música: George Duning
Fotografía: Charles Lawton Jr.
Reparto: Glenn Ford, Van Heflin, Felicia Farr, Leora Dana, Henry Jones,
Calificación: 6/10
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