Crítica de la película «El imperio de los sentidos» (1976)

El imperio de los sentidos
Procedo en mi tiempo libre a ver, sin ningún tipo de cortes, una copia restaurada de El imperio de los sentidos, una película en la que el director Nagisa Ōshima, fiel al manifiesto de transgresión de la nueva ola japonesa, se enfrentó en su época a una rígida política de censura en todos los países en donde se exhibía debido, entre otras cosas, al sexo explícito de sus imágenes, hasta el punto de que el gobierno presentó cargos por obscenidad en su contra y, durante el juicio, antes de ser declarado inocente, lanzó la famosa frase: "Nada de lo que se expresa es obsceno. Lo obsceno es lo que se oculta". Pero lejos de la polémica de la que se ha hablado durante décadas, permanezco impávido y no consigo conectar para nada con lo que muestra durante más de una hora y media. Como cinta erótica, alcanza su clímax en las actuaciones exigentes de Eiko Matsuda y Tatsuya Fuji, pero sospecho que su ejercicio maratónico sobre el placer sexual obsesivo permanece en una superficie fatigosa y delgadamente aburrida que, por lo regular, suele repetir, de manera precoz, los mismos actos de sexo al servicio de las pretensiones poéticas. La trama, basada en un caso de la vida real que estremeció la sociedad japonesa, se sitúa en el año 1936 y trata sobre Sada Abe, una antigua prostituta que obtiene un empleo como trabajadora doméstica en un hotel, en donde sostiene una intensa relación con el dueño, Kichizo Ishida, que se intensifica con experimentos sexuales que los convierte a ambos en prisioneros de un amor destructivo en los interiores de una habitación oscura. El idilio de lujuria de los protagonistas, presenta sin filtro un menú diverso de voyeurismo, onanismo, penes erectos, váginas húmedas, candaulismo, felaciones, orgías, sadomasoquismo, hipoxifilia, necrofilia y ciertos registros de ninfomanía, que los obliga lentamente a traspasar la línea moral de la cordura. La narración coloca a los amantes, desde un principio, en un horizonte transgresor que emplea algunos mecanismos del género rosa para reducir las acciones más básicas a diálogos a puerta cerradas sobre celos y la adicción por el sexo parafílico sin restricciones en espacios cerrados, donde los personajes que presenta carecen de una textura psicológica que justifique ciertas intenciones y pocas veces se profundiza sobre su condición más allá de los estereotipos que los describe. Sin embargo, por el lado discursivo más obvio, Ōshima edifica un texto que interroga la sexualidad mórbida que predomina de forma soterrada en los núcleos de erotismo de la cultura japonesa, aunque muchas veces también analiza la manera en que la posesión, provocada por las relaciones de poder entre la mujer y el hombre, aniquila el deseo a través del placer excesivo que se produce por los límites de la violencia sexual y la obsesión por la muerte. En ese sentido, por lo menos, encuentro creíbles las interpretaciones del reparto al mantener cierta pericia física para las escenas de sexo no simulado. Destaco, primero, la de Matsuda como la mujer posesiva y celosa que, detrás del rostro psicopático, solo se complace con la asfixia erótica y la mutilación de genitales. También la de Fuji como el señor mujeriego consumido por los placeres carnales que ofrecen las distintas mujeres con las que se acuesta. Ōshima los encuadra en una puesta en escena que goza de unos decorados detallados, donde es frecuente el color como grosor psicológico, los espacios claustrofóbicos y una música folclórica, pero cuyo uso frecuente de la elipsis para trasladar la acción al campo del coito muchas veces termina reduciendo su valor, desafortunadamente, al de un episodio barato y repetitivo de material pornográfico.

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Ficha técnica
Título original: In the Realm of the Senses (Ai no korîda)
Año: 1976
Duración: 1 hr 42 min
País: Japón
Director: Nagisa Ôshima
Guión: Nagisa Ôshima
Música: Minoru Miki
Fotografía: Hideo Itoh
Reparto: Eiko Matsuda, Tatsuya Fuji, Aoi Nakajima,
Calificación: 5/10

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