El caso de Thomas Crown es una película de Norman Jewison que sigue el manual del cine de atraco que estaba de moda en los años 60, donde el dinero no es más que un simple MacGuffin que sirve como dispositivo para que el ladrón luzca su audacia y su sofisticación en los lugares elegantes que le permiten seducir a la chica hermosa (como en
Charada y
Cómo robar un millón). También recupera esa vieja idea del millonario que, irónicamente, se aburre de tenerlo todo. Pero me temo que, incluso con el arranque trepidante, es una cinta de robos que carece del impulso necesario para escapar de la rutina aburrida que solo muestra el lado cool de Steve McQueen como si se tratara del anuncio comercial de una revista de estilo de vida millonario, en una hora y cuarenta que avanza a la velocidad de un cortejo fúnebre y me roba todo el interés de ver lo que sucede. En la trama McQueen interpreta a Thomas Crown, un empresario multimillonario, apuesto, impasible, seductor, que aprovecha su tiempo libre para planificar un crimen perfecto, con cuatro hombres desconocidos que contrata para robar un botín de $2.6 millones de dólares depositados en un banco de Boston. La secuencia del asalto me mantiene pegado del asiento cuando los ladrones toman a los rehenes, someten a los policías de seguridad y luego escapan por sus respectivas vías al conducir en un automóvil, donde al terminar la jornada arrojan las bolsas con dinero en un bote de basura del cementerio que más tarde es recogido por el magnate sinuoso. Sin embargo, todo lo que sigue a partir de ahí es una bagatela de situaciones facilonas, de las que no consigo extraer otra cosa que una abulia notable cuando el protagonista se relaciona con la investigadora independiente que es contratada por la policía para investigar los autores intelectuales del robo y, entre otras cosas, este permanece sujeto a una inercia de episodios que parecen repetirse entre las visitas al banco suizo para depositar el dinero robado, los juegos de golf, las competencias de polo en el Country Club, las subastas de objetos valiosos, la diversión de manejar un buggy a altas velocidades por la playa de Massachusetts, la partida de ajedrez como preámbulo del acto sexual, la investigación de los policías ineptos. La detective Vicki Anderson, que interpreta Faye Dunaway en modo "atrapa al ladrón", deduce el plan de una forma muy fácil con su intuición femenina y, el Crown que interpreta McQueen, por el contrario, tiene todos sus asuntos arreglados porque para él los robos planificados no son más que un juego para divertirse. No hay muchas complicaciones o conflictos difíciles que impulsen la acción. Son personajes demasiado cutres en su jueguito del gato y el ratón, de los que solo puedo destacar, moderadamente, la química romántica que se acentúa entre los gestos, las miradas y los diálogos de coqueteo (se nota claramente que McQueen y Dunaway pasan un rato agradable). Lejos del vehículo de lucimiento de la pareja, al menos me produce cierto placer estético la manera en que Jewison emplea el sobreencuadre de pantallas divididas como enlace de continuidad en algunas escenas, los decorados suntuosos de algunas locaciones por las que pasea el rico y su amante, el uso del sonido diegético para señalar acciones concretas y una música espléndida de Michel Legrand que, ocasionalmente, reproduce jazz sesentero y el leitmotiv contagioso de la canción
The Windmills of Your Mind. Solo eso, digamos, impide que mi valoración sea más baja de la cuenta.
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Ficha técnicaTítulo original: The Thomas Crown Affair
Año: 1968
Duración: 1 hr 42 min
País: Estados Unidos
Director: Norman Jewison
Guión: Alan R. Trustman
Música: Michel Legrand
Fotografía: Haskell Wexler
Reparto: Steve McQueen, Faye Dunaway, Paul Burke
Calificación: 5/10
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