Stenka Razin es un cortometraje mudo al que le dedico cerca de ocho minutos, supongo, para tratar de entender la razón por la que es considerado el primer filme narrativo del cine ruso. Este dato fue ampliamente confirmado por su productor, Alexander Drankov, uno de los pioneros de la cinematografía rusa. Y lo dirige Vladimir Romashkov, director poco conocido del que se saben pocas cosas más allá de que esta es la única película registrada a su nombre. También fue recibido con entusiasmo por aquellos espectadores que habían experimentado previamente la Revolución rusa de 1905. Pero al margen de los comentarios que haya tenido o de las posibles lecturas sociopolíticas, desgraciadamente no me parece otra cosa que un cortometraje aburrido, torpe, desprovisto de fuerza, que se seca como el caudal de un río en pleno verano con el cuento de adulterio, poder y lealtad, donde es notable la ausencia de unicidad para cohesionar el conjunto. El argumento, basado en una canción popular del folclore ruso y concebido originalmente como parte de una obra de teatro de Vasily Goncharov, dramatiza un fragmento en la historia sobre la figura de Stenka Razin, el mítico líder de los cosacos que en el siglo XVII se convirtió en un héroe popular al organizar una sublevación de campesinos contra el zarismo en el sur de Rusia, cuya oferta incluía además el saqueo de tierras, peajes autoimpuestos a embarcaciones de comerciantes y el asesinato como método de generación de ingresos para el ejército de ladrones que lo seguían religiosamente. El conflicto de la narrativa se sitúa en el contexto histórico en el que Razin navega cuesta abajo por el río Volga con las flotillas de galeras y, en medio de la celebración por las conquistas con sus rebeldes, se ve involucrado en un dilema ético al enamorarse de una princesa persa capturada. En la superficie el barullo pierde pulso dramático por la manera en que se repiten las situaciones que reducen las acciones de los personajes al desprecio colectivo de las masas, de unos seguidores enfurecidos que interrumpen el ritual de cortejo de la dama (en una especie de danza seductora) y se oponen a que Razin tome como esposa a una mujer a la que incriminan con el pecado de la infidelidad. Todo se repite inútilmente entre las discusiones, la algarabía, la intolerancia y el rechazo; aunque reconozco que me impacta el final inesperado en el que Razin arroja a la princesa al Volga para satisfacer a sus súbditos. La ruptura matrimonial es aquí utilizada por el director como un comentario político sobre la resistencia campesina entendida como el sentido de reciprocidad de un jefe que deposita su espíritu de confianza en los suyos por encima de los placeres recibidos por las riquezas materiales (se entiende que la princesa, que simboliza la riqueza monárquica, todavía ama al destinatario de su carta y, por lo tanto, es obvio que reciba la negativa de los hombres que tienen razón al señalarla como vampiresa que baila para salvar su pellejo). La metáfora habla, además, del poder de la resistencia colectiva y el principio de igualdad como fuerza motora del privilegio comunal. La actuación de Yevgeni Petrov-Krayevsky es, cuanto mucho, aceptable cuando mimetiza las expresiones histriónicas y la furia de un misógino celoso. Pero no sirve de nada porque apenas se puede distinguir entre la muchedumbre encuadrada por el gran plano general. Es, en pocas palabras, una película muda bastante tibia; absorbida, habitualmente, por las mañas del teatro filmado.
Ficha técnica
Título original: Brigands from the Lower Reaches (Stenka Razin)
Año: 1908
Duración: 8 min.
País: Rusia
Director: Vladimir Romashkov
Guion: Vasili Goncharov
Música: Mikhail Ippolitov-Ivanov
Fotografía: Aleksandr O. Drankov, Nikolai Kozlovsky
Reparto: Yevgeni Petrov-Krayevsky
Calificación: 5/10
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