Crítica de la película «El estudiante de Praga» (1913)

El estudiante de Praga
Al ver por primera vez las imágenes de El estudiante de Praga, tras obtener una copia restaurada que llegó hasta mi escritorio, soy asaltado por una extraña sensación que me obliga a pensar que se trata, más bien, de una película muda alemana que no posee ni frío ni calor en su tragedia romántica de terror sobre amor imposible y doppelgängers, aunque algunas de sus cualidades estéticas me impresionan ligeramente cuando la sitúo en el contexto de 1913 que la convirtió, por defecto, en la primera obra alemana del cine de arte (por lo que sé en el tiempo de su estreno fue muy exitosa y colocó al cine alemán en un panteón diametralmente alejado del cine comercial que era considerado como un espectáculo banal de feria). El argumento, firmado con el guion de Hanns Heinz Ewers y adaptado a partir de una serie de relatos (se basa libremente en un cuento de Edgar Allan Poe, un poema de Alfred de Musset, y el Fausto de Goethe), tiene lugar en Praga en 1820 y narra la historia de Balduin, un joven universitario que vive en la miseria y es reconocido por todos como el mejor esgrimista de la ciudad, en los instantes en que se enamora de una condesa a la que salva de ahogarse en un lago y luego, para escalar a una posición social que le permita acercarse al círculo aristocrático de ella, establece un pacto con un anciano siniestro que le entrega 100 mil monedas de oro a cambio del espíritu que se refleja en el espejo. La narración faustiana del hombre que vende su alma al diablo alcanza su mayor punto de solidez, primero, en los decorados y los claroscuros que evocan en cada escenario una teatralidad ampulosa que es consistente con las descripciones habituales del melodrama gótico del romanticismo, y, segundo, en los innovadores efectos especiales del trabajo fotográfico de Guido Seeber que, a menudo, se imprimen sobre el doble fantasmagórico de Balduin, producidos a partir de una doble exposición que, con trucos de cámara, logra sintetizar la desrealización del protagonista dentro de los marcos limítrofes del encuadre y la rigidez del estatismo teatral del plano general. La actuación del debutante actor de teatro Paul Wegener, en ese sentido, me parece bastante acertada a la hora de mostrar, con los gestos y la expresividad mesurada, el calvario de dos sujetos en lados opuestos del espectro moral que son la misma persona y subrayan, al menos subterráneamente casi como una profecía, el fuerte sentimiento de disociación y de alienación de esa gente que vivía bajo las sombras de una sociedad alemana que gozaba de un esplendor efímero que en menos de un año estaba condenado a la tumba. Pero me temo que ni siquiera esos registros formales o estilísticos son suficientes para sacar de la inercia a una narrativa que en cuatro actos carece de una respuesta emocional que sea equilibrada en su cruce entre la fantasía, el terror y el romance, ofreciendo quizá su grado de solvencia en las escenas en que Balduin lucha consigo mismo (la del juego de cartas en la taberna es espeluznante). El trágico idilio, estructurado como teatro filmado, es demasiado blando para mi gusto y está sobrando en la ecuación. La partitura de Josef Weiss, compuesta especialmente para esta cinta, por lo menos alegra mi sentido del oído con su música placentera. Diría, sin temor a equivocarme, que es una película muda algo irregular del director danés Stellan Rye.

Ficha técnica
Título original: The Student of Prague (Der Student von Prag)
Año: 1913
Duración: 1 hr. 25 min.
País: Alemania
Director: Stellan Rye
Guión: Hanns Heinz Ewers, Alfred de Musset
Música: Josef Weiss (película muda)
Fotografía: Guido Seeber
Reparto: Paul Wegener, Grete Berger, Lyda Salmonova, John Gottowt
Calificación: 6/10


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