Eileen es una película en la que, William Oldroyd, adapta en más de hora y media la novela de Ottessa Moshfegh publicada en 2015 bajo el título de
Mi nombre es Eileen. Es su segundo largometraje como director. Y por lo que veo, desafortunadamente, es incluso peor que la regular ópera prima
Lady Macbeth. En el fondo se arregla como un thriller de misterio sobre disfuncionalidad y traumas familiares no resueltos que tiene, a mi parecer, una actuación notable de Anne Hathaway como la rubia fatal, pero a veces me da la sensación de que le falta impulso a sus piezas incompletas, y el horizonte psicológico no deja de ser artificial en su presunto esquema de complejidad hitchcockiana, transitando por lugares comunes del neo-noir que me han contado cientos de veces con mejores resultados. La trama se sitúa en Massachusetts durante un invierno en la década de los 60 y sigue la vida de Eileen Dunlop, una joven reservada que trabaja en un reformatorio para adolescentes, en donde, por lo regular, recibe la violencia verbal de algunos colaboradores y ocasionalmente practica el onanismo en secreto mientras fantasea con alguno de los guardias; en una rutina aburrida que termina en la casa del padre viudo, alcohólico y abusivo al que tiene que cuidar para evitar que este se dispare accidentalmente con la pistola que guarda para recordar sus días de policía. Parecería que no sucede nada significativo en la existencia de esta joven, pero el asunto da un pequeño giro cuando aparece Rebecca Saint John, la psicóloga glamorosa que es contratada a última hora y forma una atracción por Eileen. Por añadidura, después de la escena del bar observo que no sucede nada sustancioso en el vínculo de las dos mujeres porque, entre otras cosas, la narrativa no termina de atar los cabos sueltos y utiliza el recurso facilón del asesinato a sangre fría cerca del clímax como una solución trivial a los problemas que impiden la emancipación intrínseca de la protagonista. Todo luce demasiado colocado en su narrativa de mujeres que toman la justicia en sus manos para disparar a quemarropa a una madre traumatizada que es cómplice del abuso sexual que sufrió su hijo antes de caer en la correccional. Y se adelgaza con la analepsis que acentúa inútilmente los pensamientos homicidas que reposan sobre la mente de Eileen. No hay empuje ni suspenso. Casi no escucho la música de jazz. En pocas palabras, lo que veo me aburre y no me atrapa. Solo destaco la auténtica reproducción de la época, que encuentra su punto de solvencia en las atmósferas que captan el panorama urbano a través de la arquitectura y los coches antiguos, evocando ese aire americanizado que es típico del relato neo-noir. También encuentro provocativas, dentro de sus límites, las actuaciones de Anne Hathaway y de Thomasin McKenzie. La primera interpreta a una
femme fatale elegante y perversa que oculta las heridas de un pasado que provocó su lado misándrico. La segunda interpreta a una mujer tímida, insegura, atrapada por la inexperiencia sexual y el trauma paternofilial que la encarcela, antes de conducir su coche a la hora señalada para depositar el cadáver en la autopista. Con ellas, el material hubiese tomado un giro retorcido en su construcción hitchcockiana de venganza, pero, desgraciadamente, esa no era la prioridad del guionista que cobró su sueldo. El resultado es el de un thriller bastante hueco, del que me olvido tan pronto como suben los créditos.
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Ficha técnica
Título original: Eileen
Año: 2023
Duración: 1 hr. 37 min.
País: Estados Unidos
Director: William Oldroyd
Guion: Luke Goebel
Música: Richard Reed Parry
Fotografía: Ari Wegner
Reparto: Thomasin McKenzie, Anne Hathaway, Shea Whigham, Marin Ireland
Calificación: 5/10
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