Crítica de la película «Atracción fatal» (1987)

Atracción fatal
Atracción fatal es una de esas películas populares de los años 80 que, por alguna extraña razón, nunca pude ver en los tiempos en que la televisión por cable era para mí una especie de religión, consumiendo solo unas pocas imágenes esporádicas que apenas me motivaban a seguir con el visionado. Pero ahora que he consumido sus casi dos horas, permanezco en un estado emocional abúlico, que no me causa ni frío ni calor. Como thriller tiene un arranque que se eleva con la presencia psicopática de Glenn Close, pero su grado de intriga termina cercenado de forma facilona cuando interroga la culpa, la obsesión y los corolarios éticos del adulterio en una zona demasiado higienizada en la que se ausentan las sorpresas. La trama se sitúa en la ciudad de Nueva York y sigue a Dan Gallagher, un abogado lleva una carrera espléndida en una prestigiosa firma y vive con su esposa y su hija, pero cuyo destino es cortado con el filo de la navaja al conocer a Alex Forrest, una mujer atractiva que lo seduce y lo traslada hacia el lado oscuro de la infidelidad en los momentos en que aprovecha la ausencia de la esposa que se va de vacaciones. El asunto esquematiza la infidelidad entendida como la falta de tacto moral de un hombre que no mide las consecuencias de sus actos al dejarse dominar por los placeres ocasionales para seducir a una mujer fuera del matrimonio, pero, además, examina el cuadro clínico de una mujer afectada por la negación del rechazo que activa su parte obsesiva y violenta al no poseer lo que desea para aminorar sus sentimientos más inmediatos. Esto es especialmente cierto cuando Dan rechaza seguir la relación extramarital con Alex para continuar con su matrimonio, y esta última, al negarse a aceptar el fin de la aventura, responde con la violencia típica de alguien poseído por el trastorno límite de la personalidad, donde persigue a su víctima de manera enfermiza y amenaza con destruir su estabilidad como episodio de venganza. Sin embargo, no consigo otra cosa que una cuota notable de indiferencia porque, ante todo, la narrativa de la rubia fatal que persigue al marido infiel mantiene todo el aparato de acción sujeto a una serie de situaciones previsibles en las que, por lo regular, todo sucede de una manera artificiosa que pocas veces profundiza el desarrollo de los personajes más allá de los estereotipos más obvios que se describen en la superficie. A pesar del ritmo irregular de algunas escenas, todo luce demasiado colocado para el núcleo de la crisis conyugal. Por lo menos, encuentro creíble la interpretación de Close cuando utiliza su amplio registro expresivo para ponerse en la piel de la rubia psicopática con el cuchillo de cocina que demuestra un comportamiento impulsivo, errático, manipulador, con tendencias suicidas y serios arrastres violentos inducidos por el miedo a ser ignorada. Michael Douglas también me parece solvente a su lado como el abogado acorralado que desea reparar su matrimonio. Cuando ambos están en pantalla surge una química que es intachable, pero que, desafortunadamente, no sustituye la carencia de pulso que se prolonga hasta el anticipado final feliz, en el que se condena moralmente el adulterio y se ponderan los valores tradicionales del vínculo familiar.

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Ficha técnica
Título original: Fatal Attraction
Año: 1987
Duración: 1 hr 59 min
País: Estados Unidos
Director: Adrian Lyne
Guion: James Dearden
Música: Maurice Jarre
Fotografía: Howard Atherton
Reparto: Michael Douglas, Glenn Close, Anne Archer, Ellen Hamilton Latzen,
Calificación: 6/10


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