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Juegos de espías, el director Tony Scott accede a algunas de las fórmulas básicas del thriller de acción de espionaje que estaban de moda a finales de los 90. Me atrevo a decir que en la superficie posee unos cuantos instantes de intriga con la presencia de Robert Redford y de Brad Pitt, pero muchas veces soy asaltado por la sensación de que su juego de espionaje nunca escapa de las rutinas señaladas y de los actos previsibles de acción cuando los agentes están en las zonas de peligro, en dos horas y cuarto que avanzan como un tanque de guerra sin combustible en territorio enemigo. La trama se sitúa en el año 1991 y sigue las experiencias de Nathan Muir, un oficial veterano de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) que es contactado, justamente en el día de su retiro, para resolver el incidente relacionado a Tom Bishop, un agente encubierto que es tomado como prisionero en una cárcel china y está a punto de ser ejecutado en 24 horas (a menos que el gobierno estadounidense negocie su liberación). En términos estructurales, el asunto se ensambla siguiendo los elementos comunes del cine de espías en el que se muestran misiones secretas de asesinatos, deserciones, extracciones diplomáticas, robo de información, documentos clasificados, identidades falsificadas, tiroteos imprevistos. Y me resulta interesante, en un principio, por la manera en que el protagonista se sienta junto a otros ejecutivos de la CIA para establecer las estrategias de la misión de rescate del agente, mientras escucha las negativas de los superiores y rememora, a través de varias escenas retrospectivas, los años en que realizaba operaciones encubiertas junto a su amigo Bishop durante la guerra de Vietnam, las persecuciones políticas de Alemania del Este y la guerra del Líbano en Beirut. Pero, de alguna forma, permanezco en un estado de impavidez, en el que no consigo quedar enganchado con nada de lo que me muestra porque, ante todo, la narrativa reduce las acciones centrales del conflicto a diálogos a puerta cerrada y mantiene el desarrollo de los personajes en el horizonte acomodaticio de los estereotipos que es habitual en el género de espías, donde todo sucede de una manera facilona y anticipo con facilidad el comentario sobre la traición, la lealtad y el llamado del deber que surge, dicho sea de paso, cuando el mentor busca rescatar al protegido adulterando algunos de los protocolos de ética de la organización. En ese sentido, me parece creíble la actuación de Redford como ese espía astuto, carismático, con la mirada de cóndor, que antes de su jubilación se enfrenta al poder de la burocracia y controla todos los recursos que están a su alcance para salvar, sin disparar una bala y en menos de 24 horas, al amigo capturado detrás de las líneas enemigas. Scott lo capta en una puesta en escena que, a pesar de la ausencia de ritmo, se destaca por una auténtica reproducción de la época y unas atmósferas que, por la parte visual, son consistentes evocando la esencia del espionaje, además de gozar de una sólida música de Harry Gregson-Williams. Todo lo demás, sospecho, carece de una tensión que saque a sus espías del frío.
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Ficha técnicaTítulo original: Spy Game
Año: 2001
Duración: 2 hr 15 min
País: Estados Unidos
Director: Tony Scott
Guión: Michael Frost Beckner, David Arata.
Música: Harry Gregson-Williams
Fotografía: Daniel Mindel
Reparto: Robert Redford, Brad Pitt, Catherine McCormack, Stephen Dillane
Calificación: 6/10
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