Crítica de la película «La taberna del camino» (1948)

La taberna del camino
La taberna del camino es la segunda película que Jean Negulesco estrenó en el año 1948, apenas unos pocos meses después de la excelente Johnny Belinda. Su arranque es más o menos interesante con la presencia de Ida Lupino, de Cornel Wilde y de Richard Widmark, pero en la hora y media que dura soy asaltado por esa sensación de que se trata de una obra menor de cine negro, que carece del pulso necesario para sostener su melodrama predecible sobre celos, chantaje y triángulos amorosos. Su relato se sitúa, mayormente, en los interiores de un bar ubicado en un bosque y cuenta la historia de Pete Morgan, un hombre de pocas palabras que administra el negocio y, además, mantiene una relación secreta con Lily Stevens, la nueva cantante traída desde Chicago por su viejo amigo y dueño del local, Jefferson "Jefty" Robbins. Incluso sabiendo los caminos habituales que toma la narrativa del guion de Edward Chodorov, en una primera instancia el asunto capta mi interés por la manera en que se desarrolla el largo ritual de cortejo entre la femme fatale que encarna Lupino y el hombre honesto de Wilde, en un romance que se siente genuino desde la escena del boliche en la que cruzan miradas, la pelea del bar en la que el macho alfa salva a la dama en peligro de un borracho y, ante todo, la cita en bote por un lago donde unos cuantos diálogos entre ambos revelan el pasado trágico (la de un veterano desilusionado y la de una mujer solitaria que escapa de una tragedia familiar). Sin embargo, me parece que el melodrama pierde el efecto deseado cuando atraviesa esa ruta conocida del triángulo amoroso entre dos hombres y una mujer, donde el mecanismo de acción suele reducirse a situaciones acomodaticias en la que abundan las mentiras, la obsesión y los celos autodestructivos como unos episodios momentáneos que solo funcionan para obstaculizar de manera fútil el idilio inevitable de los protagonistas que se aman y desean escapar por la carretera hacia la frontera que está fuera del margen de la ley. La actuación de Lupino es bastante orgánica cuando interpreta a esa mujer decidida, independiente, con el cigarrillo en la mano, que anhela amar al hombre sencillo que la ignora y que, entre otras cosas, canta con su propia voz las canciones "Again" y "One for My Baby (and One More for the Road)". También me resulta creíble la interpretación secundaria de Widmark como ese sujeto posesivo, manipulador, violento, que tiene una racha de aprovecharse de las mujeres y se vuelve loco una vez que prueba el rechazo de una que lo obliga a apretar el gatillo en su cacería por el bosque neblinoso, volviendo de nuevo a ese estereotipo de villano psicótico que había instalado desde El beso de la muerte (Hathaway, 1947). A Wilde lo olvido con facilidad porque es demasiado blando en el papel de individuo correcto. Ellos son encuadrados en una puesta en escena en la que Negulesco aprovecha un trato fotográfico bastante acertado de Joseph LaShelle, que acentúa las inquietudes de los personajes a través de las atmósferas, la iluminación expresiva y un puñado de planos ambiguos; pero que, desafortunadamente, no es suficiente para oxigenar una intriga que se desvanece con cada paso dado en el bosque brumoso.

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Ficha técnica
Título original: Road House
Año: 1948
Duración: 1 hr 35 min
País: Estados Unidos
Director: Jean Negulesco
Guión: Edward Chodorov
Música: Cyril J. Mockridge
Fotografía: Joseph LaShelle
Reparto: Ida Lupino, Richard Widmark, Cornel Wilde, Celeste Holm
Calificación: 6/10

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