Crítica de la película «La puerta del cielo» (1980)

La puerta del cielo
La puerta del cielo es una película de Michael Cimino que, durante los días posteriores a su estreno, supuso un fracaso de taquilla de la United Artists y dinamitó el período conocido como el Nuevo Hollywood, donde el sistema exitoso de directores que tenían el control creativo durante la década de los 70 fue reemplazado una vez más por los productores de los estudios que controlaban las decisiones finales de cada producción cinematográfica. Por lo que sé, culminó con una recepción bastante tibia de la prensa de aquella época, aunque hoy en día, en un extraño giro de acontecimientos, ha mejorado su valoración hasta el punto de que la citan como uno de los mejores trabajos de Cimino. Y yo, que la he visto recientemente en una edición restaurada, no puedo estar más en desacuerdo con mis coetáneos. En sus tres horas y media de duración, me parece un western épico en el que Cimino retrata un panorama de injusticia y lucha de clases, con una belleza cercana a un lienzo de Frederic Remington en la superficie, pero cuya consistencia narrativa se disipa como una nube de polvo, y muchas veces permanece en un terreno acomodaticio poblado por personajes de papel que no hacen otra cosa que hablar sandeces innecesarias. Tras un prólogo situado en una graduación estudiantil de la Universidad de Harvard en 1870, el argumento, basado libremente en la Guerra del Condado de Johnson, se sitúa mayormente en Wyoming en la década de 1890 y sigue a Jim Averill, un hombre rico y de pocas palabras que ejerce la función de alguacil en una región que es el centro de un conflicto mayor entre una asociación de ganaderos que contrata a un ejército privado para asesinar a 125 inmigrantes y unos inmigrantes europeos pobres a los que tachan de ladrones por el robo de ganado, mientras, además, mantiene un romance con una bella prostituta llamada Ella Watson para olvidar aquella fotografía de su antigua amada y el pasado triste que se fue. El asunto del protagonista tiene un arranque algo interesante que me llama la atención, ante todo, por la manera en que Cimino reproduce la época prestando atención al vestuario y al detalle de los decorados, en unas locaciones del oeste adornadas de una capa de realismo y de sordidez, que gozan de un trabajo luminoso de Vilmos Zsigmond en el que, a plena luz del día, se ilustra con panorámicas espléndidas la cotidianidad de esos campesinos de Wyoming absorbidos por paisajes bucólicos y polvorientos, ocasionalmente con una cámara en movimiento que dinamiza la puesta en escena con el uso constante del encuadre móvil. Sin embargo, al margen de esos elementos estéticos, los personajes que Cimino presenta son de una dimensión y, consistentemente, reduce sus acciones a una serie de situaciones repetitivas que remueven cualquier rastro de pujanza y extienden las escenas más allá de lo necesario, donde lo único que teje su existencia es conversar sobre la posible caza de brujas de los ganaderos vigilantes, bailar en una pista de patinaje sobre ruedas mientras un violinista toca sin parar, conducir la carreta por el llano, montar a caballo, acostarse con prostitutas, tomar alcohol hasta caer borrachos. No me convence para nada la actuación de Kris Kristofferson, sobre todo porque todo lo que expresa resulta demasiado facilón cuando utiliza su desabrido registro para interpretar a un pistolero de Harvard que se acuesta con la prostituta del barrio y ayuda a los desposeídos como una especie de héroe motivado por el deber, casi como un salvador blanco vestido para una fiesta de gala. Tampoco la de Isabelle Huppert como la prostituta con escopeta que custodia su negocio de reses desde el prostíbulo, que luce demasiado acartonada en su rol de interés romántico. La música de David Mansfield es un desperdicio acústico que ni siquiera se escucha. No hay una sola línea de diálogo que no suene cutre. El clímax, por lo menos, me invita a razonar por la forma en que la contienda funciona para comunicar, subterráneamente, lecturas sobre la opresión de clases entendida como la lucha de unos inmigrantes en estado de resistencia que combaten con las armas para exigir los derechos que les han quitado los terratenientes conservadores a través de la fuerza de la codicia y de los intereses nacionalistas, en un episodio que desmitifica los vaqueros del oeste y desnuda la hipocresía del sueño americano. El esfuerzo, desde luego, se agradece dentro de su respectiva oferta de engaño, sexo y tiroteos violentos. Pero no deja de ser, propiamente dicho, un western anodino al servicio del patetismo.

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Ficha técnica
Título original: Heaven's Gate
Año: 1980
Duración: 3 hr. 39 min.
País: Estados Unidos
Director: Michael Cimino
Guion: Michael Cimino
Música: David Mansfield
Fotografía: Vilmos Zsigmond
Reparto: Kris Kristofferson, Isabelle Huppert, Christopher Walker, Sam Waterston, John Hurt, Jeff Bridges
Calificación: 5/10

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