Tras su ruptura comercial con la Warner Bros., Christopher Nolan regresa a sus experimentos cinematográficos para mostrar la radiografía del padre de la bomba atómica.
A menudo Robert Oppenheimer suele ser acreditado como el padre de la bomba atómica. El titulo indiscutible se lo concedió la portada de la revista Times poco después de terminada la Segunda Guerra Mundial y, de alguna manera, corroboraban sus contribuciones como físico teórico que impulsaron el programa detrás del Proyecto Manhattan y su culminación exitosa en la Prueba Trinidad en Los Álamos donde se llevó a cabo la primera detonación de este tipo. Pero su papel en la producción de dicho experimento monstruoso le trajo una serie de adversarios poderosos en la esfera gubernamental y militar que, entre otras cosas, se oponían a las posturas éticas que él tomó sobre los peligros de esas armas y su utilización sobre civiles inocentes en la guerra, recordándoles la infamia cometida por Truman en Hiroshima y Nagasaki en Japón. Sobre su biografía se han rodado documentales, series para la televisión, representaciones en el docudrama El principio o el fin (Taurog, 1947) donde es interpretado por Hume Cronyn y una interpretación secundaria de Dwight Schultz en la película Arma secreta (Joffé, 1989), así como se han escrito un puñado de libros, pero por la polémica que lo rodeó nunca se había llevado a la gran pantalla con el tratamiento apropiado que corresponde a un protagonista.
En Oppenheimer, Christopher Nolan cubre un fragmento de esos hechos sobre la vida del famoso científico para otorgarle el protagonismo que se le había negado, adaptando el material biográfico firmado por Kai Bird y Martin J. Sherwin que se titula American Prometheus: The Triumph and Tragedy of J. Robert Oppenheimer. No creo que lo que ofrece sea de lo mejor de este año como he escuchado en algunos lugares, pero es un biopic aterrizado, emotivo en el que Nolan emplea su pirotecnia calculada para examinar, a ritmo palpitante, los triunfos y las tragedias de Oppenheimer como el conteo regresivo de una bomba de tiempo a punto de estallar. En las tres horas que dura, incluso en los momentos en que se extiende más allá de lo necesario, se ensambla de una manera diametralmente opuesta a lo que se ve en los biopics convencionales de Hollywood porque, ante todo, equilibra bastante bien el drama con el suspenso para el lucimiento de un elenco fenomenal que encabezan Cillian Murphy y Robert Downey Jr.
En términos generales, la narrativa de Nolan estructura el asunto a través de la poética del tiempo no lineal que se ha convertido en su estampa profesional, pero ahora presentado como los componentes esenciales de la física nuclear que, simbólicamente, reflejan el colapso interior del protagonista, mostrando en dos puntos de vista las diversas reacciones en cadena que suceden en dos corrientes tan contrapuestas como la ciencia y la política. La primera línea temporal es “Fisión” y una segunda es “Fusión”.
En Fisión, la acción se sitúa en el período siguiente a la posguerra y muestra a J. Robert Oppenheimer (Cillian Murphy) como un hombre dubitativo, introspectivo, que se encuentra en una habitación a puerta cerrada en la que es interrogado por unos funcionarios que pretenden manchar su reputación por sus vínculos con la izquierda comunista, mientras unas escenas retrospectivas que se dividen como partículas atómicas rememoran, poco a poco, el pasado de su trayectoria en varias fases de su vida a partir de los estudios universitarios que ilustran su brillantez para las teorías y su torpeza para la práctica; los cursos como profesor de física cuántica en la Universidad de California; la relación romántica con su amante con Jean Tatlock (Florence Pugh), una simpatizante del Partido Comunista de Estados Unidos; el barullo matrimonial con Katherine "Kitty" Oppenheimer (Emily Blunt) y la reconciliación afectiva. La parte más cautivante comienza en las escenas en que el general Leslie Groves (Matt Damon) se acerca a Oppenheimer para pedirle que participe en el desarrollo de la bomba atómica en 1942 y este acepta por las inquietudes que lo impulsan a poner en evidencia todas sus teorías en el Proyecto Manhattan de la instalación de los Álamos en Nuevo México.
En el episodio de Fusión, Oppenheimer no es precisamente el protagonista, sino que es visto desde la óptica del empresario estadounidense Lewis Strauss (Robert Downey Jr.) antes y después de que este se convirtiera en el jefe de la CEA (Comisión de Energía Atómica). En las escenas retrospectivas, en blanco y negro, Strauss es mostrado como un hombre de negocios algo sinuoso que está íntimamente atado a las simpatías conservadoras y que, perspicazmente, introduce a Oppenheimer en los círculos del poder político y le otorga un grado de autoridad en la Comisión de Energía Atómica antes de ingresar al Proyecto Manhattan (Oppenheimer se ve obligado a confiar en él, aunque sospecha de sus segundas intenciones), custodiando de cerca el progreso de su investigación. Pero más adelante Strauss impulsa una caza de brujas contra Oppenheimer para reducir su estela de influencia en la administración pública y de suspender sus credenciales de seguridad porque, en efecto, este se opone al ensamblaje de la bomba de hidrógeno y propone cambios en materia de protección nuclear para impedir que el gobierno utilice las armas de destrucción masiva para fines bélicos, en una audiencia celebrada en 1954 ante una junta de seguridad del personal de la CEA. Strauss es, por lo tanto, un villano de turno que, de forma hostil, ejerce todo su poder burocrático como republicano conservador para revelar las asociaciones comunistas de Oppenheimer y destruirlo moralmente con el fin de continuar su plan de desarrollar artefactos termonucleares en nombre de la política de energía nuclear estadounidense.
De entrada para mí la película de Nolan se vuelve entretenida en las dos líneas temporales, sobre todo porque excava en la personalidad de Oppenheimer casi a un nivel subatómico para buscar respuestas a las interrogantes que lo perturbaban como científico y adquiere, además, una tensión considerable que me mantiene adherido a la butaca con un registro de suspenso que es muy consistente cuando se esquematiza entre los conflictos centrales de los personajes que preparan la bomba atómica en el desierto y los diálogos sobrios de fondo político del guion que él mismo escribió después de la pandemia. Su ecuación, formulada con algunos de los elementos habituales del drama biográfico y del thriller histórico, consigue sintetizar en la superficie el calvario de un hombre de ciencias entendido como la lucha de un individuo liberal que descubre, en menos de una década, la hipocresía de los sectores conservadores para falsificar la verdad a favor de los intereses geopolíticos de una potencia mundial. Esto es especialmente verdadero en el capítulo de Fisión cuando exterioriza las experiencias subjetivas de Oppenheimer para subrayar la enorme presión intrínseca que deconstruye sus ideas frente a una rígida burocracia que lo manipula como peón sin que él lo sepa y celebra sus logros como si fuera un héroe nacional; pero en Fusión, en cambio, acentúa con claridad objetiva la culpa de Oppenheimer ocasionada por el dilema ético de producir una calamidad que tiene la capacidad de destruir el planeta en manos equivocadas, en medio de una conspiración política auspiciada por un antagonista, que se amplía drásticamente por la transformación del mapa geopolítico donde los antiguos aliados se convierten en enemigos durante la Guerra Fría.
De cierto modo, las lecturas políticas conservan el enlace textual cuando hablan del potencial liberal para “cambiar el mundo” frente a las amenazas de los retrógrados conservadores, porque encaja con el epicentro del discurso actual de Hollywood que está contaminado de ideologías liberales disfrazadas. Y quizá por eso profundiza más en las dicotomías científicas y políticas que preocupaban a Oppenheimer, que en la crisis de identidad de sus orígenes judíos. Pero esto, a decir verdad, tiene poca relevancia porque incluso sin ser un actor judío Cillian Murphy me parece la elección adecuada para el papel y, en su sexta colaboración con Nolan (siendo la primera como protagonista), entrega la mejor actuación de su carrera como actor.
Se dice que el mismo Murphy consumió una cantidad notable de libros sobre el científico para prepararse para el rol y esto es evidente desde el minuto cero en que su interpretación mimetiza, con mucho intimismo y credibilidad, los gestos, la mirada y la manera de expresarse del personaje. Interpreta a Oppenheimer como un sujeto atribulado, carismático (hasta mujeriego), oscuro, con una inteligencia superior que utiliza para resolver las ecuaciones más complicadas y vencer los contratiempos en la preparación de la bomba atómica (a la que ha accedido a crear para combatir a los nazis que maltrataron al pueblo judío durante la guerra), cuyo liderazgo en las áreas científicas es fundamental para la victoria aliada; pero también como alguien que asume la responsabilidad moral de su creación y es víctima de una persecución política instaurada por burócratas traicioneros que no toleran su predisposición para controlar las armas nucleares. A su lado hay actuaciones creíbles de todo el reparto secundario en sus respectivos segmentos, pero de todas solo consigo destacar la de Damon como el correcto general motivado por el deber patriótico, la de Blunt como la esposa independiente y directa que se separa del estereotipo de ama de casa típica de los años 50, y, específicamente, la soberbia actuación de un maquillado Downey Jr. como el magnate perverso que anhela hundir a Oppenheimer para prolongar sus planes de enriquecerse en el sector armamentístico con la exportación de isótopos.
Aunque la película avanza con mucha consistencia durante tres largas horas, sospecho que en el tercer acto se produce un vacío que pesa como el hierro y ralentiza el tono ágil con el que está narrada, particularmente a partir de las secuencias que adquieren la estética del drama judicial más básico. Pero me olvido rápido de ello cuando atestiguo de nuevo el virtuosismo de Nolan que me causa placer estético en algunas de las escenas, ensambladas por el montaje de Jennifer Lame, en las que aprovecha la anchura del formato IMAX de 70mm. Por la parte visual, el rasgo más significativo es que las escenas de Oppenheimer son mostradas a color mientras que, paralelamente, las escenas de Strauss son en blanco y negro monocromático que describen los claroscuros del protagonista.
El conjunto se edifica, además, con un trabajo fotográfico luminoso de Hoyte van Hoytema que encuadra el estado mental de Oppenheimer con el primer plano, el plano subjetivo, los insertos (el reino cuántico y las descargas de energía), el encuadre móvil y las panorámicas que magnifican el clima tenso de esas dos épocas que se reproducen con la autenticidad ofrecida por los decorados y el vestuario. Por el lado sonoro, al contrario, Nolan maneja con mucha fidelidad el diseño de sonido para evocar los ruidos, las explosiones y las ondas de choque, además de utilizar el sonido interno-subjetivo y los dispositivos de silencio para traducir la desilusión que siente Oppenheimer tras la catástrofe de Hiroshima y Nagasaki (la secuencia de la sordera en la que da su diatriba a la multitud extasiada por la conquista). El puntaje más sólido es la banda sonora de Ludwig Göransson que está finamente ajustada para amplificar el volumen de intriga en las secuencias más fibrosas y dimensionar las emociones de los personajes en la zona trágica de la historia.
Al final de la proyección de Oppenheimer el público de la sala en la que yo estaba aplaudió durante unos cuantos segundos después el inicio de los créditos. Yo no aplaudí. Pero, desde luego, no me sorprende que lo hayan hecho porque, supongo, al igual que yo, ellos se pasaron las tres horas suspendidos del asiento para manifestar esa reacción emocional que surge del suspense de cada escena como una fusión de átomos. En su núcleo hay un espacio de solemnidad que exhuma la imagen de Robert Oppenheimer del ostracismo historiográfico para retratarlo como un héroe incomprendido. Hubo dos secuencias que permanecieron en mi memoria una vez que terminó todo: la secuencia de la bomba atómica de la prueba Trinidad (con extensos efectos prácticos que incluyen el estallido de una bomba real) y los planos finales en los que Oppenheimer se imagina, con lupa profética, un mundo devastado por un apocalipsis nuclear. Incluso con sus minúsculas falencias, es un biopic memorable de Nolan.
Ficha técnica
Título original: Oppenheimer
Año: 2023
Duración: 3 hr 00 min
País: Estados Unidos
Director: Christopher Nolan
País: Estados Unidos
Director: Christopher Nolan
Guion: Christopher Nolan
Música: Ludwig Göransson
Fotografía: Hoyte van Hoytema
Reparto: Cillian Murphy, Robert Downey Jr., Emily Blunt, Matt Damon, Florence Pugh, Josh Harnett,
Calificación: 7/10
Fotografía: Hoyte van Hoytema
Reparto: Cillian Murphy, Robert Downey Jr., Emily Blunt, Matt Damon, Florence Pugh, Josh Harnett,
Calificación: 7/10
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