Crítica de «Los asesinos de la luna»: western revisionista de Scorsese

 En su primer western, Scorsese interroga la decadencia de una nación blanca consumida por la codicia, el asesinato y el oro negro. 



Los asesinos de la luna



Los asesinos de la luna es una película que Martin Scorsese empezó a desarrollar, supongo, desde que leyó el libro Killers of the Flower Moon: The Osage Murders and the Birth of the FBI, escrito por el periodista estadounidense David Grann y publicado en el año 2017. El libro de no ficción de Grann, examina como detective a la nación indígena de los Osage, cuyos miembros, a principios del siglo XX, se convirtieron en las personas más ricas del mundo y, a partir de entonces, muchos de ellos desaparecieron y fueron asesinados en circunstancias misteriosas que activaron las alarmas del FBI, en una de las primeras investigaciones serias de la agencia fundada por J. Edgar Hoover. "La nación Osage, igual que muchos otros pueblos indígenas de Estados Unidos, fueron expulsados de su tierra hacia el noreste de Oklahoma", dijo Grann para la BBC. "Se pensaba que esa tierra no tenía ningún valor. Era rocosa e infértil. Pero entonces bajo su reserva descubrieron unos de los depósitos de petróleo más grandes del país". En el cine este exterminio, propiamente dicho, ya se había tratado minúsculamente en algunas de las escenas de El FBI en acción (LeRoy, 1959), con una vista estereotipada que humilla la dignidad de los indígenas (como era habitual en aquellos años). Pero se puede decir que, con esta, Scorsese es el primer cineasta en tocar esa página oscura de la historia norteamericana porque, entre otras cosas, retrata por primera vez y desde otra óptica el complejo caso de los Osage, con un tratamiento cinematográfico que busca revisar los capítulos olvidados para hacerle justicia a esa tribu nativo americana.

Antes de asistir al estreno escuché a muchos quejándose en las redes sociales por la extensa duración, a lo que Scorsese respondió de manera reticente diciendo: "La gente dice que son tres horas, pero venga ya, puedes sentarte enfrente de la televisión y ver algo durante cinco horas. Lo respetas. Respeta el cine.” Y quizá tengan un poco de razón, sobre todo porque tras haberla visto durante tres horas y media me asalta por momentos la sensación de que pierde un poco de ritmo al extender la ola de crímenes más allá de lo necesario (pasada las dos horas ya se sabe quiénes son las víctimas y deduzco con facilidad el destino final de los rateros en manos de los federales). El resultado, a mi parecer, hubiese sido el mismo si tuviera solo dos horas y media de metraje. Pero es, desde luego, un western revisionista bastante sólido, en el que Scorsese, con toda su pericia estética, narra el episodio vergonzoso de una nación y señala a los culpables blancos para desmitificar moralmente un sueño americano manchado de avaricia, homicidios y petróleo ensangrentado. Su núcleo, en síntesis, ofrece un híbrido entre el western, el cine policial y el drama judicial que toma prestado su marco de referencia de La heredera (Wyler, 1949), Gigante (Stevens, 1956), la excelente Petróleo sangriento (Anderson, 2007) y la inane La puerta del cielo (Cimino, 1980).


Leonardo DiCaprio y Lily Gladstone. Fotograma de Paramount Pictures.



El argumento lo firma Eric Roth y sitúa la acción a principios del siglo XX en la Nación Osage en Oklahoma, en un prólogo que narra, a través de intertítulos en blanco y negro, el ascenso de los Osage como las personas más adineradas del planeta, tras descubrir varios yacimientos de petróleo en sus dominios que atrajo de inmediato a una gran cantidad de sujetos blancos que se mudan allí con segundas intenciones lejos de la supuesta servidumbre (era la primera vez que indios tenían sirvientes blancos). El protagonista es Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio), un hombre caucásico que llega al condado en 1920 para ser la mano derecha de su tío William “King” Hale (Robert De Niro), un terrateniente muy poderoso que controla toda la comunidad mientras finge ser una persona afable y honesta que se preocupa por los demás. En seguida, el señor Hale, al que apodan como “rey”, pone en marcha su plan que consiste, valga la redundancia, en utilizar a Ernest y a un selecto grupo de basura blanca para ejecutar un genocidio calculado sobre varios integrantes notables de los Osage y robar de ellos el dinero de los suelos petrolíferos, con métodos diseñados para suplantar evidencia y sobornar a las autoridades del pueblo para que nadie sepa nada, en un incidente nefasto de encubrimiento. El negocio también incluye la manipulación por medio de matrimonios arreglados entre hombres blancos y mujeres indígenas de los Osage para obtener dinero de la herencia de las fallecidas a través del headright (derecho de cabeza), un derecho especial de propiedad que se otorga solo a la jerarquía de las familias de los Osage que poseen las tierras con petróleo (que es cedido por la rama femenina si alguien fallece, incluyendo a cónyuges). Ernest, que entra en esa categoría tras su oficio como chofer, se casa con su matrona, Mollie (Lily Gladstone), la esposa nativa americana que comienza a sospechar que sus parientes están siendo asesinados por entidades desconocidas.



Lily Gladstone junto a Janae Collins, Cara Jade Myers y Jillian Dion

 

En términos generales, Scorsese vuelve a mostrar a personajes del bajo mundo sin ninguna brújula moral, pero ahora esboza el asunto desde la refracción de una pandilla de sureños soeces y despreciables que venden su alma al diablo por un puñado de dólares. Con ellos, presenta la violencia realista, cruda, sin filtros. Son unos asesinos a sangre fría, sociópatas de doble cara, forajidos de cuello rojo despojados de cualquier rastro de humanidad, consumidos por los diablos de la codicia ciega y los inicios del capitalismo salvaje. Esto es especialmente cierto cuando, en una primera mitad, muestra a Ernest como un hombre que ejerce la tarea de un tonto útil y, a la vez, fácilmente manipulable que ejecuta al pie de la letra las tareas que le asigna su tío Hale cuando se reúnen en secreto con los delincuentes que contratan como asesinos a sueldo, donde la base de la conspiración es la del oportunismo basado en la falsa confianza que condiciona a los Osage a confiar en ellos mientras secretamente participan médicos que ayudan a envenenar a pacientes, matones que asesinan de un tiro en la cabeza sin ningún tipo de remordimiento (silencian incluso a los detectives privados que se entrometen), periodistas que omiten las noticias de los crímenes con encabezados fabricados, alguaciles que son cómplices de homicidio y no ocultan la indiferencia hacia los indígenas asesinados (ni siquiera investigan los crímenes porque reciben sobornos). Pero Ernest realiza toda su labor desde la faceta privilegiada que disfruta como esposo servicial, enamorado de sus intereses, mientras se hace la vista gorda cuando Mollie llora la muerte de su madre y la intoxicación de una de sus hermanas.

En la segunda mitad, Scorsese prosigue con la rutina del asesinato de los Osage, distribuyendo la balanza del protagonismo entre las maquinaciones de un Ernest influenciado por el tío diabólico y las sospechas indirectas que se desarrollan partiendo del dolor intrínseco de Mollie. Pero coloca sutilmente dos golpes de efecto que son fundamentales para iniciar la típica hecatombe de sus personajes malvados. El primero, mostrado con unos cuantos flashbacks, es el asesinato brutal de un disparo en la cabeza sobre la temperamental hermana de Mollie (cuyo cadáver queda irreconocible frente a los pobladores), luego de que Hale enviara a sus hombres para liquidarla por encargo. El segundo ocurre en la escena de una explosión devastadora de una casa que sacude el vecindario y acaba con la vida de la última hermana de Mollie (junto al marido de esta y una sirvienta blanca). Estos sucesos, sumados a la iniciativa de Mollie de visitar a Washington para pedir ayuda al presidente Coolidge, y a las peripecias cotidianas en las que Ernest suministra inyecciones de insulina y otras sustancias para matar a Mollie, somete a los antagonistas a una desesperación prolongada que los obliga a limpiar los cabos sueltos para no ser capturados por unos agentes enviados por el Buró de Investigación, una rama independiente del Departamento de Justicia creada para solventar crímenes complejos y donde entra en escena Tom White (Jesse Plemons).


Robert De Niro y Leonardo DiCaprio. Fotograma de Paramount Pictures.



Originalmente el protagonista de esta historia iba a ser el agente Tom White, un hombre blanco que arriba en la Nación Osage para resolver el sumario de los delitos sobre indígenas. El papel estaba destinado a DiCaprio y era una parte integral para adaptar fielmente el libro homónimo de Grann, que cuenta todo desde la página investigativa de los agentes novicios del recién formado FBI. Esta era la versión del primer borrador del guion de Roth y la que tenía el respaldo de Scorsese. Pero DiCaprio, que en su faceta de ecologista defiende a muerte los derechos de los nativoamericanos, solicitó una revisión del guion dos años después de finalizar la escritura. Entonces Scorsese y Roth trabajaron otra vez en el guion y cambiaron toda la estructura. En el nuevo guion, Tom White dejó de ser el protagonista y la intervención del FBI se redujo a una subtrama que funciona como conclusión. La acción central de la narrativa arranca desde el matrimonio de Ernest con Mollie Burkhart, y toda la envoltura se disuelve en el complot arreglado por Hale. Los ejecutivos de Paramount, que preferían la ecuación policial y no estaban a gusto con el presupuesto inflado, dijeron a quemarropa que no respaldarían esa redacción del guion porque no tenía viabilidad comercial al proyectar solo a los pérfidos. Esta es, en pocas palabras, la transcripción final que se ve en esta película.

La decisión de Scorsese de contar la historia desde la perspectiva de los antagonistas, en un principio, tiene cierta liquidez porque interroga la moralidad del Viejo Oeste y dignifica la imagen de los nativos americanos que durante el cine clásico de Hollywood fue ridiculizada como una caricatura. En muchos westerns los indios americanos eran siempre retratados como estereotipos racistas de gente con la cara pintada, hacha en mano y gritando en montañas para ejecutar vaqueros blancos. En las cintas de John Ford era casi una fórmula sagrada. Pero aquí los indios son los buenos y los blancos son los malos de la película. No hay términos medios. Su discurso, que a veces adquiere paralelismos con la colonización de Estados Unidos que arrasó con territorios indígenas en el siglo XIX, tiene un matiz posrevisinionista porque se traslada a un período posterior a la conquista del oeste secuestrada por el descubrimiento del petróleo en los orígenes del capitalismo, con la finalidad, pienso, no solo de esquematizar un comentario antropológico sobre las costumbres ancestrales de los Osage y la amplia transculturación adoptada por los matrimonios birraciales entre católicos e indígenas, sino, además, sintetizar una metáfora de las injusticias perpetradas contra unos indígenas pobres que accidentalmente se enriquecieron al encontrar líquido negro en los terrenos que ocupaban y provocaron la envidia de todos los rufianes blancos de la zona que vigilaban como buitres mientras aparentaban devoción para acercarse, entendido también como el atropello planificado por unos supremacistas blancos que ven la violencia étnica como la única alternativa para arrebatar la riqueza a unos indígenas que, dentro de los manifiestos de superioridad racial del Ku Klux Klan, ven como seres inferiores que no merece ninguna clase de prosperidad. Su material denuncia, en efecto, que la frontera de la libertad se fundó por ladrones, xenófobos y asesinos codiciosos blindados por el gobierno federal que ejercían la coacción como un instrumento para enriquecerse ilegalmente.


Lily Gladstone y Leonardo DiCaprio

 

El problema de esta postura, que de seguro va a enamorar a los mormones progre de la izquierda, es que Scorsese calcula una inclinación extremadamente moral que radicaliza sus concepciones éticas y, cáusticamente, reduce a los personajes a figuras maniqueas que durante un tercio de la narración no tienen claroscuros y no me provocan el grado de emoción que extraigo de otras películas de Scorsese, quedando muchas veces en un horizonte trasparente que repite con inercia el polinomio de conversaciones, asesinatos y conspiraciones siniestras. No hay mucha variación o sorpresa. Tampoco encuentro una complejidad que sustente las motivaciones de los personajes. Los malos son los blancos sórdidos y homicidas. Y los buenos, por el contrario, son los indios pacíficos y santificados que encajan en el cuadro de mártires. Todo está muy delineado y no se escudriña mucho más allá de la capa obvia de apariencias que se relata en la superficie con cierto didactismo.

Por lo menos, la cuestión me mantiene adherido a la butaca durante tres horas y media con las actuaciones que ofrecen DiCaprio, De Niro y Gladstone. DiCaprio, en su sexta colaboración con Scorsese, ejecuta su enorme registro expresivo para interpretar, con la mirada y los gestos de su cara, a un hombre repugnante, indecoroso, apático, sin modales ni educación, que detrás de la sonrisa demoníaca guarda el pasado de veterano de la Primera Guerra Mundial, acostumbrado a la sordidez que se halla en las tabernas donde juega al póquer con los demás bandidos para expresar su ambición por el dinero fácil, envuelto en el codicioso complot de su tío para saquear la riqueza de la Nación Osage, con un aspecto descuidado y dientes sucios que reflejan a plenitud los rasgos de una persona maltratada que no mide las consecuencias de sus acciones; pero cuya torpeza enamora a la rica mujer Osage con la que se casa y a la que luego intenta envenenar (sin saberlo) inyectándole drogas que la debilitan para evitar sospechas. Tiene cierta ambigüedad moral. Su interpretación como Ernest Burkhart es bastante creíble porque transmite una extraña mezcla entre la repulsión, la discordia y la desvergüenza que pone en duda el sentimiento ambiguo de amor que profesa a Mollie, aunque al fin de cuentas, en el tercer acto, se ve afectado por la culpa al ser testigo de la magnitud de los asesinatos (sospecha que Hale piensa matarlo a él también junto a toda su familia). Habla incluso con el acento sureño y en lengua Osage. El único punto débil que veo de su actuación es que a veces me da la impresión de que tiene diálogos olvidables y es un personaje de una dimensión que nunca amplía el espectro psicológico de su sociopatía.

De Niro, por otro lado, interpreta a Will Hale como un jefe hipócrita, amoral, perverso, retorcido, racista, cínico, extasiado por la avidez y la impunidad, del que solo dios sabe cuántas diabluras ha cometido para enriquecerse, que desde su lúgubre oficina de masón mueve como un ventrílocuo los hilos de la política local del pueblito de Osage en Oklahoma para destruir, con fraude y parricidio, a las vidas humanas que marca con su caterva organizada de sicarios contratados, mientras saluda al prójimo nativo americano con una bondad tan falsificada como un billete de un dólar. Es un anciano dispuesto a traicionar hasta su sombra. De alguna manera, su actuación me impresiona porque interpreta de nuevo a un hombre virulento que solo confía en sí mismo, pero cuya posición de poder, ejercida solo con coloquios y secretismo, acaba en su caída cuando lo traspasa hasta límites inhumanos.


Leonardo DiCaprio y Robert De Niro



Siempre es disfrutable observar la complicidad entre DiCaprio y De Niro cuando comparten escenas en esta cinta de Scorsese, pero el corazón de toda la película pertenece a Gladstone. Ella entrega la mejor actuación de su corta carrera como actriz al interpretar a Mollie como una mujer honrada, reservada, inteligente, que comunica afecto y cercanía solo con la mirada y la voz sosegada, guiada siempre por esa intuición femenina que despierta su pánico moral cuando sufre en carne propia la pérdida de sus seres queridos en manos de los responsables que desean hurtar su propiedad, pero cuya lealtad hacia su esposo engañoso conserva su estado de firmeza porque ve en él a alguien inseguro y posiblemente noble que, por su condición de pobreza, dejó poseer su alma por los demonios del vicio (ella se niega a creer que él fuera capaz de traicionarla hasta la revelación del clímax). Tiene temple natural y una fuerza muy orgánica. Hay serenidad en su rostro. Su pelo negro, los ojos bien abiertos, el idioma Osage y la expresividad delicada, evoca un sentido de compasión que, en varias escenas, toca las tres dimensiones y se eleva con mayor ímpetu cuando agoniza en la cama como consecuencia de síntomas de envenenamiento. De cierto modo, ella es como una heroína porque es la que toma la iniciativa de pedir ayuda al presidente (se entiende que ella es el catalizador de que Hoover envíe a sus subordinados para investigar la ola de crimen). No la había visto tan bien desde Ciertas mujeres (Reichardt, 2016).

Con el pedigrí de esos tres actores, Scorsese se refugia por primera vez en el western histórico para reconstruir con lupa una tragedia americana que parecía estar enterrada en el desierto, pero lo que más me sorprende son las cualidades estéticas que utiliza para acomodar su visión desde la puesta en escena. No se trata de algo fuera de serie o que no haya comprobado antes en su filmografía con mejores notas, pero lo que veo, desde luego, ostenta un valor incuestionable. De entrada, define transiciones con intertítulos y recopila imágenes en blanco y negro de textura de cine mudo para puntualizar exactitudes históricas con un estrato de documental que describe la bonanza de los Osage y también hechos escabrosos como la masacre racial de Tulsa. Su lienzo es robustecido, además, con un diseño de producción que reproduce la época de los años 20 con autenticidad a través del vestuario y de unos decorados enormes que rellenan el poblado de gente, caballo, coches, trenes y viviendas de madera al mejor estilo arquitectónico del viejo oeste. A veces, como es usual, usa el sonido diegético o los ruidos como enlace de continuidad para encadenar secuencias a modo de raccord. La amplitud visual logra su permanencia con un trabajo de fotografía de Rodrigo Prieto que es muy consistente con las obsesiones estilísticas suyas que, particularmente, siempre dinamizan la acciones de los personajes que ocupan el encuadre por medio del encuadre móvil de una cámara en constante movimiento, distintos puntos de iluminación que vigorizan las inquietudes recónditas, el fuera de campo, la cámara lenta, el uso del color como semblante psicológico (específicamente el típico color rojo), las panorámicas que magnifican el paisaje de las praderas de Oklahoma. Sus planos adquieren también una función antropológica que adopta el atrezo para acentuar la cultura, los ornamentos y las tradiciones milenarias de la reserva Osage. En esa vertiente, emplea la música de Robbie Robertson (en su última banda sonora antes de fallecer) con una fidelidad que duplica canciones de los nativos americanos y música folclórica como el blues, aunque con una escasa valía percutiva que no toca mis oídos.


Leonardo DiCaprio y Lily Gladstone

 

Al margen de esos elementos estéticos, yo veo simplemente esta película como otra épica en la que Scorsese remueve los temas recurrentes como el amor, la [des]confianza y la traición, pero explorado desde el vínculo doméstico de una pareja interracial que es el epicentro de complicidad de una sociedad de malhechores caucásicos que roban y matan brutalmente a los nativos americanos para manifestar su odio. Está ensamblada con un montaje crepuscular de Thelma Schoonmaker que a veces debilita la cohesión interna en su avance kilométrico por escenas lineales sin giros ni curvas, pero que siempre recupera su ritmo de aceleración. Y concretamente me toca fuerte en tres secuencias: la explosión de la casa vecina que mata a la hermana de Mollie, toda la investigación de los federales que culmina en el intrigante proceso judicial que sentencia a los criminales y el epílogo situado en el programa radiofónico de The Lucky Strike Hour en el que el propio Scorsese habla sobre el destino final de los personajes. No creo que sea de sus mejores, pero sí que es muy buena subvirtiendo los mitos de un oeste que perdió sus valores. Creo que hubiera sido una obra maestra si Scorsese siguiera la intención de traducir todo el libro de Grann como un misterio detectivesco. Pero, tristemente, esa es otra historia.

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Ficha técnica
Título original: Killers of the Flower Moon
Año: 2023
Duración: 3 hr. 30 min.
País: Estados Unidos
Director: Martin Scorsese
Guion: Eric Roth, Martin Scorsese
Música: Robbie Robertson
Fotografía: Rodrigo Prieto
Reparto: Leonardo DiCaprio, Robert De Niro, Lily Gladstone, Jesse Plemons
Calificación: 7/10

Tráiler de Los asesinos de la Luna





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