Crítica de la película «Adiós a Matiora» (1983)

Adiós a Matiora
Adios a Matiora es una película soviética de Elem Klimov, adaptada de la novela homónima del escritor ruso Valentín Rasputin y rodada apenas dos años antes de su obra maestra Ven y mira (su último film como director de cine). En un principio, su material iba a ser dirigido por Larisa Shepitko, la directora original y esposa del director que murió en un trágico accidente automovilístico mientras buscaba locaciones para el rodaje junto con cuatro miembros del equipo, pero tiempo más tarde fue completado por Klimov luego de varios retrasos. Me pregunto cómo hubiese sido el producto final con el estilo personal de Shepitko, pero tras el visionado de dos largas horas de esta visión ofrecida por Klimov no creo que hubiera importado tanto. Klimov la ensambla como un drama rural que adquiere una fuerza visual muy notable en la carga simbólica y en los paisajes atmosféricos de capa naturalista, pero cuya narración pierde gradualmente su lado emotivo en su crónica previsible de injusticia y resistencia campesina, debilitada por unos personajes que solo sirven como tablas de madera colocadas en la superficie para que el comentario sociocultural tenga cierta coherencia textual. El argumento se desarrolla en una isla situada en medio de un gran río en la parte central de Rusia que lleva el nombre de Matiora y sigue, entre otras cosas, las peripecias de un grupo variopinto de campesinos que se preparan para desalojar la aldea por órdenes de las autoridades soviéticas que planean inundar el lugar para facilitar la construcción de un embalse. En una primera mitad, se muestra la cotidianidad de los campesinos a través de la anciana que se niega a abandonar las costumbres familiares, el viejo decrépito que suele andar malhumorado, el soviet hijo de la señora que se encarga del proceso de desalojo, las mujeres que con sus manos cosechan el trigo, el jefe de inspección que lanza su alegato para que los habitantes se despidan de su hogar. En la segunda, todo consiste en la tarea de mudanza de los oficiales que concentran sus esfuerzos para sacar a los campesinos de sus casas (incluso quemando las viviendas con combustible para asegurarse de que no regresen jamás) antes de la inundación planificada. El caso es que la existencia de esos pueblerinos no me causa ni frío ni calor porque están esquematizados de una forma demasiado transparente que los mantiene sujetos, casi siempre, a una serie de situaciones rutinarias en la que se ausenta la profundidad psicológica y el tacto dramático, donde solo funcionan como instrumentos diegéticos para subrayar un discurso sobre la injusticia social entendida como la lucha de unos campesinos humildes que se oponen al desplazamiento y a la pérdida de las tradiciones que constituyen su esencia moral, con ligeros subtextos ecológicos de carácter poético. Solo alcanzo a destacar la actuación creíble de Stefaniya Stanyuta como la vieja que se convierte una mártir campesina por defender sus valores. Tambien el placer estético que encuentro en algunos dispositivos que Klimov coloca en la puesta en escena casi como preámbulo de Ven y mira, entre los que se destaca el plano subjetivo, el primer plano, la ruptura ocasional de la cuarta pared, el simbolismo del fuego, algunos soliloquios poéticos, las panorámicas que evocan realismo, el leitmotiv de música triste, las atmósferas brumosas con iluminación natural que añaden un tono pesadillesco al tercer acto y un uso del encuadre móvil de una cámara en constante movimiento. Todo lo demás pasa ante mis ojos sin ningún rastro de emoción.

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Ficha técnica
Título original: Farewell (Proshchanie)
Año: 1983
Duración: 2 hr 06 min
País: Rusia (Unión Soviética)
Director: Elem Klimov
Guión: German Klimov, Larisa Shepitko, Rudolf Tyurin
Música: Vyacheslav Artyomov, Alfred Shnitke
Fotografía: Vladimir Chukhnov, Aleksei Rodionov, Yuri Skhirtladze, Sergei Taraskin
Reparto: Stefaniya Stanyuta, Lev Durov, Aleksei Petrenko, Leonid Kryuk
Calificación: 6/10

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