Un lugar donde quedarse es una comedia dramática en la que el director italiano, Paolo Sorrentino, traslada por primera vez su cámara al suelo norteamericano para tener a su disposición a un actor de Hollywood del calibre de Sean Penn (por lo que sé, este lo convenció para la colaboración mutua tras observar su trabajo en la estupenda
El divo, durante su estancia como cabeza del jurado en el Festival de Cannes de 2008). La actuación de Penn como el rockstar ofrece ligeros momentos de excentricidad, pero su viaje por la carretera se vuelve aburrido y pierde sustancia cuando se detiene a interrogar los tópicos sobre la soledad, la vejez y la necesidad de autodescubrirse como remedio de una ruptura familiar. En la trama, Penn interpreta a Cheyenne, una estrella de rock que atraviesa una crisis existencial y pasa los días de su retiro como un completo holgazán en una mansión en la que convive con su esposa en Dublín, mientras es golpeado por los pensamientos negativos de su gloria del pasado que lo mantienen atrapado en la cárcel de la culpa y la depresión (en parte porque se retiró después de la muerte de unos fans se suicidaron escuchando las letras de sus canciones). En una primera mitad se muestra a Cheyenne como un hombre desilusionado, lento, abúlico, de pocas palabras, sin ningún propósito en la vida más allá de caminar unas cuantas cuadras para olvidar lo hastiado y dosificado que está de seguir la misma rutina diaria, a diferencia de la cónyuge que parece disfrutar al máximo su labor como bombero local y las clases de tai chi. En la segunda, se presenta la aventura de Cheyenne, luego de asistir al funeral de su padre y de ser testigo de un fallido intento de reconciliación, cuando se traslada en camioneta por la autopista desde Nueva York hasta Nuevo México para buscar a un antiguo nazi exiliado que fue el responsable de perseguir a su padre en Auschwitz, con ayuda de un señor judío que se dedica a la cacería de nazis. El caso es que no consigo emocionarme en ninguna de las peripecias del rockero gótico porque, ante todo, sus acciones se reducen a unas situaciones tragicómicas sin ningún tipo de profundidad y en las que, por lo regular, todo sucede a un ritmo letárgico con el único fin, sospecho, de examinar la manera en que un individuo lucha consigo mismo para redimirse por los pecados del pasado y reconciliarse con el padre que abandonó como sinónimo de rebeldía juvenil. En ese sentido, por lo menos, la interpretación de Penn me resulta creíble cuando comunica, con los gestos, la voz y el rostro inexpresivo, el calvario intrínseco de ese rockstar maquillado y vestido de negro como Robert Smith al que el tiempo le pasó por encima. Cuando él camina, Sorrentino capta su figura a través de unos cuantos planos interesantes de Luca Bigazzi y una banda sonora de David Byrne que alcanza mis oídos. Pero nunca da los pasos necesarios para que la tragicomedia escape del patetismo cutre.
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Ficha técnicaTítulo original: This Must Be the Place
Año: 2011
Duración: 1 hr 58 min
País: Italia
Director: Paolo Sorrentino
Guión: Paolo Sorrentino, Umberto Contarello
Música: David Byrne
Fotografía: Luca Bigazzi
Reparto: Sean Penn, Frances McDormand, Judd Hirsch, Harry Dean Stanton
Calificación: 5/10
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