Johnny Eager, conocida también en otros lugares como
La senda prohibida, es una película de Mervyn LeRoy que veo con mucho entusiasmo y, dicho sea de paso, me mantiene colgado del asiento durante más de hora y media. No se trata, desde luego, de una de las más logradas que he visto del director, pero me atrevo a decir que, incluso cuando transita por algunas sendas conocidas del género, en la que al parecer LeRoy retoma las raíces del cine gansteril cosechadas en
Hampa dorada (1931), es una pieza de cine negro bien entretenida, que nunca pierde el ritmo de consistencia en su trama de apuestas, chantaje y asesinato, con tres actuaciones centrales de Robert Taylor, Lana Turner y Van Heflin. La trama narra la historia de Johnny Eager, un gánster que se hace pasar por taxista para distraer a las autoridades durante su período de libertad condicional, mientras por detrás dirige un poderoso sindicato del juego desde un canódromo junto a su mejor amigo Jeff, pero cuyo destino se dinamita cuando seduce a la socialité Lisbeth Bard, una mujer que estudia sociología y sospecha de su identidad falsificada desde que se enamoraron en el cruce de miradas. La narrativa del gánster con doble vida tiene unas cuantas escenas que se edifican con los mecanismos convencionales del film noir y las motivaciones básicas que se muestran en su horizonte de transparencia moral. Pero el asunto me atrapa por la manera en que LeRoy sostiene el pulso de la trama con las acciones impredecibles de los personajes y unos cuantos diálogos afilados que me invitan a razonar sobre los límites del crimen organizado; como en la escena en que Johnny colisiona con el fiscal detestable que es padre de Lisbeth y el principal responsable de enviarlo a prisión; el homicidio fingido de uno de los subordinados de Johnny en manos de una histérica mujer fatal que dispara el revólver con balas de fogueo; el esquema de chantaje planificado para impedir que el fiscal cierre con una orden judicial la pista de carrera de perros; la noche de póker en la que Johnny asegura una cuartada para matar a un traidor de la pandilla que conspira contra él; la discusión con el compañero alcohólico que aconseja a Johnny en los instantes de peligro. De la puesta en escena, casi no escucho la música de Bronislau Kaper, pero aprecio las atmósferas en blanco y negro que se iluminan con la lente de Harold Rosson para ampliar el aparato de intriga, especialmente en las calles solitarias que anuncian el tiroteo a la medianoche. En cambio, de las actuaciones principales destaco, ante todo, la de Taylor cuando interpreta con elegancia y una presencia dominante a ese mafioso calculador, mentiroso, acorralado, sin rastros de empatía, que lleva una doble vida para mantener el negocio ilícito fuera de los márgenes de la policía. Pero observo que el rol de Taylor, a veces, es eclipsado por una interpretación formidable de Van Heflin como el alcohólico con el pasado oscuro que solo le queda la botella de whisky para ahogar su existencia con soliloquios y gestos de carácter poético, en una actuación bastante creíble que se roba algunas escenas y le valió su único con Oscar a Mejor Actor de Reparto. De igual forma me convence la de Turner como la mujer rica e ingenua que consigue la caída de todos los matones solo con la locura y la histeria. Con ellos tres en pantalla, me olvido de los artificios del guion y disfruto el trayecto de giros hasta el anticipado destino fatalista en el que, como siempre, llegan los agentes policiales enviados por los capellanes del código para mostrar la placa como una especie de trofeo.
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Ficha técnica
Título original: Johnny Eager
Año: 1941
Duración: 1 hr. 47 min.
País: Estados Unidos
Director: Mervyn LeRoy
Guión: John Lee Mahin, James Edward Grant
Música: Bronislau Kaper
Fotografía: Harold Rosson
Reparto: Robert Taylor, Lana Turner, Van Heflin, Edward Arnold
Calificación: 7/10
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