Asisto, con cierta cautela, a consumir durante hora y media las imágenes de Los ojos sin rostro, una película del cineasta Georges Franju que, durante años, ha sido encumbrada por la cinefilia más añeja como una obra representativa del cine de terror francés, a pesar de que en el día de su estreno tuvo una acogida tibia de parte de la prensa y causó una polémica significativa ante los censores por su representación gráfica de la violencia hacia las mujeres. Particularmente no me provoca emociones fuertes o alguna sensación que me haga pensar que se trata de algo fuera de serie, pero me parece una cinta que, lejos de sus significantes poéticos y de su superficie previsible, alcanza su grado sustancioso de escalofríos cuando sintetiza un estudio incisivo sobre la culpa, la desesperación y la obsesión por la belleza femenina como instrumento de terror corporal. Su argumento se sitúa en París en los años 60 y sigue al Dr. Génessier, un científico loco que, junto con su fiel asistente Louise (a la que ayudó a reparar su rostro gravemente dañado), reside en una mansión y dedica gran parte de su tiempo a raptar mujeres bellas para ejecutar experimentos macabros en su laboratorio, realizando cirugías en las que remueve el tejido de la cara con el objetivo de trasplantarlo en el rostro de su hija Christiane, la cual quedó horriblemente desfigurada en un accidente automovilístico en el coche que él mismo conducía y vive en un estado de cautiverio portando una máscara blanca que oculta sus cicatrices. La narrativa estructura el asunto de una manera básica, lineal, en donde por lo regular todas las situaciones se configuran a través de los mecanismos habituales del subgénero de horror sobre doctores excéntricos y la exposición de los diálogos, dicho sea de paso, solo funciona para ampliar el espectro de acción que hay detrás de las motivaciones más obvias, quedando casi siempre en la inercia de las experimentaciones obsesivas que tienen una ejecución algo facilona en el calabozo de la muerte (donde el elemento policial sospecha del crimen, pero nunca interviene más allá de la inutilidad para romper con las normas morales establecidas). Sin embargo, hay una tensión que me atrapa cuando menos lo espero, en unas secuencias que exponen el lado siniestro de ese psicópata que emplea el bisturí, los guantes y la mascarilla en la sala de operaciones para diseccionar la piel de mujeres hermosas que le permitan realizar el trasplante sobre la cara de su hija, mientras colecciona a pastores alemanes enjaulados y la secretaria se deshace de los cadáveres a orillas del río más cercano. Destaco primero la actuación central de Pierre Brasseur como el médico homicida obsesionado con el rostro de la mujer perfecta para practicar una cirugía de heteroinjerto que lo ayude a reducir el tormento causado por la culpabilidad; la secundaria de Alida Valli como la ayudante incondicional que cubre su cicatriz con una gargantilla de perlas y es cómplice de las desapariciones, así como también la de Édith Scob como la ingenua y tierna hija de la careta nívea que permanece enjaulada como una paloma en aislamiento y cuya única llave para escapar hacia la emancipación es el escalpelo de la cordura en estado latente. Franju los encuadra en una puesta en escena que esquematiza, con sutileza cercana al expresionismo alemán y los referentes hitchcockianos, algunos componentes estéticos que elevan la cualidad poética de algunos planos y que, ante todo, dejan un rastro de sobriedad en unas atmósferas claustrofóbicas en blanco y negro en las que predomina el pánico, la sangre, los gritos de las inocentes y los estados de ánimo imprevistos; entre los que se ilustran el sobreencuadre, el plano congelado, la elipsis, el sonido diegético, el primer plano, la iluminación expresionista y el simbolismo (las palomas, las cruces, las máscaras, las marcas, los perros, etc.), ademas de una música de Maurice Jarre que se seduce mis oídos con un leitmotiv contagioso. No sé si trata de una obra mayúscula del cine francés de terror, pero el resultado final es terrorífico con la dosis adecuada de ritmo, tan afilado como un cuchillo en el quirófano.
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Ficha técnica
Título original: Eyes Without a Face (Les Yeux sans visage)
Año: 1960
Duración: 1 hr 30 min
País: Francia
Director: Georges Franju
País: Francia
Director: Georges Franju
Guion: Claude Sautet, Pierre Boileau, Thomas Narcejac
Música: Maurice Jarre
Fotografía: Eugen Schüfftan
Reparto: Pierre Brasseur, Alida Valli, Juliette Mayniel, Edith Scob,
Calificación: 7/10
Fotografía: Eugen Schüfftan
Reparto: Pierre Brasseur, Alida Valli, Juliette Mayniel, Edith Scob,
Calificación: 7/10
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