Crítica de la película «Un blanco, blanco día» (2019)

Un blanco, blanco día
En Un blanco, blanco día, el segundo largometraje del director islandés Hlynur Pálmason, se examina, con cierta rigurosidad estética, un comentario sobre la culpa, la venganza y la desilusión matrimonial causada por el adulterio. Se esboza como un drama policial aterrizado, que consigue momentos de envergadura psicológica con sus atmósferas austeras y frígidas, pero cuyo núcleo casi siempre se ve atropellado por la falta de impulso narrativo que me coloca en modo de iceberg y sin ningún tipo de interés por el protagonista que interpreta con solvencia Ingvar Eggert Sigurðsson. El argumento se desarrolla en una localidad remota en Islandia y sigue a Ingimundur, un jefe de policía retirado que trabaja constantemente en el cuidado de una granja de la familia de su hija, además de que cuida de su nieta Salka y atraviesa un período prolongado de duelo por el fallecimiento de su esposa en un accidente automovilístico (mostrado como preámbulo en una escena retrospectiva). El asunto del protagonista tiene una intriga preliminar que es propulsada, entre otras cosas, desde las escenas cotidianas en que descubre una videocinta y comienza a sospechar que un hombre del vecindario tuvo un romance con su esposa antes de que esta muriera en la carretera al caer por el acantilado, mientras se responsabiliza de criar a la nieta con la que desarrolla un vínculo paternofilial y pasea por el condado en su Land Rover para levantar su espectro de sospechas. Sin embargo, pierde el efecto deseado cuando estructura de forma básica algunos de los elementos del thriller psicológico para ampliar el cuadro de obsesión del policía adolorido por la pérdida, la decepción y la infidelidad conyugal, con unos personajes sin brío que no dicen nada revelador; reduciendo la estela de acción a diálogos inanes a puerta cerrada anclados al patetismo y las terapias por las autopistas neblinosas en las que todo es demasiado blanco para ver el camino simbólico que subsana las heridas intrínsecas. El viaje del oficial viejo solo funciona en la superficie para subrayar un texto acomodado sobre las secuelas del adulterio entendido como el dolor de un hombre orgulloso y algo irascible que está afectado por un matrimonio que se deterioró por la rutina hasta cruzar esa delgada línea de la ruptura que suele cruzar el carril contrario que se sale de la calzada, donde el arrepentimiento es el único refugio para rememorar lo que se perdió. Por lo menos, me resulta un poco solvente la actuación de Sigurðsson como el policía atrapado por la soledad, el castigo existencial y la impotencia de no haber reparado su matrimonio con la esposa adúltera cuando tuvo la oportunidad de curar los zigzagueos emocionales. Pálmason encuadra la tormenta interior del protagonista de Sigurðsson en una puesta en escena minimalista y contemplativa, en la que predominan atributos estéticos como el encuadre móvil, los planos fijos, el sobreencuadre, los silencios, la música extradiegética de carácter empático y el uso del gran plano general que capta las típicas atmósferas gélidas de los paisajes nórdicos, en los que el espacio brumoso registra la tristeza y el vacío de los personajes. Su pericia estética es, desde luego, lo único que me atrevo a acentuar de esta letárgica y esquelética película islandesa.

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Ficha técnica
Título original: A White, White Day (Hvítur, hvítur dagur)
Año: 2019
Duración: 1 hr 49 min
País: Islandia
Director: Hlynur Palmason
Guion: Hlynur Palmason
Música: Edmund Finnis
Fotografía: Maria von Hausswolff
Reparto: Ingvar Eggert Sigurdsson, Ída Mekkín Hlynsdóttir, Hilmir Snær Guðnason, Sara Dögg Ásgeirsdóttir, Björn Ingi Hilmarsson,
Calificación: 6/10



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