The Drug King, traducida literalmente como
El rey de la droga, es una película de Netflix a la que me acerco por mi amplio interés por el cine gansteril surcoreano y de la que, dicho sea de paso, percibo una mezcla híbrida que va en la misma sintonía de
Caracortada (De Palma, 1983),
Gánster americano (Scott, 2007) y
Gánster sin nombre (Yun, 2012). De entrada, es una película de gánsteres hecha en Corea que posee un arranque arrebatador con la presencia de Song Kang-ho, pero cuya trama, desafortunadamente, se vuelve aburrida al transitar por los mismos clichés prefabricados sobre el ascenso y caída de un señor de la droga, en donde noto que cada escena es un barullo de episodios convencionales y situaciones previamente explotadas con mejores resultados en otras películas del género. El argumento se sitúa en Corea del Sur durante la década de los 70, en medio del tenso clima político instalado por la dictadura de Park Chung-hee y la explosion emergente de pandillas coreanas modernas. El protagonista es Lee Doo-sam, un contrabandista de poca monta que se gana la vida contrabandeando joyas como miembro de una pandilla local en Busan en la provincia de Hwanghae, pero cuya vida como ratero da un giro cuando utiliza su red de contactos con los yakuzas para producir grandes cantidades de metanfetamina (a la que llaman "cristal") que se exportan hasta Japón, mientras sube en las filas del mundo criminal hasta instaurar un imperio de las drogas. Si bien, el asunto de este traficante de drogas tiene un inicio que me atrapa momentáneamente, al pasar la hora permanezco en un estado de abulia que se prolonga, supongo, por la manera en que su director, Woo Min-ho, coloca sobre la trama los mismos tropos manoseados del cine gansteril que ya me sé de memoria. De esa forma para mí no es tan difícil predecir el ascenso del gánster como traficante de drogas internacional, la producción del químico en los laboratorios, los conflictos internos con los traidores, las peleas violentas entre pandilleros, la fortuna acumulada por la avaricia descontrolada, la amante trofeo como ornamento decorativo, los vínculos políticos con burócratas corruptos que reciben sobornos, los negocios con gánsteres violentos, la persecución del fiscal que busca atraparlo para desmontar la distribución. Hay un rasgo superficial que obstruye el desarrollo de los personajes y reduce sus acciones a circunstancias previsibles que solo responden a un comentario básico sobre los vicios del poder y la corrupción burocrática. Solo alcanzo a fijarme, eso sí, por la actuación de Song cuando ejerce su registro expresivo para subrayar la existencia de un narcotraficante ambicioso que, falsificando su identidad, se destruye a sí mismo por los excesos del poder, el crimen organizado y las drogas que se pincha el brazo para olvidar que es buscado por la policía. También la de Bae Donna como la socialité elegante y codiciosa que, como cabildera, conduce al capo a los niveles superiores del tráfico de drogas. Ellos son encuadrados en una puesta en escena estilizada que goza de un uso constante del encuadre móvil para dinamizar la acción y de una música que agrega elegancia a los actos criminales, además de una solvente reproducción de la época en el vestuario y los decorados, casi como si el director se robara algunos de los rasgos estéticos de Scorsese. Pero, desgraciadamente, nada de eso impide que la narrativa transite por lo lugares comunes que, a veces, me dan la sensación de que carecen de ritmo y no es más que una cinta gansteril del montón.
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Ficha técnica
Título original: The Drug King (Ma-yak-wang)
Año: 2018
Duración: 2 hr. 19 min.
País: Corea del Sur
Director: Woo Min-ho
Guion: Woo Min-ho
Música: variada
Fotografía: Go Nak-seon
Reparto: Song Kang-ho, Bae Doona, Jo Jeong-Seok, Jo Woo-jin
Calificación: 5/10
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