Crítica de «El asesino»: thriller sofisticado de David Fincher

En su regreso al thriller, Fincher recupera su poética sobre asesinatos para retratar la paranoia de un asesino profesional. 



The Killer



En algunas ocasiones, el cine sobre asesinatos de David Fincher deja en su estela a unos personajes con un pasado oscuro que buscan resolver un enigma como si se tratara de una obsesión personal o de un apunte final sobre ellos mismos, donde las interrogantes se van ampliando con cada paso que dan antes de la revelación culminante a la hora señalada. Yo le llamo la poética del hombre desequilibrado. Está presente en la tensa El juego, en la que un banquero rico de San Francisco participa en un misterioso juego que lo lleva a transitar un camino de desesperación por el que comienza a preguntarse si realmente es una conspiración que hay en su contra para destruirlo. Y sobre todo en su obra maestra, El club de la pelea, en la que un trabajador de oficina insomne y un fabricante de jabón crean una banda clandestina que los lleva a descubrir un misterio relacionado sobre ellos mismos. Estos protagonistas son absorbidos por una vorágine de violencia, asesinatos y paranoia, pero cerca del clímax descubren una verdad ajena a sus propias convicciones que disminuye sus impulsos autodestructivos.
 
En El asesino, Fincher retoma exactamente algunos de los componentes de esa estructura para señalar, entre otras cosas, el resquebrajamiento psicológico de un protagonista en el sendero de la anomalía. Lo adapta de la novela gráfica francesa escrita por Alexis “Matz” Nolent e ilustrada por el artista Luc Jacamon, que relata las peripecias de un asesino a sueldo sin nombre. No se trata de lo mejor que ofrece en esta década, tampoco creo que cuente con el punto de complejidad de las mejores obras de su filmografía, pero siendo su segunda película para la plataforma de streaming de Netflix, me parece más solvente que Mank. En su horizonte de sucesos, es un thriller sofisticado, tenso y entretenido de Fincher, cuyo grado de acción me mantiene pegado del asiento durante las dos horas que dura la cacería internacional del asesino profesional que interpreta Michael Fassbender de forma calculada en lo que sería su regreso al cine tras una pausa de cuatro años.


Michael Fassbender. Fotograma de Netflix.


 
En la trama, escrita con guion de Andrew Kevin Walker, Fassbender interpreta a un asesino profesional (acreditado como “El asesino”) que narra en primera persona la meticulosa rutina que sigue desde una habitación abandonada en un hotel parisino, donde repite su monólogo interior casi como un ritual religioso que dice: “Apégate a tu plan. Anticipa, no improvises. No confíes en nadie. Nunca cedas una ventaja. Pelea solo la batalla por la que te pagan. Prohíbe la empatía. La empatía es debilidad. La debilidad es vulnerabilidad”. Mientras espera día y noche a que aparezca su objetivo en el hotel de enfrente, el asesino disfruta el servicio masoquista de no hacer nada y, además, prepara su rifle de francotirador para calcular los movimientos de las personas que pasean por la plaza. También come en McDonalds, escucha a The Smiths en los auriculares, practica yoga para ganar flexibilidad, habla con su contacto para tomar notas y comenta sus inquietudes cínicas sobre el oficio de matar a gente por encargo. Tras quedarse dormido, despierta y de pronto saca su rifle francotirador para apuntar al objetivo que justamente llega: un hombre poderoso acompañado de una prostituta. Pero su existencia minuciosa da un giro estrepitoso cuando apunta y dispara accidentalmente a la dominatriz, acto que lo obliga a huir del país con una de sus numerosas identidades falsas, con el fin de elaborar un plan de exilio en su escondite ubicado en República Dominicana.





 
Tras esa inquietante secuencia inicial de casi 30 minutos, que en su núcleo rememora con guiños a La ventana indiscreta (Hitchcock, 1954) por la manera en que se utiliza el campo-contracampo y el plano subjetivo, Fincher recurre de nuevo a su ecuación de anti-héroes descontrolados para subvertir la fórmula clásica del asesino profesional que es buscado. Opta por mostrar al asesino como un hombre imperturbable, frío, aislado, calculador, alexitímico, desconfiado, sin moralidad, de escasa empatía, que tiene un conocimiento de carácter cosmopolita y sufre en silencio la ansiedad provocada por el disparo fallido en la oscuridad que lo somete a un estado perpetuo de vigilia, condenado a eliminar los cabos sueltos. Lo exterioriza como un sujeto que planea sus acciones con especial atención al más mínimo detalle, pero que también se ve obligado a improvisar por situaciones que se escapan de las manos. Por momentos, nivela la extraña ambigüedad ética del asesino entre la estricta filosofía dictada por lo que piensa y las acciones que se ajustan a su comportamiento externo cuando quebranta sus propios códigos de conducta para matar. Su personaje suele pensar que tiene los escenarios controlados, pero cuando falla el tiro a distancia y descubre que su novia es brutalmente agredida en su guarida (una mansión en Santo Domingo), su mundo se desmorona hasta quedar absorbido por la venganza y la dura sensación de incomodidad, de que es perseguido por miembros de élite que conspiran para atacarlo dentro del consorcio por haber violentado el protocolo que compensa al cliente secreto (se entiende que el ataque a su residencia fue solo una señal de advertencia que anuncia su castigo por la misión fracasada de Francia).






De esa forma, para mí resulta bastante cautivante ver al asesino viajando por países en cada capítulo para buscar a los asesinos responsables de la agresión a su mujer y, ante todo, identificar a los empleadores traicioneros que necesitan su cadáver en una bandeja de plata. No es que sea algo fuera de serie ni mucho menos, pero me engancha cuando le extrae información a un taxista dominicano al que luego mata disparándole desde el asiento trasero del taxi; discute con el abogado negro en Nueva Orleans, Luisiana, al que luego dispara en el pecho con una pistola de clavos al abogado negro después de destruir los registros que certifican su colaboración; rompe el cuello a la secretaria del abogado y arregla la escena para que parezca un accidente, después de conseguir las identidades de los enviados en sus archivos personales; irrumpe en una casa en St. Petersburg, Florida, luego de drogar a su pitbull con difenhidramina y pelea en los interiores de la sala con el brutal asesino, al que consigue matar bajo mucha dificultad antes de quemarlo todo.
 
Pero suceden, asimismo, dos revelaciones interesantes que añaden una capa de profundidad a las motivaciones del asesino. La primera pasa en la escena en que este viaja hasta Nueva York y sostiene una conversación en un restaurante con la experta, quien a través del relato metaforizado entre un cazador y un oso no solo cuestiona los motivos por los que el asesino falló el disparo (que es justamente la prueba por la que ella fue junto al bruto para cazarlo por órdenes superiores), sino, además, la imposibilidad de escapar del inframundo de asesinos para jubilarse de la profesión. El diálogo, que ocurre antes del asesinato de la experta de un disparo en la cabeza, es un indicador de que la intención del asesino, desde el inicio, es la de desaparecer por un tiempo. Esto se confirma, segundo, en la climática escena en la que el asesino viaja hasta un hotel de lujo en Chicago y establece un coloquio con El Cliente, un multimillonario del negocio de las criptomonedas que afirma que el abogado lo convenció para pagar un seguro como medida de precaución para evitar circunstancias inesperadas, sin sospechar que eso implicaría liquidación del asesino por encargo. El asesino perdona al cliente porque sabe, irónicamente, que este tiene razón al alegar desconocimiento como novicio en la clientela de contratar asesinos a sueldo. Pero esto, en efecto, abre la interrogante de que el asesino, después de errar el disparo de su primer objetivo por causa de la duda, había planificado sobre la marcha el asesinato de esos integrantes de la organización porque sabía las consecuencias de sus acciones y, además, dentro de su agenda de improvisación, se planteó la posibilidad de liberarse de la enorme carga producida por su labor de ser contratado para asesinar personas durante años. En pocas palabras, es un tipo que planifica su "retiro" de ese cargo "aburrido" porque se ha cansado de lo mismo.






La actuación de Fassbender me parece fenomenal por la manera en que usa su registro expresivo para exteriorizar la naturaleza compleja de un asesino a sueldo tan solo con la mirada, el silencio y los gestos estoicos que adornan su cara como una escultura tallada con piedra. Hay incluso escenas en la que ni siquiera parpadea. Interpreta a El Asesino como un hombre sinuoso, esquivo, solitario, introspectivo, que habitualmente se viste con sombrero y gafas de sol para pasar desapercibido en las calles mientras realiza su operación vestido de turista alemán, encarcelado por las reglas autoimpuestas, continuamente preocupado por los detalles que pueden comprometerlo (siempre se deshace del smartphone o de cualquier otro objeto tecnológico que puntualice su ubicación), con guantes negros en sus manos, sin ningún rastro identificable de emoción humana sobre su rostro. A menudo permanece callado, observando su entorno en estado de vigilancia permanente, con un nivel de autenticidad que lo convierte en alguien amenazador, impredecible. En la superficie es un ser desagradable, apático, pero me agrada su capacidad para ejecutar ciertas tareas de forma metódica. Su retrato del asesino demuestra pericia física para algunas escenas de riesgo en los espacios cerrados, y alcanza una mayor cuota de solidez con los monólogos internos que recita con la voz en off para enunciar su tesis filosófica sobre los claroscuros de su empleo y la cosmovisión cínica sobre la humanidad.

En términos generales, Fincher encuadra al protagonista de Fassbender en una puesta en escena en la que emplea varios de sus recursos estilísticos que sirven, fundamentalmente, para construir una narración subjetivizada sobre el modus operandi de un asesino profesional, pero visto desde la óptica de un hombre que sale del anonimato para aniquilar a los secuaces que lo traicionan y perturban su aparente tranquilidad. Para consolidar este punto de vista, en específico, se aproxima a la parte visual recurriendo al plano general, múltiples planos subjetivos, la elipsis, las panorámicas, las modalidades del encuadre móvil de una cámara en movimiento que se restringe a sus límites de estatismo, y un uso proxémico del espacio que es aprovechado por Erik Messerschmidt para instaurar atmósferas urbanas que cambian radicalmente los grados de iluminación natural en las escenas diurnas y nocturnas con la típica colorización fincheriana compuesta de sepia, verde y azul. Por el lado sonoro, aprovecha las destrezas del diseño de sonido de Ren Klyce para evocar las preocupaciones acústicas del asesino a través de los ruidos, el sonido interno-subjetivo, la banda sonora electrónica (de Trent Reznor y Atticus Ross) y la voz en off de los soliloquios que puntualizan lo que este razona cuando dialoga consigo mismo, algo que, a decir verdad, es un recurso bastante inusual en las películas actuales. Esos elementos, distribuidos con un rítmico montaje ensamblado por Kirk Baxter, pronuncian las contrariedades psicológicas y dimensionan los problemas intrínsecos del personaje en cada escena.





Al margen de esos factores, esta película de Fincher tiene ligeros instantes predecibles que son demasiado evidentes en las actividades vengativas del asesino, pero frecuentemente lo olvido porque su trama tiene algo que me atrapa cuando el personaje modela su sistemática forma de trabajar entre las sombras, casi como sucede en Colateral (Mann, 2004), El samurái (Melville, 1967) y León el profesional (Besson, 1994). En síntesis, bosqueja la voluntad de un empleado alienado por la ocupación de asesinar hasta el punto de perderse en sí mismo y dudar de su eficiencia, pero que toma ventaja de contingencias insospechadas para abandonar su condición de explotado y retirarse a tiempo para disfrutar de las libertades que ofrece el capitalismo, entendido como la acumulación de riquezas de un hombre que finalmente decide convertirse en su propio empleador, es decir, en uno de los pocos que ocupan la cima de la pirámide. De ese razonamiento, permanece en mi mente una frase específica del protagonista: “Desde el principio de la historia, los pocos siempre han explotado a los muchos. Esta es la piedra angular de la civilización. La sangre y el cemento que une todos los ladrillos. Cueste lo que cueste, asegúrate de ser uno de los pocos, no uno de los muchos”. La frase, en cuestión, se puede interpretar también como una metáfora del ajustado perfeccionismo del director y su lucha para independizarse de los ejecutivos de los estudios de Hollywood que cuartan su libertad creativa. Pero eso, me temo, es otra ficción.

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Ficha técnica
Título original: The Killer
Año: 2023
Duración: 1 hr. 59 min.
País: Estados Unidos
Director: David Fincher
Guion: Andrew Kevin Walker
Música: Trent Reznor, Atticus Ross
Fotografía: Erik Messerschmidt
Reparto: Michael Fassbender, Tilda Swinton, Charles Parnell, Arliss Howard, Kerry O'Malley
Calificación: 7/10

Tráiler de El asesino






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