Pépé le Moko es una película en la que, Julien Duvivier, registra a plenitud algunos de los valores fundamentales de la estética del realismo poético, como lo hacían otros cineastas del movimiento en filmes como
L'Atalante (Vigo, 1934),
La bestia humana (Renoir, 1938),
El muelle de las brumas (Carné, 1938) y
Amanece (Carné, 1939). No alcanza, a mi juicio, la altura que toca Renoir en la obra maestra
La regla del juego, pero se trata, sin lugar a dudas, de una cinta finamente ajustada del cine poético francés que es imposible pasar por alto. En el fondo, Duvivier la encuadra como un melodrama trágico y conmovedor que, siguiendo la especificidad del realismo poético, encuentra su punto de brío en la actuación fulgurante de Jean Gabin y en unas atmósferas orientalistas que captan el panorama sórdido de la Casbah de Argel, en una hora y media de metraje que avanza como las brisas argelinas en pleno verano. En la trama, basada en la novela homónima de Henri La Barthe, Gabin interpreta a Pépé le Moko, un gánster expatriado que se esconde en el barrio laberíntico de Casbah ubicado en la ciudad de Argel en Argelia con el fin de impedir que los policías lo atrapen para cobrar la recompensa que hay detrás de su notoriedad, mientras es ayudado por unos pueblerinos pintorescos que lo apoyan por su aprecio a la comunidad y, además, se enamora a la hora equivocada de una socialité muy elegante llamada Gaby. El asunto del gánster fugitivo se esquematiza con las líneas habituales del cine gansteril, donde el jefe criminal sostiene tiroteos con la policía para huir de la justicia y protege a los ciudadanos que le temen a su poder; pero ahora con un híbrido que suma sobre la ecuación policial el típico romance melodramático con la mujer que lo condena al fatalismo señalado. La puesta en escena se eleva por la forma en que Duvivier crea un grado de tensión claustrofóbica que evoca la sensación de aprisionamiento de Pépé al emplear con estilo mecanismos estéticos como el encuadre móvil de una camara en constante movimiento, planos ambiguos, el plano general, el desencuadre, el picado-contrapicado, la iluminación expresionista, el fuera de campo, la elipsis y el uso del sonido diegético que subraya estados de ánimo. Su mirada está dotada de una ambientación orientalista que acentúa, con un realismo cercano al documental, la sordidez de las calles exóticas de la Casbah y algunas de las tradiciones argelinas que se hallan en el vestuario, los decorados y en un leitmotiv que escucho con agrado en varias escenas; a pesar de que, como era común en la época, casi toda la película fue rodada en los interiores de un estudio. Duvivier, además, muestra las miserias internas de los personajes y los temores que no se exteriorizan a simple vista, supongo, para elaborar un comentario agridulce sobre la lealtad, los celos, la traición y el amor imposible. Su poética del tormento transita por una zona segura que, incluso en los momentos previsibles, siempre me resulta cautivante por la actuación central de Gabin. Con sus gestos, los diálogos volcánicos y esa mirada serena que abriga su rostro, Gabin interpreta a un gánster rudo y confiado que, en su plan de fuga, se sacrifica por los suyos y entra en un estado de crisis cuando se resiste a dejar a la mujer que ama en el muelle de la perdición. Hay escenas específicas en las que canta canciones para rememorar sus cualidades de cantante. Él es el corazón de la película. Y se complementa de manera formidable con Mireille Balin y Line Noro.
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Ficha técnica
Título original: Pépé le Moko
Año: 1937
Duración: 1 hr. 34 min.
País: Francia
Director: Julien Duvivier
Guion: Henri La Barthe, Jacques Constant, Julien Duvivier, Henri Jeanson
Música: Vincent Scotto, Mohamed Ygerbuchen
Fotografía: Marc Fossard, Jules Kruger
Reparto: Jean Gabin, Mireille Balin, Gabriel Gabrio, Lucas Gridoux, Line Noro
Calificación: 7/10
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