La guerra de los mundos es una película de Byron Haskin que persigue el rastro de ese cine de ciencia ficción que era tendencia durante los años 50 y que, en cierta medida, señala a través de metáforas los temores de la era atómica que se despiertan sobre la población norteamericana por los enemigos del otro lado que cruzan la línea para invadir el territorio con la forma de alienígenas o de meteoritos, con ejemplos tan notables como la excelente
El día que paralizaron la Tierra (Wise, 1951) y
Cuando los mundos chocan (Maté , 1951). No es exactamente una de las sobresalientes que he visto del género, porque a veces incluso me resulta previsible en algunas escenas, pero como pieza de ciencia-ficción es bastante emocionante cuando ofrece su lluvia de efectos especiales para acentuar su apocalipsis de invasores del espacio y figurar en clave alegórica los peligros atómicos en manos “extraterrestres”, en una hora y media que avanza con un ritmo ágil para describir las experiencias de los ciudadanos de distintas profesiones que intentan sobrevivir a la catástrofe. Tras un breve prólogo en blanco y negro, que describe con la voz en off de Paul Frees los avances destructivos de la tecnología creada por el hombre para los fines bélicos y el tránsito de naves alienígenas marcianas que se dirigen a la Tierra, su argumento se sitúa en un pueblito de California y narra las peripecias de varias personas que atestiguan la caída de un meteorito que colisiona de noche en la cima de una colina, donde cientos de ellos se reúnen en el sitio del impacto para observar la piedra sin sospechar que se trata de un encuentro cercano del tercer tipo, pero de pronto su destino cambia drásticamente cuando emerge una especie de ojo que dispara un láser mortal que incinera a los individuos y tiene la capacidad de desintegrar ejércitos enteros. La trama, basada con ligeras modificaciones en la novela homónima de H.G. Wells que desde la época victoriana ha capturado la imaginación de los lectores, consigue mantenerme enganchado del asiento cuando actualiza el acontecimiento de la conquista planetaria en el contexto de la Guerra Fría y, entre otras cosas, muestra los esfuerzos del científico Clayton Forrester y del cuerpo de militares para hallar algún punto débil en la raza extraterrestre marciana, mientras los platillos voladores marcianos con aspecto de mantarraya sobrevuelan las grandes capitales para extender su estela de destrucción masiva a una escala global en seis días en los que, por primera vez, los seres humanos se refugian en el caos y tienen butacas en primera fila para ver el fin del mundo en un estado de completa vulnerabilidad. Aunque el melodrama entre el científico de Gene Barry y la bibliotecaria histérica de Ann Robinson peca de ser un poco cutre y algunas situaciones son un tanto predecibles con el amplio reparto de personajes secundarios acartonados que renuncian a responder ciertas interrogantes, Haskin se encarga de preservar un pulso consistente que, ante todo, encuentra su punto alto en las secuencias de la invasión de extraterrestres que incluso ahora, 70 años después de su estreno, poseen unos efectos audiovisuales en Technicolor que son muy sólidos al detallar los rayos mortíferos de calor, el periscopio con el ojo electrónico, el diseño de las naves espaciales y los sonidos distintivos de la tecnología marciana. Pocas cosas se escapan de su calculado artificio. El clímax culminante, en el que los sobrevivientes esperan la hora final orando en la Iglesia Católica de San Brendan antes de ser salvados por microorganismos que aniquilan a los extraterrestres, es una cosa memorable que no olvidaré en mucho tiempo.
Ficha técnica
Título original: The War of the Worlds
Año: 1953
Duración: 1 hr. 25 min.
País: Estados Unidos
Director: Byron Haskin
Guión: Barré Lyndon
Música: Leith Stevens
Fotografía: George Barnes
Reparto: Gene Barry, Ann Robinson, Les Tremayne, Henry Brandon
Calificación: 7/10
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