Accedo a una copia restaurada por el BFI de
Ruta infernal, una película británica en la que Cy Endfield sigue el manual sobre camioneros que se muestra en otras cintas de envergadura como
Mercado de ladrones (Dassin, 1949) y
El salario del miedo (Clouzot, 1953). Pero a diferencia de estas, me atrevo a colocarla en un terreno similar al de
La pasión ciega (Walsh, 1940). Como cine negro alcanza su mayor grado de carga en las secuencias de camiones donde Stanley Baker demuestra su pericia para conducir, pero a veces atraviesa carreteras irregulares en las que, por lo general, se frena de golpe en la señal de la rutina y todo avanza en una superficie acomodaticia que nunca se desvía de esas rutas predecibles asfaltadas con la falta de impulso. La trama se sitúa en un pequeño pueblo británico y explora la vida de Tom Yately, un hombre sinuoso e impasible que, para huir de las tragedias personales del pasado, consigue trabajo como conductor de camiones en la empresa de transporte Hawletts, donde se le ofrece un sueldo a cambio de transportar cargamentos de grava por caminos intransitables y, ante todo, debe lidiar con peligrosa competencia de los otros choferes que buscan retrasarlo para que no cobre el cheque. En términos generales, la narrativa estructura el asunto del camionero con un arranque trepidante que me mantiene enganchado, al menos, en las secuencias que encadenan con un montaje rítmico la férrea carrera de los camioneros que luchan por dominar las calles para quedar en primer lugar en la entrega requerida de cargas diarias (el conductor que se retrasa es despedido), donde transitan cada kilómetro recorrido a toda velocidad, sin miedo a chocar de frente o a detenerse en la estación de combustible. El problema, sin embargo, es que llega un punto donde me doy cuenta de que, lejos de las carreras de camiones, los personajes apenas escapan de las rutas calculadas de los estereotipos superficiales del género, y muchas veces tengo las sensación de que el mecanismo de acción parece reducirse a la repetición de carreras de camiones y las inquietudes de los camioneros que discuten trivialidades a puertas cerradas en un pueblo de derrotistas. Me parece, además, que hay una ausencia de matices en el comentario social sobre la falta de oportunidades y la corrupción en el sector del transporte. A pesar de todo, destaco la actuación central de Baker como ese hombre solitario, reservado, distante, que se refugia en la conducción de camiones para ganarse el sustento y olvidar las tragedias que lo condujeron a la cárcel antes de ser fugitivo de la justicia. Al lado de Baker, hay también roles secundarios solventes, primero, de Peggy Cummings como una mujer fatal que está obsesionada con amar al sujeto misterioso que huye de la justicia y, segundo, de Patrick McGoohan como el perverso camionero que conduce por los atajos de la megalomanía y de la autodestrucción. Endfield los captura en una puesta en escena que, en ocasiones, aprovecha la lente de Geoffrey Unsworth para acentuar, con un blanco y negro realista, el sentido de movimiento y las atmósferas de los camioneros en la zona de peligro. Solo eso, sospecho, impide que el resultado se desplome por el barranco.
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Ficha técnicaTítulo original: Hell Drivers
Año: 1957
Duración: 1 hr 48 min
País: Reino Unido
Director: Cy Endfield
Guion: John Kruse, Cy Endfield
Música: Hubert Clifford
Fotografía: Geoffrey Unsworth
Reparto: Stanley Baker, Herbert Lom, Sean Connery, Peggy Cummings, Patrick McGoohan
Calificación: 6/10
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