La reina infiel, conocida también en otros lados como
Un asunto real, es una película de Nikolaj Arcel que yo no pude ver cuando se estrenó hace ya más de diez años y fue una sensación en la temporada de premios. Ahora no sé si haya valido la pena esperar tanto tiempo, pero por lo menos me conformo con saber que sus imágenes me causan regocijo durante más de dos horas. Para mi gusto, es un drama de época elegante, emotivo, que goza de interpretaciones espléndidas del trío protagónico y mantiene un grado de consistencia notable en su reproducción de un período particular de la monarquía danesa. Comparte ciertas similitudes con la agradable
La locura del rey Jorge (Hytner, 1994) cuando subraya la vesania como el síntoma de los cambios políticos en la esfera aristocrática. Su trama se desarrolla en Dinamarca en el siglo XVIII y narra los acontecimientos desde la óptica de Carolina Matilde de Gran Bretaña, una monarca que desde el exilio redacta una carta en primera persona a sus hijos para decirles la verdad, primero, sobre la infelicidad que tuvo al lado de su marido, el rey Christian VII, que sufre una enfermedad mental que lo obliga a tomar decisiones erráticas como soberano y, segundo, sobre el gran amor que encontró en su amante, el médico alemán Johann Friedrich Struensee, un hombre de la Ilustración que es un idealista de la libertad de expresión para ayudar a los marginados condenados a la servidumbre voluntaria. La narrativa de adulterio en la realeza se estructura como un largo racconto que, a pesar de que tarda en posicionar su ritmo, me atrapa por la manera en que los conflictos centrales se esbozan a través de escenas dotadas de romance, pasión y una ligera capa de erotismo, con un toque diminuto de intriga que funciona como el hilo conductor de las acciones de los personajes que se establecen, ante todo, cuando el confidente del rey enloquecido seduce a la reina desilusionada a puertas cerradas y discretamente persuade al monarca con sus ideas progresistas para establecer reformas a favor de los más desfavorecidos, mientras se gana unos cuantos enemigos de la corte real que luego conspiran en su contra una vez que se convierte en el líder de facto del Estado danés. Las actuaciones del reparto principal son la piedra angular que sostienen la narración y me parecen creíbles dentro de sus respectivas líneas históricas. Destaco primero la de Mads Mikkelsen como el estratega frío, calculador, que divide sus deberes entre la lealtad al rey, el amor por la reina y el poder que utiliza con sabiduría para abolir el statu quo de los conservadores y promulgar leyes que transformen a Dinamarca en un país alejado de la Edad Media. También la de Alicia Vikander como la reina gentil, desdichada, educada, que encuentra la felicidad en el idilio en secreto que mantiene con el intelectual ilustrado. Y la de Mikkel Boe Følsgaard como el monarca excéntrico, ciclotímico, promiscuo, que en medio de su aparente insania halla en su mano derecha la amistad que nunca tuvo con nadie. La eficacia del reparto se compensa con una puesta en escena que acentúa con fuerza los decorados, el vestuario y el panorama aristocrático que se suele iluminar con atmósferas neblinosas y frías de la lente de Rasmus Videbæk. Y quizá hay minúsculos registros previsibles que toman la ruta del biopic al servicio de la estampa más convencional, pero, desde luego, Arcel logra que el juego de poder se sostenga con la mezcla de mentiras, infidelidad, asesinato y conspiraciones.
Ficha técnica
Título original: A Royal Affair (En kongelig affære)
Año: 2012
Duración: 2 hr. 17 min.
País: Dinamarca
Director: Nikolaj Arcel
Guión: Nikolaj Arcel, Rasmus Heisterberg, Lars von Trier
Música: Gabriel Yared, Cyrille Aufort
Fotografía: Rasmus Videbæk
Reparto: Mads Mikkelsen, Alicia Vikander, Mikkel Boe Følsgaard, Rasmus Videbæk, Trine Dyrholm, David Dencik
Calificación: 7/10
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