Crítica de «Barbie»: sátira sobre una muñeca feminista

En esta comedia fantástica, Greta Gerwig edifica la primera película de acción real de la famosa muñeca rubia de Mattel. 



Póster de Barbie



El fenómeno de Barbie, de Greta Gerwig, es posiblemente uno de los más grandes que han ocurrido en la cultura popular durante todo el siglo XXI. Todavía recuerdo que, poco antes del lanzamiento, el agresivo marketing de Warner Bros. creó una enorme expectativa entre los potenciales espectadores y, dicho sea de paso, condujo a que en internet circulara una multitud de memes que luego se transformarían en la campaña de Barbenheimer, una especie de fusión entre los títulos diametralmente opuestos de Barbie y Oppenheimer que, además, aprovechaba la promoción del estreno simultáneo para que la gente las viera como una función doble en las salas de cine. Ese día yo, desafortunadamente, no pude ver una detrás de la otra y preferí en su lugar ver primero la cinta de Nolan. Pero nunca olvidaré que esa misma noche, nunca había visto a tantas personas vestidas de rosado en el cine. El fucsia se había apoderado de la moda de hombres, mujeres, niños y niñas. La fiebre de Barbie ha consumido a todo el mundo, como el adicto que se refugia en las drogas. Parecía el protocolo de vestuario de una logia, o de un apocalipsis zombi anunciando el triunfo absoluto del consumismo. Y yo, al andar vestido como para un cortejo fúnebre, como es habitual, me vi obligado a posponer el visionado para no romper la fiesta y que me echaran de la casa.

Luego de dos meses de haber sucedido ese acontecimiento, finalmente consigo ver a Barbie y comprendo de inmediato por qué la broma sobre Barbenheimer encaja perfectamente con los tópicos que examina la película desde una superficie que habla sobre los claroscuros de la mujer y del hombre como productos de la posmodernidad. Porque es una comedia fantástica que, en su núcleo de aventura, explora las fragilidades de la masculinidad y la lucha posfeminista para escapar de la matriz del feminismo utópico, a pesar de que, en ocasiones, el viaje de autodescubrimiento de Barbie y Ken pierde el punto de diversión y cae en un patetismo previsible que le quita la gracia a la fábula metanarrativa. Pero detrás de los horizontes textuales, o de las actuaciones centrales de Ryan Gosling y de Margot Robbie, hay una autoparodia higienizada y plástica que está demasiado consciente de su artificio como propiedad intelectual al servicio de una marca.


Ryan Gosling y Margot Robbie. Fotograma de Warner Bros.



El argumento, firmado con guion de Gerwig y Noah Baumbach, narra primero un preámbulo en el que varias niñas juegan con muñecas en medio del desierto y, tras la aparición de una Barbie extraterrestre de tamaño gigantesco, descubren el lado oculto de una inocencia que las fuerza a destruir los juguetes como sinónimo de una rebeldía soterrada de la infancia, en una metáfora algo obvia del anhelo de quebrar el orden establecido de la feminidad que se monta desde la niñez para transmitir los estereotipos idóneos que se esperan de la adultez. Más adelante, relata la historia de Barbie (Margot Robbie), una muñeca Barbie estereotípica que disfruta de una vida de lujo y de regocijo en Barbieland, una sociedad matriarcal que está poblada de diferentes versiones de Barbie y de Ken, así como algunos modelos antiguos que fueron descontinuados por sus rasgos extraños y una versión atípica de exterior homosexual llamado Allan (Michael Cera).

La rutina de Barbie, habitualmente, se reduce a vivir un estilo de vida aburguesado, caminar en tacones, conducir por el pueblo en su coche convertible de color rosado y saludar a las demás mujeres que ocupan trabajos prestigiosos, mientras en la playa lidia con los avances del rubio Ken (Ryan Gosling), un modelo playero que cubre su baja autoestima compitiendo con los demás Ken que también pasan sus días jugando en la playa para ganarse el afecto de ella sin importar las veces que lo ha rechazado. Pero en una noche de fiesta ocurre un punto de giro cuando Barbie es consciente de su mortalidad y, tras experimentar un descuido al amanecer (mal aliento, celulitis y pies planos), interrumpe su costumbre diaria y visita a la Barbie extraña (Kate McKinnon) del cerro para una consulta, que le dice que el problema se debe a una interferencia causada por la niña que juega con ella en el mundo real. Esto obliga a Barbie, con la presencia inesperada de Ken (al que acepta a regañadientes porque trae sus patines), a emprender un viaje por tierra, mar y aire no solo para solventar la crisis existencial, sino también para sanar las heridas emocionales de aquella niña desconocida que vive en la Tierra.


Ryan Gosling y Margot Robbie. Fotograma de Warner Bros.



La sátira de la muñeca feminista tiene un arranque que, a decir verdad, me atrapa por ese aspecto metanarrativo que le confiere al relato algunos componentes prestados de The Matrix una vez que la muñeca y el muñeco huyen de una realidad otra para descubrir verdades que desconocían de sí mismos. Como mezcla la comedia y la fantasía, no se toma nada en serio y no sirve de nada buscar respuestas donde hay nada (como el hecho de que crucen de un universo a otro por arte de magia). Pero particularmente, encuentro algo de humor en la escena en que Barbie y Ken patinan por Venice Beach mientras reciben el acoso y la burla de gente que cuestiona su aspecto infantiloide, llegando incluso a ser encarcelados por incumplir la ley. También en la que el CEO de Mattel (Will Ferrell) ordena a los agentes que recapturen a la despistada Barbie porque su sola existencia en la realidad humana perjudica la autoridad instaurada por los patriarcas corporativos. Por así decirlo, Barbie es aquí la elegida y los agentes de Mattel son los que custodian el buen funcionamiento del sistema. Pero la aventura pronto me provoca pereza y se vuelve un poco aburrida, sobre todo cuando ella descubre que la que catalizó inadvertidamente su delirio es Gloria (America Ferrara), una diseñadora de Mattel que comenzó a jugar con los viejos juguetes de Barbie con la idea no solo de renovar la imagen de las muñecas desechando los viejos valores de la feminidad, sino, además, para reparar el vínculo con su hija preadolescente llamada Sasha (Ariana Greenblatt), quien cuestiona la frivolidad de los estándares de beldad que falsifican la esencia de la mujer. Para mi gusto, todo lo que sigue es decididamente fútil y predecible cuando las tres mujeres escapan de los agentes vestidos de negro para ir recuperar a Barbieland.


Todas se llaman Barbie.



Sin embargo, lejos de los mecanismos narrativos más convencionales Gerwig, por lo menos, añade apuntes discursivos que me invitan a razonar seriamente sobre la densidad ontológica del hombre y de la mujer como una consecuencia de existir en la cárcel de la posmodernidad. Las capas de lectura se intercambian a lo largo del metraje y evitan el maniqueísmo, consiguiendo un extraño equilibro que subraya los peligros de una guerra extremista entre los géneros que trae, en efecto, un daño colateral que puede ser tan malo para ambas corrientes si se programa como factor decisivo para la resolución de los problemas.

Por una parte, Gerwig muestra las debilidades de la masculinidad entendida como la preocupación de un individuo frágil, ególatra, tímido, sumiso, inseguro, envidioso, que anhela destacarse en un círculo masculino para ser reconocido y busca la aprobación de los demás para aminorar el resentimiento originado por la vergüenza al rechazo y el miedo a la soledad que se prolonga como síntoma de la inmadurez inmediata de la adolescencia. Esto es especialmente cierto cuando su Ken, en la búsqueda de su identidad, acumula sentimientos de rencor en su interior cuando sus súplicas sexuales son rechazadas por Barbie y, luego, en el mundo verdadero piensa en una concepción errática del patriarcado que lo presiona para asimilar el estándar masculino idealizado que cambia radicalmente su manera de ser como villano de turno, donde la idea de ser hombre para él no es más que el significado de dominar a las mujeres en un sistema de opresión y reducirlas al precio de un objeto de placer como venganza. Como un adolescente confundido, Ken prueba el poder extremo de la ideología para el beneficio propio e instala un régimen patriarcal en Barbieland, en el que lava el cerebro a los demás Ken y remueve los privilegios de las mujeres hasta esclavizarlas en un estado de sumisión para que cumplan con el rol de novias agradables y amas de casa, pero sin darse cuenta de las consecuencias de su inmadurez y del daño que causa a todos los demás. La danza climática de la canción “I’m just Ken” metaforiza todas esas contrariedades y lo redime, dicho sea de paso, cuando canta las líricas no solo para absorber su identidad masculina y la cuantía de ser uno mismo, sino para entender el respeto hacia las mujeres y reconocer los límites de la moralidad, celebrando de esa forma su entrada a la madurez.




Todos son Ken.



Por otro lado, Gerwig redimensiona su discurso monolítico que está presente en Lady Bird y la insulsa Mujercitas para ponderar los beneficios del posfeminismo y, de ese modo, desmontar la ficción del feminismo radical que se entiende como dictadura misándrica en la que triunfa la sororidad y las mujeres oprimen a los hombres en una sociedad perfecta administrada solo por ellas. Barbieland representa un Estado de esa naturaleza, donde los Kens solo tienen el derecho a ser servicial y a cumplir con los caprichos de las Barbies que toman las decisiones. Y la Barbie protagónica ejerce la determinación de una figura libertadora, frontal, predispuesta, que piensa fuera de la caja justamente para asumir un liderazgo que la ayuda a descentralizar las estructuras de poder jerárquicas de Barbieland a partir, primero, de sus experiencias en la realidad alternativa que goza de una económica neoliberal en la que todos tienen la oportunidad de ser competitivos en el mercado capitalista sin distinción de género, y, segundo, al cuestionar las normas de belleza que cosifican a la mujer y, comprender, luego del plan para detener la hegemonía de los Ken, que la feminidad es más que un simple accesorio cosmético de plástico y su empoderamiento radica, legítimamente, en la necesidad de rechazar las utopías inalcanzables para abrazar la independencia femenina como la única vía para el crecimiento personal.



 

En ese sentido, la actuación de Robbie me resulta bastante creíble dentro de los marcos aceptables. No se trata de algo fuera de serie, pero su registro luce agradable cuando mimetiza el movimiento, la sonrisa, la mirada y los gestos de una muñeca de carne y hueso de Mattel. Interpreta a Barbie como una muchacha vanidosa, decidida, segura de sí misma, obsesionada con la apariencia física que, tras unos encontronazos, abandona el glamour fabricado por las modas cosméticas y las revistas de estilo de vida para aceptar sus imperfecciones y declarar la valía de ser una mujer auténtica en el mundo real. Pero, por alguna razón que desconozco, insólitamente, su protagonismo como Barbie disminuye cuando Gosling entra en escena. Debajo de la comicidad, la interpretación de Gosling posee cierta profundidad emocional cuando modela a Ken como el muñeco olvidado al que nadie le pone caso por su ingenuidad, torpeza y falta de autonomía, en una odisea que lo lleva a hallar su propia identidad masculina en el trayecto de la autoaceptación; pero notablemente se roba el show porque demuestra, una vez más, el talento que tiene para bailar y cantar en números musicales que exigen de un grado de pericia física. Su Ken irradia una kenergía absoluta y actúa exactamente como un autómata o un muñeco de acción de esos que adornan estanterías.

Al margen de esos elementos, esta película de Gerwig se siente como un chicle Dubble Bubble en la boca después de masticarlo durante dos horas. La disfruto cuando comienza, pero al rato pierde el sabor azucarado. Su envoltura militantemente posfeminista no me molesta en lo más mínimo y se agradece, desde luego, ese estilismo visual que solidifica la utopía matriarcal de Barbieland a través de escenarios coloridos pintados con tonalidades del magenta y el azul cerúleo que se asemejan a las residencias de juguete en miniatura de las muñecas Barbie, así como una banda sonora que incluye canciones contagiosas que no puedo sacar mi mente una vez que ruedan los créditos. El resultado es tibio, complaciente, con algunas olas irregulares de ritmo, sin alcanzar jamás los niveles de divertimiento que se vende en su estrategia de publicidad. No sé qué tiempo tarden en producir una secuela, pero solo espero que sea mejor que esta historia de origen de la muñeca creada por Ruth Handler.

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Ficha técnica
Título original: Barbie
Año: 2023
Duración: 2 hr. 14 min.
País: Estados Unidos
Director: Greta Gerwig
Guion: Greta Gerwig, Noah Baumbach
Música: Mark Ronson, Andrew Wyatt
Fotografía: Rodrigo Prieto
Reparto: Margot Robbie, Ryan Gosling, America Ferrara, Kate McKinnon
Calificación: 6/10

Tráiler de Barbie




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